La historia trata de una muchachita llamada Marta, Martita para sus padres, que cierto día amaneció muy enferma. Tenía fiebre alta, dolor de garganta, dolor de cabeza, y en vista de que no mejoraba a pesar de los cuidados, su mamá decidió llevarla a la Unidad de Emergencias del hospital. Al rato, la niña fue atendida, y el médico de turno dijo a la madre que debía quedarse hospitalizada por presentar un cuadro de difteria, -pero no se preocupe, aquí va a mejorar.
Fue ubicada en una sala dividida en pequeños cuartos, quedando sola. La chica se entretenía viendo pasar a los médicos y a las enfermeras vestidas de blanco, puesto que desde su lugar podía ver el pasillo. Se enteró de que había visita los domingos, y ansiosa esperaba para ver a su mamá; “tal vez, pensó, mamá me traiga algo rico para comer”. Cuando se activó la hora de visita a los enfermos, una de las primeras fue la mamá de Martita, que presurosa se encaminó hacia donde se encontraba su hija. - ¡Mamita, aquí estoy!, dijo. Mamá iba a entrar, cuando una enfermera presurosa la detuvo. -Lo siento señora, pero usted no puede tener contacto con su hija, obsérvela desde aquí. El tratamiento va bien, pero aún no está en condiciones de acercarse a ninguna persona, le dijo, al tiempo que le mostraba un letrerito que decía, “Enfermedades Contagiosas”.
Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. 2a de Corintios 7: 1.