sábado, 12 de julio de 2014

No dejemos de orar ni de alabar a Dios

Unos hombres llevaron a Pablo y a Silas ante las autoridades. Allí les dijeron a los jueces: “Estos judíos están causando problemas en nuestra ciudad. Enseñan costumbres que nosotros, los romanos, no podemos aceptar ni seguir”.
Entonces ordenaron que les quitaran la ropa y los golpearan en la espalda. Después, los soldados los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara muy bien. Él los puso en la parte más escondida de la prisión, y les sujetó los pies con unas piezas de madera grandes y pesadas. Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros escuchaban. De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes y los cimientos. En ese mismo instante, todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.
Cuando el carcelero despertó y vio las puertas abiertas, pensó que los prisioneros se habían escapado. Sacó entonces su espada para matarse, pero Pablo le gritó: “¡No te mates! Todos estamos aquí”.
El carcelero pidió que le trajeran una lámpara, y entró corriendo a la cárcel. Cuando llegó junto a Pablo y a Silas, se arrodilló temblando de miedo, los sacó y les preguntó: -Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?
Ellos le respondieron: – Cree en el Señor Jesús, y tú y tu familia se salvarán.
Pablo y Silas compartieron el mensaje del Señor con el carcelero y con todos los que estaban en su casa. Después, cuando todavía era de noche, él los llevó a otro lugar, les lavó las heridas y les dio de comer. Luego, Pablo y Silas lo bautizaron a él y a toda su familia; estaban muy felices de haber creído en Dios.
Por la mañana, los jueces enviaron unos guardias a decirle al carcelero que los dejara libres. Él les dijo: “Ya pueden irse tranquilos, pues los jueces me ordenaron dejarlos en libertad”.
Pero Pablo les respondió a los guardias: “Nosotros somos ciudadanos romanos. Los jueces ordenaron que nos golpearan delante de toda la gente de la ciudad, y nos pusieron en la cárcel, sin averiguar primero si éramos culpables o inocentes. ¿Y ahora quieren dejarnos ir sin que digamos nada, y sin que nadie se dé cuenta? ¡Pues no! No nos iremos; ¡que vengan ellos mismos a sacarnos!”
Los guardias fueron y les contaron todo eso a los jueces. Al oír los jueces que eran ciudadanos romanos, se asustaron mucho. Entonces fueron a disculparse con ellos, los sacaron de la cárcel y les pidieron que salieran de la ciudad. Hechos 16;19-39

Bailando con muletas

Se le llama muleta a una especie de bastón largo, robusto, convenientemente reforzado, que puede llegar hasta el codo o la axila y que consta de una empuñadura en el medio para que el usuario se pueda sujetar firmemente. Es útil para aquellas personas, que tienen problemas para caminar con una o ambas piernas, o carecen de alguna de ellas.

Cuando me accidenté un pie y estuve un tiempo con la clásica bota de yeso, tuve que andar con un bastón, imposibilitado para poder caminar con una de mis piernas, hasta que estuve en condiciones de apoyar el pie. Tuve la opción de elegir entre bastón o muleta que es más segura, pero el uso de esta última francamente, me aterraba. Haber experimentado esta relativamente breve limitación, aún con la certeza de que en poco más de un mes iba a poder comenzar a caminar normalmente, me inspiraba un profundo respeto hacia quienes no tienen esta opción y deben valerse de muletas por un prolongado período de tiempo, algunos incluso, de por vida. 

A pesar del largo tiempo transcurrido desde entonces, afloran en mi mente con extraordinaria nitidez, recuerdos y detalles del accidente, como si hubiera ocurrido ayer. Incluso el agudo dolor de los huesos rotos puedo volver a sentir. Creo que Dios, de esta forma, me enseñó una formidable lección aquella terrible y dolorosa tarde.

Hay un momento tan fugaz como traumático, de crisis e intenso dolor, durante el que nada podemos hacer por evitarlo. Es esa fracción de segundo en la que se desencadena el evento.
Luego sobreviene el trauma. Salir de la crisis o permanecer años, inclusive toda la vida sumergidos en ella, sí depende de cada uno de nosotros.

El otro día vi en televisión a un hombre con una de sus piernas parcialmente amputada… ¡bailando con una muleta! Describirlo, hasta podría parecer tétrico, de mal gusto. Verlo moverse con una habilidad y precisión extraordinaria, al compás de la música y con una coreografía algo enredada y compleja, es una verdadera lección de vida y de superación.
Hoy caigo en la cuenta de que, a pesar de que en lo físico puedo caminar normalmente, nunca abandoné ese bastón. Me veo literalmente, bailando la danza de esta vida en muletas. No se ven, pero están. Porque muchas personas andamos por la vida con muletas o bastones, apoyándonos en hábitos, cábalas, supersticiones, creencias infundadas, o haciendo las cosas de cierta manera y no de otra, por temor al fracaso o lo que es lo mismo, a la caída. No queremos abandonar nuestras viejas formas de ser, de vestirnos, de relacionarnos; nos aferramos a situaciones laborales, personales, familiares, que muchas veces nos hacen daño, prefiriendo la relativa comodidad de una mala situación ante el temor de caer en otra peor, como quien se agarra a un madero flotando en medio del mar. Como quien anda con muletas teniendo la posibilidad de correr libre por esta vida.

¿Cuánto tiempo debemos invertir diariamente en la oración?

No deben existir reglas establecidas. Debemos evitar pensar en la oración como una carrera, competencia o maratón. En realidad, la calidad de nuestra oración es muchísimo más importante que la cantidad de palabras o lo larga que sea.
El tiempo que gastamos en oración dependerá de una serie de factores, como nuestra propia necesidad y urgencia, la prioridad que le demos entre las demás cosas que hacemos durante el día, la amplitud de nuestros intereses, y el nivel de nuestra madurez espiritual. Algunas veces el Espíritu de Dios nos conmueve para orar por largos períodos de tiempo. Otras veces la carga no parecerá tan grande.
El hecho es que el Señor, a veces, pasó toda la noche en oración, a lo mejor debido a su conocimiento de los tremendos conflictos espirituales y la necesidad que había a su alrededor. De manera semejante, aquellos que tienen conocimiento de grandes conflictos y necesidades actuales, harían muy bien en pasar mucho tiempo en oración.
Debemos tener tiempos de oración regularmente durante el día, Salmos 55:17Daniel 6:10, pero además, deberíamos aprender a vivir en un ambiente de oración. Esto significa orar a Dios cada vez que se presenta la ocasión.
Nehemías es una ilustración clásica de esto. Antes de responder a la pregunta del rey, él envió una oración al Señor del cielo, Nehemías 2:4. Pablo pensó que debía orar “sin cesar,” 1 Tesalonicenses 5:17, Efesios 6:18, y las Escrituras dan testimonio del hecho de que él practicaba lo que predicaba, Romanos 1:9Efesios 1:16Colosenses 1:3,4,91 Tesalonicenses 1:2-32 Timoteo 1:3.
Si estamos aquejados por la falta de sueño, podemos ocupar
 el tiempo orando, Salmo 63:6.
¡Desperté repentinamente! El reloj marcó las dos. La casa está en silencio. Mis pensamientos tienen la libertad de divagar donde quieren, pero conozco una cosa tranquila y hermosa para hacer: "es la hora de orar".

Carrocería y Motor

¿La carrocería de un coche es más importante que su motor? ¡MMM!, no sé, creo que habrá opiniones variadas al respecto. Lo que sí sé, es que un coche puede verse totalmente deshecho por afuera, puede que su pintura y asientos estén cayéndose a trozos, pero que si su motor funciona, podrás llegar con mucha probabilidad a tu lugar de destino.
He visto coches nuevos, últimos modelos, muy modernos y deslumbrantes, agradables a la vista y que provocan deseos de tenerlos. Son óptimos por fuera, parece que no tienen nada de imperfectos, pero cuando los vas a usar, no le funcionan las piezas de adentro. Su motor o alguna pieza del interior están dañados, y por bonito y lujoso que sea el coche, si no es útil para lo que se le necesita, no sirve. Hay que mandarlo al taller o vender las piezas que de él sirvan.

Hace algunos años le comentaba a un amigo, que quería ir al salón de belleza a arreglar mi pelo. Y recuerdo muy claramente, que él me dijo: “que nosotras las mujeres pensábamos que un simple corte de cabello arreglaría el problema de ser “gorditas”, “feas” o cosas así por el estilo. Que nos importaba más la carrocería del coche que el interior o el motor del vehículo”.

Es interesante que a día de hoy recuerde esas palabras, que me sorprendieron y dejaron pensando. Porque en el mundo en el que habitamos, existimos personas que, tal vez, a la vista del ojo público, no seamos las más hermosas, pero no por eso dejamos de ser bellas. Sólo una mujer sabe lo que un buen corte y algo de maquillaje pueden hacer en la autoestima de una mujer. Y sólo un hombre puede saber lo bella que se ve su mujer cuando se arregla. Sin embargo, una mujer puede ser certificada como “la más bella del universo”, pero si en su interior no posee sensibilidad, corazón, ternura e inteligencia, su belleza es vana. Su gracia y hermosura se van marchitando con el pasar de los años.

Fe en Dios

19 En esto sabremos que somos de la verdad y tendremos nuestros corazones confiados delante de él; 20 en caso de que nuestro corazón nos reprenda, mayor es Dios que nuestro corazón, y él conoce todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, tenemos confianza delante de Dios; 22 y cualquier cosa que pidamos, la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de él. 23 Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, como él nos ha mandado. 24 Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y por esto sabemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. (1 Juan 3:19-24)

La confianza se desarrolla con el amor, y el amor cristiano es una construcción cristológica. Jesús muestra su amor en su característica humana. Es el Maestro, que ha venido para revelarnos a Dios. Es el Rey, que ha venido para restablecer la voluntad de Dios, y es nuestro Sacerdote, que ha venido para ofrecer su sacrificio perfecto, que satisface la justicia de Dios. Todos son actos de servicio amoroso. Su enseñanza es dada sin discriminar a los humildes; su ley decreta verdadera libertad, su sacrificio es la entrega de sí mismo.

Un encuentro con el Salvador es comunión con este Cristo. En la comunión restablecida, el hombre se une al Señor en sus propósitos, de la misma manera que su Señor deberá asumir su real sacerdocio y su propio sacrificio sufrido. El hombre se une no para obtener algo, sino porque, sin haberlo merecido, lo ha obtenido todo. 

Y el amor, para tener el carácter de Cristo, es siempre un amor que desciende. Es el rico quien se hace pobre para servir a otros. Es el Señor del universo quien ocupa el lugar del esclavo. De ahí que, el creyente, a quien el Señor ha enriquecido con los tesoros eternos, puede amar verdaderamente. Quien no ha conocido al Señor de este modo, es incapaz de amar porque es incapaz de pensar generosamente en los otros. Su religiosidad está centrada en sí mismo. Su generosidad, su religión, no es para descender hasta los humildes, sino para ascender a los tronos de este mundo. Su oración es para torcer la voluntad de Dios, su ofrenda para recibir más a cambio, su ayuno, incluso su propia limosna, son para ser vistos por los hombres. "De cierto, ya tienen su recompensa."

En esta comunión intensa, la confianza se hace más grande. Nuestros corazones se harán confiados delante de Él porque amamos. En la historia de Simón el fariseo y la mujer pecadora, la seguridad y la confianza de Simón provienen de su propia justicia, probablemente de su selecto grupo de amigos, y por último está en su propio creer. La mujer en cambio, está en un lugar hostil, rodeada de sus enemigos; lo que le permite acercarse a Jesús confiadamente, no con su autosuficiencia sino con amor. Juan nos lleva aquí a otro nivel; "este amor a Dios se muestra también en la madurez de la relación". Ya no está sujeta a la incertidumbre de nuestro corazón; no nos acercamos como un perro temeroso, a sobresaltos, con el rabo entre las piernas. Y tampoco por crisis de celos o con miedo de abandono.

El dilema de saber si estamos en Cristo, de estar seguros sobre su amor, es una cuestión de saber si se está en la verdad. Para ello, la respuesta de Juan es la siguiente: 

Porque amas a Dios a causa de la gracia inmerecida que proviene de la cruz, y porque amas a tu prójimo por la gracia inmerecida que proviene de la cruz, de modo que la inmensidad de ese amor nos ha convertido en agentes de amor. No somos buscadores de agradecimientos, hemos sido llenados de tal modo, que ahora nos sentimos deudores para con todos.