«El amor sea sin hipocresía; aborreciendo lo malo, aplicándoos a lo bueno».
Romanos 12: 9, BA
Los hábitos, repetidos a menudo, dan forma al carácter. Los niños que hablan groseramente el uno al otro y se comportan sin consideración en el hogar, están formando hábitos que se manifestarán en su vida posterior, y que les resultará muy difícil vencerlos. No manifiestan temor de Dios, ni demuestran refinamiento de carácter. Sus actitudes agresivas, su falta de respeto y de buenos modales, no son más que el reflejo de la educación que reciben en el hogar.
En la conducta de los niños fuera del hogar, todo el mundo puede leer, como en un libro abierto, un informe del estilo de vida de la familia. Se lee la historia de deberes descuidados, de falta de dominio propio, de carencia de abnegación, de actitudes agresivas, de irritabilidad e impaciencia. Sin embargo, quienes revelan que tienen temor de Dios darán testimonio, en su carácter y en sus palabras, de un hogar donde se atesora el amor, donde hay paz, donde se cultiva la paciencia, donde se presta atención a las pequeñeces de la vida, donde todos están preocupados de su deber de hacer felices a los demás.
¿Nos estamos preparando para formar parte de la familia celestial? ¿Nos preparamos en el hogar para llegar a ser miembros de la familia de Dios? Si es así, hagamos placentera la vida familiar mediante un solidario apoyo mutuo. Si queremos que Jesús habite en nuestro hogar, procuremos que allí solamente se pronuncien palabras amables. Los ángeles de Dios no morarán donde se vive en continua disputa y enfrentamientos. Atesoremos la paz, la cortesía cristiana, y los ángeles serán nuestros huéspedes.
En la conducta de los niños fuera del hogar, todo el mundo puede leer, como en un libro abierto, un informe del estilo de vida de la familia. Se lee la historia de deberes descuidados, de falta de dominio propio, de carencia de abnegación, de actitudes agresivas, de irritabilidad e impaciencia. Sin embargo, quienes revelan que tienen temor de Dios darán testimonio, en su carácter y en sus palabras, de un hogar donde se atesora el amor, donde hay paz, donde se cultiva la paciencia, donde se presta atención a las pequeñeces de la vida, donde todos están preocupados de su deber de hacer felices a los demás.
¿Nos estamos preparando para formar parte de la familia celestial? ¿Nos preparamos en el hogar para llegar a ser miembros de la familia de Dios? Si es así, hagamos placentera la vida familiar mediante un solidario apoyo mutuo. Si queremos que Jesús habite en nuestro hogar, procuremos que allí solamente se pronuncien palabras amables. Los ángeles de Dios no morarán donde se vive en continua disputa y enfrentamientos. Atesoremos la paz, la cortesía cristiana, y los ángeles serán nuestros huéspedes.