domingo, 5 de febrero de 2017

Un sacrificio voluntario

«Y al que puede fortaleceros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del ministerio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos». Romanos 16: 25
Resultado de imagen de Un sacrificio voluntarioEl plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una revelación «del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos» (Romanos 16: 25). Fue una manifestación de los principios que desde la eternidad habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del ser humano seducido por el apóstata. El Señor no ordenó que el pecado existiese, sino que previó su existencia e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3: 16, RV60).
Éste fue un sacrificio voluntario. Jesús podía haber permanecido al lado del Padre. Podía haber conservado la gloria del cielo y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.

Pedir con fe, no dudando

“Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.” Santiago 1:6
Todos sabemos que nuestra dependencia del Señor debe ser completa, eso está bien claro dentro del cuerpo de Cristo; todos sabemos perfectamente quién es nuestro proveedor, nuestro sustento.
Por eso siempre que nos encontramos en dificultades o necesitamos algo, acudimos al Dios de nuestra salvación.
Sabemos que Dios es la solución a todos nuestros problemas y dificultades. El hecho de que nos acerquemos a Dios es algo bueno, pero aún mejor es que nos acerquemos a Dios creyendo en Él, pues pocos son los que se acercan a Él confiando en su poder y gloria. Algunos buscan la ayuda de Dios, como por costumbre, al no encontrar solución a sus problemas de otra manera, como si lo buscaran como por inercia al acabárseles todas las posibles “soluciones”.
Buscan del Señor como última alternativa, al no saber más qué hacer. Y en esa desesperación se acercan a Dios esperando hallar solución a sus problemas, pero se acercan sin creer, se acercan como probando a ver si Dios les soluciona las cosas.
Es esta la condición que muchas veces hace que se detengan las bendiciones de Dios. Obviamente, Él quiere que tú vivas tranquilo, pero ante toda adversidad y problema tú debes confiar plenamente en Él, no probando a ver si te lo resolverá o no. Debemos recordar que el Señor tiene todo el poder para solucionar nuestros problemas, pero muchas veces no tenemos la fe suficiente en Él, y claramente lo demostramos cuando tratamos de solucionar las dificultades por nuestros propios medios.

Se interesa siempre

Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. Salmo 32:8
El día en que mi hija menor volaba de Múnich a Barcelona, abrí mi página favorita de seguimiento de vuelos para ver por dónde iba. Después de ingresar el número de vuelo, la pantalla de mi ordenador mostró que su avión había cruzado Austria y bordeaba la parte norte de Italia. De allí, sobrevolaría el Mediterráneo, al sur de la costa francesa, en dirección a España, y llegaría puntualmente. ¡Solo faltaba que me dijeran qué estaban sirviendo para comer las azafatas!
¿Por qué me interesaba dónde y cómo estaba mi hija? Porque la amo. Me importa quién es, qué hace y hacia dónde se proyecta su vida.
En el Salmo 32, David celebra la maravilla del perdón, la guía y el interés de Dios para nosotros. A diferencia de un padre humano, el Señor conoce cada detalle de nuestra vida y las necesidades más profundas de nuestro ser. Nos promete: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos».
Independientemente de cuáles sean las circunstancias hoy, podemos descansar tranquilos en la presencia y el cuidado de Dios porque «al que espera en el Señor, le rodea la misericordia» (verso 10).

Querido Señor, gracias porque, en tu amor, me cuidas y me guías cada día por tus caminos.
Nunca estamos fuera de la mirada y el cuidado amoroso de Dios.

La alegría de un niño

Hoy por la mañana, mientras me dirigía a dejar a mi mamá a su trabajo, vimos pasar por la calle una niña pequeñita de la mano de su madre. La niña brincaba y sonreía mientras caminaba por lo que parecía era su camino al colegio, y mientras mi mamá la veía sonriente me dijo: “recuerdo cuando tenías esa edad, que hacías siempre lo mismo, brincabas y jugabas todo el tiempo”. No pude evitar sonreír pues inmediatamente lo recordé; siempre fui una niña muy inquieta, estaba siempre jugando y sonriendo, recuerdo mi infancia y me parece muy linda, la disfruté mucho a pesar de no tener lujos ni todo lo que deseaba, siempre fui feliz con la vida que Dios me dio.
Recordar cuando éramos pequeños, para la mayoría de las personas nos resulta siempre algo agradable, pues nos hace recordar todos esos momentos en que era muy fácil estar contento a pesar de las necesidades, y no se diga de los regaños por alguna travesura; la alegría siempre estaba presente de una manera permanente y natural en cada niño.
La felicidad de un niño es contagiosa. Esas risitas inocentes, esas demostraciones de afecto desinteresadas, esa facilidad para olvidar cuando tienen un conflicto con otro niño, la humildad y la disposición de convivir, en fin, para ellos los problemas son “cosas de mayores” y para sus padres no hay nada más motivador que verlos sonreír.
¡Cuánto más será la alegría de Dios al vernos sonreír a pesar de todo lo que pasa a nuestro alrededor!, al ver que disfrutamos de la vida que nos da, contentos con lo que tenemos, olvidándonos de lo que aún no llega.