Si aquel día del nacimiento del Mesías, que las escrituras ya lo habían predicho, hubiese una publicidad que dijese que nació un rey en un castillo con todos los lujos y detalles, todo hubiese sido reconocido sobre cómo nacen los reyes y gobernantes, y no hubieran tenido acceso los pastores de Belén, ni las personas de la comunidad, las personas de más bajos recursos, los trabajadores normales, los sirvientes, los niños, los enfermos, ni los leprosos a poder conocer a este gran Rey por eso, por haber nacido en un palacio.
Porque los gobernantes y pudientes no permiten la mezcla de las personas de la realeza con el vulgo o gente común, pues aquellos no andan en los mismos lugares que los comunes, no visitan a los enfermos, no se rozan con los trabajadores, no quieren saber nada de los problemas sociales que los rodean, solo quieren que los sirvan, que los adulen, que los alaben y no les importa nada a su alrededor.
Así las cosas, el Rey de Reyes quiso dar una lección a los monarcas y ricos del mundo, y a los pobres y enfermos.
Les dijo, con la sola acción de llegar y no tener espacio para Él ni dónde nacer, que los gobernantes estaban siendo faltos para las celebraciones de las fiestas divinas establecidas, que no estaban todos en sintonía celebrando, que dejaban eso para la pobrería. Los religiosos de ese tiempo eran los consejeros de ellos.
Los religiosos no velaban porque las fiestas judías fueran de verdad para adorar, estaban impregnados de dinero y usura y tenían a todos bajo su control.
Al nacer en el pesebre, Jesús estaba recordando que si no había espacio para Él aquí en la tierra, tampoco habría espacio para sus seguidores de parte de los gobernantes. Que no se sintieran mal el día que los denigraran, que los desterraran, que los excomulgaran, que los vituperaran, que se burlaran de ellos,... que los sacrificarán.