Hay momentos en la vida de los seres humanos en los que llega la soledad y el sentimiento de incertidumbre. Parece como si estuviéramos en un cuarto oscuro, que para colmo está cerrado con candado, y no tenemos la llave para abrirlo.
Mientras uno pasa por esas experiencias piensa que sería bueno dejar de existir, terminar de una vez y por todas, con todo aquello que nos agobia.
Pero a veces es necesario que en nosotros haya una muerte simbólica para que haya una resurrección espiritual.
Es necesario que Dios habite en nuestras vidas y sople de su aliento en nosotros. Es necesario que Él penetre en los rincones más íntimos de nuestro ser y haga los ajustes necesarios, para que Su voluntad y propósito se puedan cumplir en nuestras vidas. Que sople aliento de sabiduría sobre nuestros espíritus para que podamos entender su llamado a nosotros.
Debemos matar nuestro egoísmo y desesperanza. Hay que exterminar aquellas cosas que nos estorban y nos sacan del propósito de Dios. Tenemos que despojarnos del desespero y la ansiedad; limpiarnos de toda inmundicia, lavar nuestras ropas en el río de vida a través de la sangre purificadora de Cristo Jesús. Necesitamos beber de las aguas limpias y cristalinas que solo se encuentran a través de Su presencia. Tenemos que exclamar desde lo más profundo de nuestro corazón: ¡Auxilio, socórreme Dios!