jueves, 12 de junio de 2014

Los tiempos de Dios

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” Isaías 55:8,9
Desde que me bauticé, me gus­taba leer libros de testimo­nios y oraciones contestadas. Me atraían los devocionales matutinos, con historias en las que Dios respondía de manera sorprendente e inusual. Al leerlos, imaginaba que una de aquellas historias era la mía; sólo que, en ese entonces tenía diecisiete años y no conocía el problema de salud que más adelante me impediría ser madre. Llevaba cinco años casada y no tenía hijos. Había acudido con mi esposo a tres especialistas. Todos hicieron diagnósticos diferentes e indicaban tratamientos que, por su alto costo, quedaban inconclusos. Cada vez más confundidos, no sabíamos qué hacer.
Las oraciones contestadas seguían siendo mi lectura favorita. Al leerlas pensaba: “Yo sé, Señor, que algún día contestarás mi oración”. Los años pasaban y esas historias, en vez de levantarme el ánimo me producían tristeza y depresión. Comencé a preguntarme: “¿Por qué, Señor?”

Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús

"Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús". Gálatas 3:26
Lisa y Charles Godbold adoptaron definitivamente a Maurice Griffin cuando tenía 32 años, después de que éste hubiera vivido bajo su custodia temporal durante 20. Aunque Maurice ya era adulto y vivía solo, la adopción siempre había sido el anhelo de la familia. Cuando se volvieron a reunir y se oficializó la adopción, comentó: Este es probablemente, el momento más feliz de mi vida. Soy feliz de estar en mi hogar.
Los que nos unimos a la familia de Dios, nos solemos referir a este momento como el más feliz de nuestra vida. Cuando aceptamos por fe a Cristo como Salvador, nos convertimos en hijos de Dios, y Él se vuelve nuestro Padre celestial. La Biblia afirma: Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Gálatas 3:26).

El fariseo y el publicano

Lucas 18; 10-14.
18:10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
18:11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
18:12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
18:13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
18:14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
En estos versículos, la palabra de Dios nos habla de dos hombres que fueron a orar al templo, uno era un fariseo y el otro un publicano.
La Palabra nos da a comprender la diferencia entre un religioso y un cristiano que acepta a Cristo en su corazón; el fariseo cumplía con sus obligaciones como fariseo, pero su corazón no estaba dispuesto a la humildad de aceptar a Cristo en su corazón. Actuaba sin amor a Dios, sin ser sincero primeramente, se engañaba a sí mismo, al creer que estaba bien la forma en que se estaba entregando a Dios.
Pero las obras sin fe y sin amor no sirven de nada.
También vemos el caso del publicano, un hombre que también fue a orar, pero la gran diferencia es que este lo hizo por una necesidad en su corazón; no era capaz de alzar los ojos al cielo, pero sí fue capaz de abrir las puertas de su corazón, y eso es lo que quiere Dios de nosotros. En este tiempo, debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador; Él pagó nuestros pecados en la cruz. Debemos confesarnos a Cristo con nuestras palabras y también con nuestras obras.
¿Estas dispuesto a humillarte ante Dios?

¿Dios nos Castiga? - Cristianismo

 Una de las preguntas más frecuentes que escuchamos entre los cristianos, es acerca del “castigo” de Dios: ¿Nos perfecciona Dios por medio de las enfermedades, tragedias, pérdidas de trabajo u otros medios drásticos?
El castigo es a menudo, mal interpretado por nuestros conceptos erróneos sobre Dios.
Cuando estudiamos en su contexto, el capítulo 12 de Hebreos, hemos de tener en cuenta que el significado comienza en el versículo 1 y no en el 5; de ahí en adelante, podemos entender que el autor de Hebreos no está hablando de enviar cosas malas en nuestra contra, sino que compara nuestra resistencia hacia el pecado con lo desagradable que es recibir disciplina de nuestros padres terrenales.
Podemos ver que la corrección del Señor es como decir “la resistencia a la tentación”, lo que es comparable con la experiencia de un niño siendo disciplinado por su padre. Resistir la tentación es, a menudo, una batalla. La mente no renovada quiere hacer una cosa y el espíritu quiere hacer otra. Esa batalla desagradable es similar a la de un niño castigado o disciplinado por portarse mal. No es agradable, pero tarde o temprano traerá sus frutos.
“Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos y no hijos”(Hebreos 12:8)
Resistir la tentación no es placentero pero traerá su fruto. Aquellos que no resisten la tentación no se comportan como hijos. Los hijos soportan la reprensión resistiéndose a la tentación, los bastardos no; ellos no la resisten.
Jesús fue perfeccionado por las cosas que sufrió. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8)
El sufrimiento de Jesús no fue en términos de enfermedad, ni de sufrimiento en manos de Su Padre, sino de persecución por la Palabra. Sufrió la tentación de “dejar pasar esa copa” en el huerto de Getsemaní. Él resistió hasta el punto de derramar sangre. Fue tentado en todo, pero no pecó (Hebreos 4:15). Su manera de “aprender la obediencia” es nuestro ejemplo para entender qué significa el “castigo” de Dios.

¿Cómo seguir, si ya no creo?

Como hijo/a de Dios, seguramente has sentido en más de una ocasión que te era imposible continuar. Quizá esos pensamientos surgieran en tu mente por los problemas que estabas viviendo en ese momento y te llevaban a creer que ya no había motivos por los que continuar. En Mateo 14:22 vemos que Pedro, estando en medio de la tempestad, se animó a caminar sobre las aguas y a pesar de que dudó, Jesús no dejó que se hundiera. Jesús no sólo extendió su mano para ayudarle cuando se hundía, sino que también le extendió su brazo entero. Jesús, a pesar de que sientas que esa situación que estás pasando te está hundiendo, quiere que sepas que, también te extiende su ayuda divina para que no te hundas en el mar de la depresión, de la miseria, de la enfermedad, de la tristeza… Dios extiende su brazo para llevarte a lugares altos, porque has sido creado/a para estar sobre ellos. El deseo profundo de tu Padre Celestial es llevarte de gloria en gloria, de poder en poder y de victoria en victoria.

Cuando Dios te dice que algo es de una determinada manera, es porque ese algo es lo más positivo y beneficioso para tu vida. El problema surge cuando Dios nos dice que algo es de tal manera y decimos: “¡NO!” No te niegues a escuchar lo que Dios te quiera decir, porque siempre que Dios suelta una palabra a tu vida, es para que te apropies de ella y muestre su poder a través de ti. Quizás a lo largo de tu vida, te hayas propuesto metas, objetivos y por determinadas circunstancias, no las has podido llevar a cabo. Pues no permitas que eso marque tu vida. Cambia tu manera de pensar, comenzando por creer que eres lo que Dios dice que eres y pon toda tu fe en Él, y así, El hará. Sólo tu Padre Celestial te conoce mejor que tú mismo/a. En cambio, nosotros solemos ir conociéndonos a través de las distintas situaciones que pasamos en la vida. Pero si te tomas de la mano de Dios, aunque te hundas, Él extenderá su mano para ayudarte. Si estás pasando por dificultades o problemas no tomes decisiones, es de sabios guardar silencios y esperar tiempos más adecuados. Cuando estamos mal, nuestras decisiones lo mas probable es que sean malas. Es necesario que comprendas que lo que crees que eres, no es lo que eres. Y esto es porque no eres lo que sientes sino lo que Dios dice que eres. Dios dice que eres su especial tesoro, linaje escogido y lo más importante, eres su hijo/a y tienes una herencia de victoria, sanidad, felicidad, amor y mucho más.


Es tiempo de que aceptes que estás bendecido/a por Dios, que ello ya no es un sueño lejano sino parte de la realidad que Dios tiene para ti. No olvides que no importa cuán difícil sea lo que estés pasando hoy, pues la gloria que ha de venir a tu vida no tiene comparación. La Biblia dice que Dios te ha dado tal autoridad que ni “las puertas del Hades prevalecerán” ante tu vida. Es tiempo de que rompas esas puertas y tomes todo aquello que en algún momento se te robó, toma a tu familia, tus bienes, tu felicidad, tu prosperidad. Nadie podrá hacerte frente, porque el guerrero más poderoso de todos está contigo, Dios. Y si Dios está a tu lado, quien en contra de ti? A pesar de que puedas estar pasando por un mal momento, va a llegar el tiempo en que todo te saldrá bien. Y cuando llegue ese momento di: “La gloria es de Dios”, demuestra lo que Él ha hecho. Porque la verdadera humildad no está en aparentar ser religioso/a, sino que radica en dejarse enseñar. Si estás dispuesto/a a ser enseñado/a, no necesitas de la falsa humildad, sé verdadero/a y así, Dios te exaltará por ser humilde. En la palabra vemos que Jesús sólo le dice “Ven”, a Pedro; tienes que animarte a ir a Dios para bien, avanzar para ir por más. Debes dejar de esperar a que te convenzan otros. Dios te llama a andar por lo que decidas y no por lo que te induzcan a sentir, porque un día te puedes sentir bien y capaz de lograr lo que anhelas y al otro día, puedes sentirte sin motivación. Tienes que tomar la iniciativa de salir del estado en el que dices que “ya no puedes mas” o “para qué seguir si nada me sale bien”. Ella está en ti y es creer en Dios.