Estaba cansado. Dejó el portafolios en un sofá, se dirigió al refrigerador, sacó leche y pastel, y se abandonó a ver la televisión. El día había sido agotador. Por la mañana había compartido una lección de un devocional en el templo. Al llegar a la oficina, impartió una enseñanza del evangelio a los empleados. Prosiguió en su itinerario atendiendo a proveedores, algunos de ellos demasiado difíciles, y acabó con una predicación a toda la congregación.
Pastor de vocación, aunque su denominación era real él prefería que lo llamaran por su nombre. No era tanto el ser reconocido como pastor lo que le preocupaba, sino cumplir su misión en la obra de Jesucristo.
En la televisión estaban transmitiendo un concurso de conocimiento cultural. A cada pregunta respondida correctamente, se sumaba una puntuación. Pero él no estaba prestando la más mínima atención porque tenía los ojos cargados de sueño.
Apagó el receptor, conectó el contestador telefónico y se dirigió a su habitación, pero sabía, pese al sueño, que debía hacer algo primero. Se arrodilló y comenzó a orar.
En la intimidad de la pieza sintió la presencia de Dios. Siempre era así. Él estaba allí. No le cabía la menor duda. Y solo así tuvo la tranquilidad necesaria para reposar. Mañana sería otro día. Tal vez la jornada sería más dura, pero tenía la tranquilidad de estar cumpliendo la misión a la que había sido llamado por Jesús.