sábado, 13 de mayo de 2017

Humildad

Desde siempre el ser humano ha tratado de justificarse por sus obras. Muchos tratan de ser personas buenas y sinceras que hacen lo que es debido. Pero Jesús dice que la única manera de llevar una vida buena de verdad es permanecer cerca de Él, como un pámpano unido a la vid. Separados de Cristo, nuestros esfuerzos no llevan fruto. La biblia dice:
En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Juan 15:8 (Versión Reina Valera)
Cuando la vid lleva mucho fruto, Dios se glorifica, ¿En qué? En que Él envía el sol y la lluvia todos los días; por la voluntad de Dios, dicha planta recibe lo necesario para su florecimiento. Esta analogía de la agricultura, muestra cómo se glorifica Dios cuando la gente establece una buena relación con Él y comienza a «llevar mucho fruto» en sus vidas.
Una historia me hizo reflexionar. Iba un labrador a visitar sus campos para ver si los frutos estaban en sazón en la cosecha. Había llevado consigo a su pequeña hija, Luisita. Mira, papá, dijo la niña sin experiencia, cómo algunas de las cañas de trigo tienen la cabeza erguida y altiva; sin duda serán las mejores y las más distinguidas, sin embargo esas otras de su alrededor, que la bajan casi hasta la tierra, serán seguramente las peores. El padre cogió algunas espigas y dijo: — Mira bien, hija mía: ¿ves estas espigas que con tanta altivez levantan la cabeza? Pues están enteramente vacías. Al contrario, estas otras que la doblan con tanta modestia, están llenas de hermosos granos.
Dice la biblia:
Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Santiago 4:6 (VRV)

El sabio y el bueno son humildes: la soberbia es propia del ignorante y del malo.

¿Quién es el mayor?

(Los discípulos preguntaron a Jesús:) ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18:1-3
Inline image 1Esta pregunta se repite continuamente. ¿Quién es el más fuerte en el patio de la escuela? ¿Quién es el primero de la clase? ¿Quién ganó la carrera? ¿Quién tiene el mejor salario? Y la lista podría continuar.
Cuando los discípulos le hicieron esta pregunta, Jesús llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Les mostró que los que quisieran entrar en el reino de los cielos tenían que convertirse y volverse como niños. Así debemos recibir el Evangelio, con humildad, renunciando a nuestra propia inteligencia y a toda pretensión. ¡Somos salvos únicamente por la fe!
Luego Jesús respondió a la pregunta: “Cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (verso 4). Así que, entre los creyentes, somos grandes en la medida en que nos humillemos. Somos grandes cuando nos ponemos a disposición de los demás. La verdadera grandeza está ligada al amor, que se complace en servir y darse a los demás.
Dios detesta el orgullo. La soberbia y la arrogancia… aborrezco”, dice el Señor (Proverbios 8:13). “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Si tenemos una alta opinión de nosotros, Dios tendrá que enseñarnos a ser humildes. Pensemos en la humillación voluntaria de nuestro Señor. Él es nuestra verdadera vida, nuestro tema de gloria (Gálatas 6:14). Nuestra riqueza es su amor, su fidelidad. Pensando en Él, en sus intereses, nos olvidamos de nosotros y podemos reflejar algunos rasgos de su belleza moral.

Guardó todos los mandamientos

«Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor». Juan 15: 10, BA

Cristo representó ante los hombres y los ángeles el carácter del Dios del cielo. Demostró que cuando la humanidad depende enteramente de Dios, los hombres pueden guardar sus mandamientos y vivir, y su ley será como la niña de sus ojos.
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El ejemplo de Cristo reviste autoridad para cada hijo e hija de Adán. Él manifestó la ley de Dios en su vida, dando a los seres humanos un ejemplo de lo que pueden lograr en su favor obedeciendo todos los mandamientos divinos. Jesús es nuestro ejemplo, y por eso, de todo el que esté dotado de facultades de raciocinio se requiere que siga en sus pisadas; porque su vida es un modelo perfecto para toda la humanidad. Cristo es la norma completa de carácter que todos pueden alcanzar si participan de la naturaleza divina. «En Cristo, ustedes están completos» (Colosenses 2: 10, PDT).
¿Cómo anduvo el Redentor del mundo? No únicamente complaciéndose a sí mismo, sino glorificando a su Padre al realizar las obras de Dios y elevar a los seres humanos caídos que habían sido hechos a imagen de su Creador. Por precepto y ejemplo enseñó el camino de la justicia, manifestando el carácter de Dios y dando al mundo una norma perfecta de excelencia moral en la humanidad.
Los dos grandes mandamientos de la ley deben regular la conducta de todos los seres humanos. Esta fue la lección que Jesús enseñó por precepto y ejemplo. Dijo a la gente: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” Éste es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mateo 22: 37-39). El Señor Dios del cielo requiere de las seres humanos amor y culto supremos.

El Segundo Adán

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).

Cuando Dios acabó la obra creativa del universo, y habiendo pasado examen a todas las cosas creadas, vio que «todo era bueno». El hombre constituía la obra cumbre de la creación, el ser semejante a Dios: inteligente, dotado de voluntad propia, conciencia y espíritu. Toda la creación ofrecía un bello espectáculo de armonía, equilibrio y obediencia a las alineaciones de su Creador. Pero aquel espectáculo de hermosura fue de pronto quebrantado con la entrada del pecado al mundo.

huerto del eden, manzana, tentacion, eva, Adán1. El escenario del pecado: En el decurso de la historia humana jamás ha habido un día más negro, triste y amargo, que el día en que el pecado hizo su entrada en el mundo. Los ángeles del Cielo debieron haber suspendido sus alabanzas y el gozo se convirtió en tristeza, por cuanto el pecado había venido a mancillar la perfecta y hermosa creación de Dios. Desde ese momento era necesario un Salvador. El hombre jamás llegaría a liberarse del pecado, y el mundo jamás volvería a quedar limpio y armonioso. Desde entonces, el pecado comenzó una obra demoledora, desquiciadora. El pecado se fue multiplicando con rapidez sorprendente, como el germen mortífero más terrible que haya conocido la humanidad. Frente al pecado no han valido de nada las reformas sociales, la cultura o la educación. El pecado sigue su ritmo de multiplicación asombrosa, de tal manera que cada día el mundo se va despeñando hacia el abismo ignominioso del pecado en todos los órdenes de la vida.

2. El vehículo del pecado: «El pecado entró… por un hombre». El hombre fue el instrumento idóneo para introducir el pecado. El hombre se prestó a los planes satánicos de corromper la hermosa creación de Dios. Desde entonces se hacía necesario que otro hombre rescatara lo que el primero había perdido; que otro hombre, situado en el pecaminoso ambiente del mundo, fuera Reivindicador y Redentor del mismo hombre. Habiendo entrado el pecado por un hombre…, pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Nadie pudo ni nadie podrá quedar exento del pecado. En la soledad del anacoreta, allí hay pecado; en el interior del hogar más respetable, allí entró el pecado; en la vida del hombre más piadoso, allí hizo morada el pecado. El pecado no ha respetado al noble ni al plebeyo, ni al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante. Todos por igual, «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23), reafirmando una y otra vez que «no hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:10).