jueves, 10 de abril de 2014

Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo

Quiero remitirte al versículo 20, Mateo 28:20, en el que hay unas palabras poderosas de Jesús, una promesa para nosotros. En él hay unos hermosos ojos para ti, unos brazos que están contigo en diferentes situaciones de la vida. Es precisamente lo que el Señor nos dice aquí en este versículo 20, en la segunda parte del versículo: "Y he aquí yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo." 
¿Cuántos pueden decir gracias al Señor por eso? He aquí yo estoy contigo todos los días, eso quiere decir domingo y lunes, también en invierno cuando está nevando, o en Junio cuando hace un sol precioso; el Señor te dice "Yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo".
Y esa es la Palabra que el Señor quiere compartir siempre con nosotros, y que siempre tengamos en el corazón. Si llegó la incertidumbre a tu vida, alguna carga muy grande, estás pasando por una tribulación, por alguna prueba familiar, algo que te hace dudar de Dios en este momento de tu vida, Él está contigo; o si ya sabes que Él está contigo, Él quiere afirmar más esa confianza. A todos nosotros nos dice "he aquí Yo estoy contigo", "Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo". Esa es la Palabra que Jesús puso en mi corazón esta mañana.

Enseñanza -Reflexiones

“La enseñanza del sabio es fuente de vida, para apartarse de los lazos de la muerte.” Proverbios 13:14 (NVI)
Una historia cuenta acerca de un médico que plantaba árboles. Su vecino le veía cada semana plantando nuevos retoños. Pero pocas veces veía que los cuidaba, regaba o vigilaba su crecimiento. Durante meses vio el trabajo de su vecino, hasta que, intrigado, le consultó: ¿Por qué dedica tanto tiempo a plantar árboles y pocas veces riega los retoños o cuida las plantas que están creciendo?, y el médico le respondió: Porque si lo hiciera, en lugar de beneficiarlos, los estaría perjudicando para su crecimiento.
Si yo regara los retoños, acostumbraría a la planta a buscar agua en la superficie y no crecería hacia abajo. Sus raíces no se introducirían en la tierra y no serían profundas. Y cuando las tormentas vinieran, la planta no podría sostenerse. Es cierto que mi técnica les hace más difícil su vida, pero lo que es un sacrificio en estos primeros años, redundará en beneficios en el futuro.
El vecino, por cuestiones de trabajo, tuvo que viajar a otro país, y se quedó a vivir en él más de veinte años. Pasado ese tiempo, regreso a su país de origen y fue a visitar su viejo barrio. Cuando llegó, no lo reconoció. Había un enorme bosque que antes no existía. El médico había hecho bien su trabajo. Pero notó algo más. Era un día muy destemplado, frío, con mucho viento y lluvia. Y muchos árboles del bosque, se doblaban sin poder resistir el fuerte viento.
Sin embargo, los árboles que el médico había plantado en el parque de su casa, estaban todos erguidos y derechos. Resistían el fiero viento con verdadera robustez. Se notaba que tenían raíces bien profundas.

De una semillita - Reflexiones

Cuenta la historia que una princesa agonizaba, y en su lecho de muerte, pidió que su tumba fuese cubierta con una gran piedra de granito y que alrededor hubiese otras piedras sellando la lápida.
También dio órdenes de afianzar las piedras con abrazaderas de hierro. Además, la lápida llevaría escrito: “Esta tumba, comprada para toda la eternidad, jamás deberá abrirse”.
Aparentemente, durante el entierro se metió en la tumba una bellotita. Al poco tiempo empezó a asomarse un brotecito en medio de las piedras. La bellota había absorbido suficiente alimento como para crecer.
Después de varios años de crecimiento, un robusto roble se levantaba entre las abrazaderas de hierro. El hierro no pudo con el roble y sus raíces lo rompieron, dejando al descubierto la tumba que nunca debía abrirse. La nueva vida se abrió camino desde el lecho de muerte con una semillita.

Cuando nos habla, ¿cómo podemos reconocer la voz de Dios?

Esta pregunta ha sido hecha por muchísima gente a través de todos los tiempos. Samuel escuchó la voz de Dios, pero no la reconoció hasta que fue instruido por Elí (1 Samuel 3:1-10). Gedeón tuvo una revelación física de Dios y aún así dudaba de lo que había escuchado, hasta el punto de pedir una señal, no una vez, sino tres veces (Jueces capítulo 6: 17-22 y 36-40). Cuando escuchamos la voz de Dios, ¿cómo sabemos que es Él quien habla? Ante todo, nosotros tenemos algo que ni Gedeón ni Samuel tenían. Tenemos la Biblia completa, la Palabra inspirada por Dios para leerla, estudiarla y meditarla. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” (2 Timoteo 3:16-17) ¿Tienes alguna pregunta acerca de algún tópico o decisión en tu vida? Lee lo que dice la Biblia acerca de ello. Dios nunca te guiará o dirigirá en contra de lo que Él ha pensado o prometido en Su Palabra (Tito 1:2).

Segundo, al oír la voz de Dios, debemos reconocerla. Jesús dijo, “Mis ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). Podemos relacionarnos con este verso, excepto porque los animales involucrados son reses. Si tenemos una granja de vacas, éstas, por su encuentro diario con quien las alimenta y las cuida, se sienten a gusto con él, y pueden reconocer inmediatamente a cualquier extraño. De la misma forma, si queremos conocer la voz de Dios, debemos pasar tiempo con Él, diariamente.

Valle de sombras

La angustia es un trampolín que nos impulsa a presentarnos ante el trono de gracia.
Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Versículo: Hebreos 5:7
La confianza sin reservas, que podemos desplegar a la hora de acercarnos al trono de gracia, se apoya en un hecho: el Sumo Sacerdote puede entendernos, porque Él ha vivido, en propia carne, las mismas limitaciones que nosotros. Conoce nuestro mundo, y esa comprensión le permite obrar con benignidad y misericordia hacia nosotros. 

El autor de Hebreos ilustra, aquí, mostrar la debilidad a la que Jesús estuvo expuesto, aludiendo a la más intensa prueba que soportó durante su peregrinaje terrenal: Getsemaní. A la escena conmovedora del texto, podemos sumar el cuadro que nos presenta el autor del primer Evangelio, Mateo: "Se llevó a Pedro y a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y comenzó a afligirse y angustiarse. Les dijo: “Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo”. (Mateo 26.37-38 – NTV). 
Jesús, de cara a la cruz, experimentó una angustia tan intensa, que confesó a sus tres discípulos que sentía que se moría. La abrumadora tristeza le impulsó a buscar el mismo socorro, que el autor de Hebreos nos anima que busquemos nosotros. Y al igual que el Hijo del Hombre, debemos presentarnos ante el trono de gracia con oraciones, súplicas, clamor y lágrimas.
La actitud del que ora es más importante que las palabras que pronuncia.
Vemos, pues, que Cristo está familiarizado con la desolación y soledad que a veces vivimos. Ha experimentado la sensación de ahogo que provoca la tristeza cuando abruma a nuestras defensas. Entiende lo que es sentirse incomprendido y abandonado, porque, al igual que nosotros, sus amigos se han quedado dormidos cuando más necesitaba de su compañía.