jueves, 22 de marzo de 2012

El por qué y cómo de la oración y su consecuencia


La Biblia nos lo dice: debemos orar continuamente, como si de un hábito se tratara. Llegará, con el tiempo, a ser una necesidad.
Pero tratando el tema desde un punto de vista personal y, especialmente, desde la necesidad de practicar la oración, definiremos ésta como la forma ideal de comunicación con el Señor. Me explico: cuando nos comunicamos con un amigo estamos conversando con él. ¿Qué mejor amigo podemos tener que Dios? ¿Qué mejor amigo podemos tener que Cristo? A Él, nuestro mejor amigo, le encanta que conversemos con Él y la forma en que lo podemos hacer es a través de la oración. En definitiva “orar” es conversar con  Dios. Veremos, entonces, la necesidad que tenemos de hacerlo con asiduidad.
 Bíblicamente vemos:

"Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites".  Santiago 4:3

Reflexivamente vemos que,

La Biblia habla muy claramente de la importancia de la oración.  La oración nos acerca a Dios, nos libera de las presiones, nos permite contemplar milagros y clarificar la mente. Pero, ¿realmente estamos caminando por los genuinos senderos de la oración?
Sabemos que muchas de las oraciones que hacemos son inefectivas y a veces sin respuesta alguna, porque pareciera que muchas de nuestras oraciones son sólo una lista de lo que queremos que Dios haga por nosotros, y mucho de eso no es sino una lista de deseos egoístas.
El libro de Santiago lo dice claramente en el Nuevo testamento en el capítulo 4:2-3
“No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones”.
Oración anhelada es la que parece una carretera de dos vías. No es solamente yo corriendo por un canal, sino que Dios viene a mi encuentro en el canal contrario para darme su guía, corrección y enseñanza y en muchas de esas ocasiones tenemos que detener nuestra carrera egoísta y apresurada para simplemente sentarnos a sus pies para ser dirigidos y nutridos por él.
Salmo 37:4 dice: Pon tu delicia en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón”. La palabra más determinante aquí es “Delicia” en el Señor. La belleza de la oración no es llegar con la lista en la mano, sino llegar a deleitarnos en su presencia.
Llegamos, sí, con nuestros propios deseos, pero al deleitarnos en Él, el Señor cambia nuestros deseos egoístas por los de Él y es entonces cuando Dios cumple los deseos de mi corazón los cuales ya no son los míos sino los que Dios ha sembrado en mi espíritu.
El Padre nuestro es el mejor modelo, ya que en esa oración modelo lo que sobresale es el Reino de Dios. “Venga tu Reino” y no el mío y finaliza con “Porque tuyo es el Reino, el Poder y Gloria por los siglos de los siglos”. Amén.
La verdadera oración termina desplazándome a mí y entronizando al Señor en mi vida. La real oración no es la que es impulsada por el deseo de pedir algo o solicitar la intervención divina en las turbaciones de la vida, sino aquella que es sostenida por la sed intensa del espíritu por estar en la presencia e intimidad de Dios.
La oración ligera es la motivada por un enfoque en mis dolores y quebrantos pero la real y genuina es la que es filtrada por un corazón libre de resentimientos y amarguras.
Es el deseo de Dios compartir tiempo con nosotros, darnos su corazón y envolvernos en su ternura cuando llegamos a sus pies en una oración hambrienta, más en conocerlo a él en lugar de tener nuestros problemas resueltos, y cuando así lo hacemos él nos recompensa con su dádiva que sobrepasa nuestro entendimiento.
Por lo tanto y como consecuencia: cuando oremos, cuando conversemos con el Señor, hagámoslo de corazón, entreguémonos a Él, dejemos a un lado, no las olvidemos por supuesto, nuestras peticiones o necesidades. Charlemos con Él con admiración y respeto, reconociendo que, como pecadores que somos, necesitamos de su perdón y reconozcamos, antes de hacerle nuestras peticiones, que Él es nuestra guía en la vida, e invitémosle a entrar y dirigir la nuestra. Ese debe ser el principal motivo para orar a Dios.

Que Dios nos ayude a entender la genuina y verdadera oración. En el nombre de Jesús, amén.



Dios, sólo importas Tú


De Guerra y Paz,
Dios Fuerte y Tierno eres tú…
Principio y Fin,
El Dios Eterno eres tú…
Estás tan Alto y tan Bajo,
A lo Ancho y a lo Largo,
Y en mi Ser…
Creaste el Cielo, las Estrellas,
El Mar, el Universo
Y el Amor…
Dios… Sólo importas tú,
Eres todo tú, La Razón, La Luz.
Dios… Te adoro a tí,
Pues no encontraré, jamás, alguien como tú…

Fuente de vida


Separado de ti no soy nada…
Alejado de ti muero…
Si tú no estás en mí
Yo desespero…
Pierdo la esperanza… muere
El anhelo…
Como voy alejarme… de ti
Fuente de vida…
Tú me diste  la alegría…
Como voy a separarme de ti… mi Dios y
Mi guía…
Si solo tú tienes palabras…
de vida…

Yo estoy a la puerta


Un hombre había pintado un lindo cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que velaba el cuadro.
Hubo un caluroso aplauso.
Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía.
Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró una falta en el cuadro. La puerta no tenía cerradura.
Y fue a preguntar al artista:
_“¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?“.
El pintor tomó su Biblia, buscó un versículo y le pidió al observador que lo leyera:
Apocalipsis 3, 20:
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo.”
_”Así es”, respondió el pintor. “Ésta es la puerta del corazón del hombre. Solo se abre por dentro.”
Abramos nuestro corazón al amor, a DIOS.
Cambiemos, aun estamos a tiempo.

Cuida bien de tus ojos


Había una chica ciega que se odiaba por ser ciega.
Odiaba a todos, excepto a su novio amoroso.
Él siempre estaba allí para ella. Un día ella le dijo a su novio, "Si sólo pudiera ver el mundo, me casaría contigo."
Un día, alguien donó un par de ojos para ella.
Cuando por fin retiraron el vendaje de sus ojos, fué capaz de verlo todo, incluyendo a su novio.
Él le preguntó: "¿Ahora que ya puedes ver el mundo, ¿quieres casarte conmigo? “ La niña miró a su novio y vio que era ciego. La apariencia de sus párpados cerrados la impresionó. Ella no se lo esperaba así.
La idea de mirarlo el resto de su vida así la llevó a negarse a casarse con él. Su novio la dejó entre lágrimas y días más tarde escribió una nota a ella diciendo: "Cuida bien de tus ojos, mi amor, porque antes de ser tuyos, fueron míos."
Así es como el cerebro humano trabaja a menudo cuando nuestro estatus cambia. Sólo unos pocos recuerdan cómo era la vida antes, y a quienes siempre estuvieron a su lado en las situaciones más dolorosas.

¿Crisis o... enriquecimiento?

Como en todas las épocas habidas en el tiempo, hoy vivimos una de ellas, ha habido, y habrá, dos tipos de crisis: la crisis económica y la crisis moral. Ambas son objetivos a superar. La crisis económica, porque mal nos irá en este mundo que vivimos si no lo hacemos. Y la crisis moral, o de valores, porque de no hacerlo nos veremos abocados al suplicio infinito en tiempo que no es de este mundo. Nos veremos abocados a la amargura eterna.
En este mundo estamos habituados a oír, casi constantemente, que estamos padeciendo una crisis. Se habla siempre de la crisis económica sin percatarnos que es más importante que ella, y la padecemos sobremanera, la crisis de valores o crisis moral. Si no existiera esta última es prácticamente asegurable la carencia de la crisis económica.
Hoy puedo decir personalmente que, habiendo superado por fe absoluta la crisis moral, no me preocupa, en absoluto, la económica. El Señor quiera que todo el mundo pueda decir lo mismo.
Cuando llegue nuestra hora de rendir cuentas a Dios, y le respondamos, a pregunta suya, si en nuestra vida terrenal superamos "nuestra crisis de valores", será absolutamente definitorio contestarle que llegamos al enriquecimiento a través de ella. Llegamos, en su día, a este convencimiento porque comprendimos que Cristo está en nosotros y nosotros en ÉL. Y no habrá llanto y crujir de dientes porque llegamos, en su día, al... enriquecimiento a través de Jesús.
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