Un hombre trabajaba en una mina de carbón y siempre daba gracias a Dios por su sándwich. Un día vino un perro y se llevó el sándwich. Los compañeros le apesadumbraban y le decían: “y ahora, a ver si das gracias por el perro que se llevó tu comida”. El hombre salió tras el perro y al ratito se produjo un derrumbe, y quedaron atrapados todos los obreros menos él, y entonces dijo: “Señor, gracias por el perro”.
La gratitud es una de las actitudes más poderosas que existen, que constituyen la diferencia en cada día que vivimos. Ser agradecidos nos hace sentir mejor y nos permite disfrutar de las grandes bendiciones, como también de las que parecen pequeñas, pero que en realidad también son grandes.
La pregunta que nos hacemos todos es: ¿qué podemos hacer para ser más felices? No hay un día más feliz; si espero que algo lindo me pase el lunes, el miércoles, etc., voy a estar expectante, animado, y voy a ser feliz. Para ser felices tenemos que dejar de compararnos, porque si no el nivel de felicidad baja. Dios quiere que aprendamos a celebrar las bendiciones de los otros y las nuestras. Debemos considerar, también, que la felicidad es una experiencia gradual, es decir, la dosis excesiva de felicidad nos puede lastimar; por ejemplo, ganaste un millón de dólares, te hiciste famoso de la nada, y todo eso te puede llevar a la infidelidad, al juego, a la droga.
Porque la fama es la mirada social, el aplauso de la gente. El exitoso puede ser que tenga o no fama, pero siempre está feliz porque está bajo su sueño. La fama no se maneja, depende de los demás; un día te quieren y otros días te rechazan. La fama te ata, es una maldición que te hace vivir bajo la mirada de los demás.
El éxito es una bendición de Dios, hay éxitos grandes y pequeños, pero todos son éxitos al fin. El éxito se construye con el esfuerzo.
¿Qué nivel de felicidad tienes?
Resolver un problema no te hace ser más feliz, sólo te da alivio. La gente feliz tiene hábitos de felicidad, es algo que construimos nosotros mismos cada día.