Un niño pequeño quería conocer a Dios.
Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde vive, así que guardó en su maleta pastelillos de chocolate y refrescos…
Y empezó su andadura.
Sabía que tendría que hacer un largo viaje para llegar hasta donde vive, así que guardó en su maleta pastelillos de chocolate y refrescos…
Y empezó su andadura.
Cuando había caminado unas horas, se encontró con una mujer anciana. Estaba sentada en un banco del parque, sola, mirando en silencio.
Se sentó junto a ella y abrió su maleta.
Comenzó a beber uno de sus refrescos, cuando notó que la anciana le miraba, así que le ofreció uno de ellos. Ella, agradecida, lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció entonces uno de sus pastelillos.
Comenzó a beber uno de sus refrescos, cuando notó que la anciana le miraba, así que le ofreció uno de ellos. Ella, agradecida, lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era muy bella, tanto que el niño quería verla de nuevo, así que le ofreció entonces uno de sus pastelillos.
Cuando oscurecía, el niño se levantó para irse.
Dio algunos pasos pero se detuvo; se dio la vuelta, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.
Dio algunos pasos pero se detuvo; se dio la vuelta, corrió hacia la anciana y le dio un abrazo.
Ella, después de abrazarlo, le dedicó la sonrisa más grande de su vida.
Cuando el niño llegó a su casa, su madre quedó sorprendida de la cara de felicidad que traía.
Cuando el niño llegó a su casa, su madre quedó sorprendida de la cara de felicidad que traía.