sábado, 2 de enero de 2016

Un Padre generoso con sus riquezas

Esta es una historia anónima que puede o no ser verdadera, pero sin duda útil. 
un padre generosoEl protagonista iba pidiendo de puerta en puerta por un camino de la aldea, cuando un coche dorado apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Se preguntaba, maravillado, quién sería ese Rey de Reyes. Sus esperanzas volaron hasta el cielo y pensó que sus días malos habían acabado. Se quedó aguardando unas limosnas espontáneas, tesoros desparramados por el polvo.
La carroza se paró a su lado. Lo miró y bajó sonriendo. Y él sintió que la felicidad de la vida había llegado, ¡al fin! Y de pronto, Él le tendió su diestra diciéndole: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Qué ocurrencia de Su naturaleza! ¡Pedirle algo a un mendigo!  Estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego sacó despacio de su saco un granito de trigo y se lo dio. Pero qué sorpresa la suya cuando al vaciar, por la tarde, el saco sobre el suelo, encontró un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloró por no haber tenido voluntad de dárselo todo. 

El Mejor Regalo

Recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más dicha en dar que en recibir” Hechos 20:35, NVI.
En mis años de estudiante universitario tenía una muy buena amiga a quien me refería como “mi amiga espiritual”. Estudiábamos juntos la Biblia y cantábamos canciones. Ella tenía talento para cantar y tocar música cristiana. Yo estaba feliz por ella, pero también triste, ya que no terminaba de adoptar los principios bíblicos de un verdadero estilo de vida cristiano. Día a día, nuestras conversaciones sobre la religión se hacían más profundas. A ella no le gustaba mi religión ni creía en ella; decía que era “muy ortodoxa”.
Un día, Dios tocó su corazón y comenzó a notar los cambios que habían ocurrido en mi vida. Una de las veces que cumplió años, yo quise regalarle algo especial. Ya le había dado varios libros y CDs del espíritu de profecía. Ahora, quería complementarlos con algo que valiera la pena atesorar. Ella tenía una versión de la Biblia para niños, y aunque eso es bueno, deseaba que tuviera acceso a un material de lectura que revelara la esencia de la Palabra, no solo la leche. Así que le regalé una hermosa edición de la Biblia.
Al desenvolver la hermosa Biblia, se le pusieron lágrimas en los ojos. Hoy dice que ese fue el mejor regalo que recibió. La lee con gozo, escudriñando cada versículo y ahora entiende con mayor claridad el significado de la “verdad bíblica”. Hasta se siente culpable por haber criticado el mensaje de la Iglesia. El Espíritu Santo ha depositado todo su poder en las publicaciones que ella lee y ahora entiende la verdad.

Tú decides

¿Qué pasó ayer? ¿Qué sucedió anoche? ¿Por qué se ha ido la sonrisa de tu rostro? ¿Por qué tienes la cabeza agachada? ¿Hay algo que sacudió tu vida ayer, anteayer, o en días pasados? ¿Qué te pasa? Toma aire profundamente, mantén un momento el aliento y mientras Dios te habla, siente como desde el primer cabello de tu cabeza hasta el dedo más pequeño de tus pies, un aire especial recorre todo tu ser.
Nos levantamos cada mañana de cada precioso e inspirador día, con el sol tocando nuestras mejillas, calentando nuestro cuerpo, y dándole gracias a Dios por permitirnos vivir un día más a su lado. Organizamos todo y salimos a vivir lo inesperado, anhelando las grandes y maravillosas sorpresas de Dios. Muchas cosas pueden pasar en un solo día, cosas grandiosas, cosas inimaginables, cosas edificantes, cosas espectaculares; pero también pueden pasar cosas que sacuden nuestro ser, torrentes de viento helado que agobian y congelan nuestra alma, las caídas.
Caer no es nada chistoso, y más aún, porque cuando caemos no queremos mirar al cielo. Sentimos como si hubiera pasado un huracán sobre nosotros, y para qué hablar sobre lo que siente nuestro espíritu del cual solo salen lágrimas, puños al aire, ira, frustración, y todo sentimiento del más doloroso fracaso que podamos tener en la vida, fallarle a Él.
Todos hemos sentido lo que es fallarle a Dios, todos hemos sentido eso. No podemos decir que alguno no le haya fallado a Dios, como tampoco lo vamos a celebrar, porque todos en su momento, le hemos fallado a nuestro Padre Celestial y hemos sentido el sabor amargo de lo que pensamos es una “derrota”. Hoy, quizá hoy, vienes por ese motivo, porque sientes que le has fallado a Dios, porque tuviste una caída o una recaída bastante dolorosa y de la cual sientes que no podrás volver a levantarte; hoy, quizá hoy, vienes a Dios con la vergüenza a flor de piel y con tu corazón en la mano, sin palabras, ni ganas, ni fuerzas; quizá hoy vienes con tu vida destrozada a causa de lo que ha pasado, y de lo que creíste ya habías vencido. Yo mismo sé lo que es sentirse de esa manera y sé que no es nada bueno, al contrario sé que duele más, mucho más de lo que dolería cualquier otra cosa en esta tierra. Sentir que le has fallado al Rey de Reyes es como sentir que tu mundo se ha venido abajo, que nada podrá acercarte de nuevo a Él, cuando le habías prometido que no volvería a suceder. Estoy contigo, de verdad yo sé lo que es eso, y Él sabe cuánto duele. Jesús sintió toda clase de dolor, y Él más que nadie, entiende cuánto nos duele fallarle a Dios.

Ese hábito oculto

Hace poco me contaron una historia fascinante y conmovedora.

Trata de un joven que cuando era niño, perdió su brazo izquierdo. Pero un día, al llegar a la adolescencia, decidió que quería practicar judo, y sus familiares trataron de persuadirlo, diciéndole que no podía practicar artes marciales siendo manco. Pero al muchacho no le importó la imposibilidad. En lugar de enfocarse en lo que no podía hacer, puso todos sus sentidos y su energía en aquello que sí podía hacer: practicar judo con un solo brazo.
Al poco tiempo, logró sorprender a su propio entrenador al pedirle participar en un torneo regional. Para sorpresa de todo el mundo, el muchacho, logró ganar el campeonato y ser el mejor en su categoría.

Un periodista le preguntó cuál era el secreto por el que había ganado, a pesar de que contaba con un brazo menos que el resto. Y el joven respondió:
-Dado que tengo la imposibilidad de tener solo 
un brazo, tuve que concentrarme en trabajar muy duro en la gran mayoría de los ejercicios. A diferencia de otros, sé que no puedo permitirme errores. Así que, como soy consciente de que cuento con menos recursos que la mayoría, tengo que lograr la perfección en lo que hago. Pero el gran secreto, dijo en tono socarrón, es que la única manera que tiene el contrincante de vencerme es tomándome del brazo izquierdo.
¡Increíble!, el muchacho había logrado hacerse fuerte, justamente, de su misma debilidad. En lugar de sentarse a llorar y preguntarle a la vida el porqué de no tener su brazo izquierdo, trató de esforzarse al máximo, sacándole utilidad a lo que se suponía era su defecto.
El caso es que todos, sin excepción, tenemos una debilidad con la que hemos de tener que luchar lo que nos reste de vida. El gran secreto es la manera de reaccionar a ella. Abraham no se detuvo a cuestionar su desierto espiritual, a pesar que el cielo estaba mudo en ese sentido. Sabía que debía avanzar, aunque no sintiera absolutamente nada de parte de Dios.
La actitud que tomemos en los momentos críticos es lo que hace que crucemos el desierto en tres semanas, o en cuarenta años.
Hace poco, un ministro de Dios se me acercó, y extremadamente apenado y avergonzado, me confesó que una debilidad lo estaba matando espiritualmente.
-Estoy atravesando mi peor desierto, resumió.
Entre lágrimas, este hombre, esposo y padre de varios niños, me comentó que un día, en la soledad de su oficina, decidió “investigar” algo acerca de la pornografía en internet. Me dijo honestamente, que no lo hizo por morbosidad sino por simple curiosidad. Pensó que como era un hombre adulto, no le haría mal un poco de información acerca de este flagelo.
Se dice que un hombre tarda veinte segundos en mirar una imagen pornográfica y veinte años en borrarla de su mente. Y eso fue exactamente lo que le había sucedido a este hombre, que ahora lloraba amargamente en su propio escritorio.
-Estoy atado a todo tipo de basura virtual, confesó; al principio esas imágenes me chocaron drásticamente, pero luego, de regreso a casa, no podía olvidar aquellas fotografías. Al día siguiente, volví a navegar por sitios para adultos, pensando que sólo se trataría de una pequeña mirada más, totalmente inofensiva.
Lo cierto es que desde hace meses, me siento vulnerable a todo tipo de pornografía. Lo que comenzó como una inocente mirada, se ha transformado en una adicción compulsiva. Cada vez que vuelvo a caer, siento una culpa atroz, pero luego, al cabo de unas horas, otra vez estoy envuelto en la misma trampa.

Aquel hombre me contó que en muchas ocasiones quiso hablarlo con su esposa, pero el temor a su posible enjuiciamiento o a quizá perder su respeto, le había hecho arrepentirse de confesárselo. Así que, hasta el momento en que finalmente me lo dijo, había optado por guardarse esa oculta debilidad en privado hasta poder solucionarla. Pero lo peor era que se sentía demasiado sucio para orar o recuperar la integridad perdida.
En muchas ocasiones no había querido ministrar la alabanza en su iglesia, poniendo cualquier excusa, porque sabía que su vida espiritual atravesaba una crisis profunda.
-No solo me siento atrapado por la lujuria, dijo, sino que además siento que mis oraciones son completamente huecas, y estoy seguro de que Dios no quiere verme ni oírme.
Recuerdo que le mencioné que no tenía por qué darse por vencido. Que aún contaba con que a su favor, reconocía que era un adicto a la pornografía y deseaba profundamente, ser completamente libre de ello.
Luego, le conté la historia del muchacho manco, e hice hincapié en que debía esforzarse por cambiar su estilo de vida, y no enfocarse nunca más en su debilidad.
Así que, nos pusimos a trabajar juntos.
Hicimos una oración, pero le aclaré que nada milagrosamente instantáneo iba a suceder. Ese es el gran problema que tenemos los predicadores, cuando le decimos a la gente que crea que una oración del evangelista lo cambiará como por arte de magia.
No es que ponga en tela de juicio el inconfundible Poder del Señor, pero en muchas ocasiones, se requiere mucho más que una imposición de manos. Se necesita un trabajo duro, un esfuerzo diario, entrenamiento.
No puedes solamente “intentar” dejar la pornografía o ese hábito oculto que te derrota en la intimidad. No puedes creer que con pasar al altar del domingo, ya no te enfrentarás a tu gigante el lunes por la mañana. Te costará tu mayor esfuerzo diario, todos los días de tu vida.
Le dije a este hombre, que cada vez que se sintiera tentado a consumir pornografía, aunque le diera mucha vergüenza, me llamara por teléfono, que íbamos a trabajar hasta reducir el hábito al mínimo. Que tenía que esforzarse al máximo. Que le esperaba un trabajo muy duro por delante.
Como sintió un gran alivio al confesarle a alguien su pecado, él consideraba que ya no tendría que luchar para vencer el hábito. O que llegaría un momento, en cierto nivel espiritual, donde ya no tendría que hacerle frente a las tentaciones. Él también pensaba que Dios tenía favoritos. Intocables e inmunes a las ofertas del enemigo.