lunes, 30 de septiembre de 2019

La última palabra

16 Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; 17 y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados. 18 Entonces también los que murieron en Cristo perecieron. 19 Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de lástima de todos los hombres. 1ª Corintios 15;16-19.
Se llamaba Saralyn, y era la chica que me gustaba en el colegio. No sé si ella se daba cuenta de lo que yo sentía, pero sospecho que sí. Después de graduarnos, le perdí el rastro. Nuestras vidas fueron en diferente dirección, como suele suceder.
A través de algunos foros en línea, me mantengo en contacto con excompañeros, y me entristecí mucho al enterarme de que Saralyn había muerto. Me pregunté qué habría sido de ella todos esos años. Esta experiencia de perder amigos y familiares se está volviendo más frecuente a medida que envejezco; pero muchos tendemos a evitar hablar del tema.

Aunque lamentamos las pérdidas, la esperanza de la que habla el apóstol Pablo, es que la muerte no tiene la última palabra (1 Corintios 15:54-55). Le sigue algo más: la resurrección. Pablo fundamenta esa esperanza en la realidad de la resurrección de Cristo (verso 12), y afirma «si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe» (verso 14). Es una lástima que nuestra esperanza como creyentes se limite solo a este mundo (versículo 19).
Un día volveremos a ver a «los que durmieron en Cristo» (verso 18): padres y abuelos, amigos y vecinos, y quizá también a viejos compañeros de colegio. La resurrección tiene la última palabra. 
Señor, haz que el poder de tu resurrección se refleje en mí.
 

Muy personal: Un mensaje desde el fondo de mi corazón

Y seréis odiados por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, éste será salvo. (San Marcos 13:13)
¡Sí, yo sé lo que es sentir un dolor muy profundo! Sé también lo que es sentir la enfermedad tocar tu cuerpo, luchar y pensar que no lo resistirás. No piensen que porque escribo, predico la palabra de Dios y trato de hacer su voluntad, mi vida es un jardín de rosas sin espinas. Así como ustedes, me toca enfrentar mis luchas y conquistar mis batallas. Pero hoy he recordado algo que tengo que recordarle a todos ustedes también. Porque eso que estás pasando y que parece una herida de muerte, mañana será tan solo una cicatriz y más aún, se convertirá en el trofeo que te recuerde que superaste la prueba que se te presentó, porque Dios estuvo muy cerquita de ti. Ese trofeo te recordará lo que es ver la gloria de Dios descender sobre tu vida.
Resultado de imagen de Muy personal: Un mensaje desde el fondo de mi corazónNo puedo evitar pensar en todos esos hombres y mujeres que la Biblia menciona. Ellos atravesaron el dolor, sintieron muchas veces deseos de morir y de borrarse del mapa; pero a la vez, sentían fuego y pasión arder en sus corazones. El amor profundo que sentían hacia Dios los motivaba a caminar la milla extra, porque sabían, al igual que Pablo, que ellos no habían sido diseñados por Dios para retroceder.
Cumplir con el propósito y la misión que Dios tenía para sus vidas era más importante que sus propios deseos personales. Era para ellos, más importante cumplir el sueño de Dios, que dejarse llevar por la corriente. Aunque el enemigo los atacaba una y otra vez, aunque muchas veces eran señalados y les daban la espalda hasta las personas que ellos menos pensaban, tenían claro que si Dios los respaldaba e iba al frente de ellos, harían proezas en su nombre. Mientras más pruebas y tribulaciones enfrentaban, más gloria de Dios descendía sobre sus vidas y sobre la vida de las personas que les rodeaban. Hasta sus enemigos tenían que bajar sus cabezas al ver el respaldo de Dios, que nunca les dejaba quedar en vergüenza. El combate era a muerte, y ellos estaban dispuestos a dejarlo todo a cambio de que el nombre de Dios fuera conocido y exaltado.

La Buena cosecha

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, halando de ella con el riesgo de echarla a perder, y gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!
Algo muy curioso sucede con el bambú japonés, que lo transforma en no apto para impacientes:
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
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Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, al extremo, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de solo seis semanas la planta de bambú crece más de 30 metros.
¿Tardó solo seis semanas en crecer?
No, la verdad es que tardó siete años y seis semanas en desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitiría aguantar el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Contrariamente, en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno, y que éste requiere tiempo…
Tal vez por la misma impaciencia, muchos de los que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.
Es compleja la tarea de convencer al impaciente, de que solo llegan al éxito aquellos que luchan de forma perseverante y coherente, y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Y esto puede ser sumamente frustrante.
En esos momentos (que todos tenemos), es importante recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que, mientras no bajamos los brazos ni abandonamos por no ver el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.
Quienes no se dan por vencidos, van, gradual e imperceptiblemente, creando los hábitos y el temple que les permitirán obtener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia. Y tiempo…
¡Cuánto nos cuestan las esperas! ¡Qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos…!
Apuramos a nuestros hijos en su crecimiento, apuramos al chófer del taxi… nosotros mismos hacemos las cosas apurados, no se sabe bien por qué…
Perdemos la fe cuando los resultados no se dan en el plazo que esperábamos, abandonamos nuestros sueños, nos creamos patologías que provienen de la ansiedad, del estrés… Y todo ¿para qué?
Trata de recuperar la perseverancia, la espera, la aceptación. Gobernar aquella toxina llamada impaciencia, la misma que nos envenena el alma. Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… Quizá solo estés echando raíces…
Lucas 8:15 «Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y llevan fruto en paciencia»
Lucas 21:19 «Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas»
Romanos 5:3 «Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia»
Hebreos 6:12 «Que no os hagáis perezosos, mas imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas»