Habían sido días muy duros para ellos, atrás habían quedado esos gloriosos momentos donde Jesús mismo les enseñaba. Le vieron ser arrestado y morir en la cruz después de un gran sufrimiento. Las demostraciones de poder y milagros que habían visto parecían haber quedado en la historia. En este clima, decidieron volver a lo que antes hacían para ganarse el sustento, a pescar. Al amanecer Jesús apareció en la playa, pero los discípulos no podían ver quién era. Les preguntó:
—No, contestaron ellos.
Entonces él dijo:
—¡Echen la red a la derecha de la barca y tendrán pesca!
Ellos lo hicieron y no podían sacar la red por la gran cantidad de peces que contenía.
Uno de los discípulos reconoció a Jesús y dijo: ¡Es el Señor!
Oyendolo Pedro, se tiró al agua y se dirigió a la orilla.
El Señor les había preparado el desayuno y después de haber comido, Jesús le hizo una gran pregunta:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? —Sí, Señor—contestó Pedro, tú sabes que te quiero. —Entonces, alimenta a mis corderos—le dijo Jesús. Jesús repitió la pregunta: —Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
—Sí, Señor—dijo Pedro, tú sabes que te quiero. —Entonces, cuida de mis ovejas, dijo Jesús. Le preguntó por tercera vez: —Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que Jesús le dijera la tercera vez: ¿Me quieres? Le contestó:
—Señor, tú sabes todo. Tú sabes que yo te quiero. Jesús dijo:
—Entonces, alimenta a mis ovejas.