Llegó una carta al hogar del anciano profesor, jubilado tras enseñar y graduar a muchas generaciones de letrados.
La carta venía de James, un estudiante normal que se había esforzado grandemente para aprobar las clases del profesor, cosa que finalmente logró.
Muchos años después de graduarse, James había asumido un importante cargo de liderazgo en su compañía, pero a veces se sentía incómodo.
James, en la carta, le hacía una breve pero desesperada pregunta a su profesor, a quien consideraba la persona más sabía que jamás hubiese conocido, aunque sabía que pudo haber hecho un mejor trabajo caso de haber aprovechado bien las lecciones de su antiguo profesor.
“Maestro, no estoy seguro de si todavía continúa desempeñando su cargo, pero quisiera preguntarle si sería posible regresar para intentar aprender de nuevo las cosas que me perdí en la escuela, y así aprovechar su sabio consejo y enseñanzas”.
Las arrugadas manos del anciano profesor sostuvieron la carta en el aire, y se quitó las gafas para contemplar el cielo un momento, suspirar y tomar el viejo bolígrafo rojo que siempre había usado, y usó en su día para calificar las pruebas de James. El bolígrafo rojo nunca había sido usado para degradar las pruebas de James, sino para añadir notas de comentarios y preguntas de reflexión a los márgenes.