Son las cosas sencillas de la vida las que me agradan, pero no siempre fue
así, no siempre fue fácil. Hubo un tiempo en mi vida en el que todo se veía oscuro. Fue un
tiempo en el que mis hijos eran la única fuente de luz en mi vida.
Estaba desilusionada
conmigo misma por descender a un nivel tan profundo de mi mente, y el
creciente resentimiento interno que sentía solo hacía más deprimente cada día.
Escapando de mi propia
realidad, tomé refugio en las historias que escribía creando y creando otras nuevas, y
durmiendo como un personaje, imaginado, con una vida muchísimo mejor que la
mía. Estaba atrapada dentro de las fronteras que yo misma había creado,
impidiéndole a ciertos sentimientos, exceptuando la conmiseración propia y la
desilusión, residir y crecer libremente.
Puede sonar un poco
dramático para aquellos que, suficientemente afortunados, nunca han
experimentado la desesperación interior.
Desafortunadamente, la
mayoría de la gente se identifica con lo muy difícil que puede ser escalar
el pico de la depresión, especialmente si han estado residiendo al pie de la
montaña por algún tiempo. Pero con cada minuto, con cada hora y con cada día
que permanecemos quietos, tenemos una tendencia mayor a sentirnos acomodados a esos límites.
La montaña
entonces, viene a ser parte de nuestro escenario habitual, y la
jornada que deberíamos viajar para llegar a nuestro destino es pospuesta o, peor
aún, no conquistada nunca.