jueves, 22 de diciembre de 2016

Integridad

“Considera al íntegro y mira al justo, porque hay un final dichoso para el hombre de paz” (Salmos 37:37, RV95).

Resultado de imagen de Integridad
Arístides (530-468 a.C .) es un personaje histórico poco conocido, que constituye un verdadero ejemplo a imitar para quienes vivimos en tiempos de carencia de líderes íntegros, tanto a nivel político, como económico, social y, lamentablemente, religioso.
Conocido con el sobrenombre de “el Justo”, Arístides fue un político griego que se negó al cohecho, a beneficiarse del dinero público que pasaba por sus manos, y a hacer favores a sus amigos utilizando su influencia. No buscó nunca la gloria personal a pesar de que obtuvo grandes victorias en el campo de batalla. El historiador griego Heródoto se refirió a él como “el mejor y más honorable hombre de Atenas”, y de manera similar lo hizo Platón.
Paradójicamente, su integridad le granjeó el odio de sus conciudadanos de Atenas. Tanto, que en el 482 a.C. lo expulsaron de la ciudad. “Yo ni siquiera conozco a ese hombre, decía un ateniense que había votado a favor de su expulsión, pero estoy cansado de oír que es el más justo”. A pesar de que regresaría posteriormente al liderazgo político, Arístides murió pobre, como consecuencia de haberse negado toda su vida a dejarse corromper.

Sus planes son exitosos

Somos dados a querer que prevalezcan nuestros criterios y ser apáticos a dar cabida a los criterios de otros. Nos creemos muchas veces el centro del mundo, y consideramos que todo debe girar en torno a nosotros.
Nuestras reacciones están íntimamente relacionadas con nuestra tendencia a establecer cuestionamientos por todo; y en esta desmedida enfermedad de cuestionarlo todo, hasta estimamos que es necesario hacerlo con Dios, para poder enjuiciarlo y entenderlo.
Resultado de imagen de los planes de Dios son exitososHemos sido tan mal dirigidos por los hombres en este mundo, que la desconfianza nos ha calado hasta los huesos, y no aceptamos nada que primero no hayamos juzgado desde nuestro tribunal personal; o sea, toda acción que acometen los seres humanos, sus palabras, su carácter y otras actitudes las debemos considerar primero como lógicas, en base a todos los descalabros a los que hemos sido arrastrados en nuestro peregrinaje sobre esta tierra.
Entendemos que dar por sentado todo lo que nos dicen los seres humanos, no debe ser aceptado sin antes asimilarlo, analizarlo y entenderlo.
Somos seres racionales y no dejamos el cerebro en la puerta, por muy altas y rimbombantes que nos parezcan las posiciones que ostenten los seres humanos.
Lucas, en el libro de los Hechos, nos dice que los pobladores de Berea buscaban en las escrituras, para comprobar si cuanto les decían Pablo y Silas se correspondía exactamente con lo que ellas establecían.

¿Quién dices que es Él?

«Y vosotros, ¿quién dicen que soy yo?» Mateo 16:15
En 1929, en una entrevista, Alberto Einstein dijo: «Cuando era niño, me enseñaron de la Biblia y del Talmud. Soy judío, pero me cautiva la figura luminosa del Nazareno. Nadie es capaz de leer los Evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. Su personalidad palpita en cada palabra. Ningún mito contiene tanta vida».
El Nuevo Testamento da otros ejemplos de compatriotas de Jesús, que percibían que Él tenía algo especial. Cuando les preguntó a sus seguidores: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?», ellos respondieron que unos decían que era Juan el Bautista; otros, que era Elías; y algunos, que era Jeremías o uno de los profetas (Mateo 16:13-14). Que lo mencionaran entre los grandes profetas de Israel era sin duda, un elogio, pero Jesús no buscaba eso, sino que los escudriñaba para ver si tenían fe. Entonces, hizo una segunda pregunta: «Y vosotros, ¿quién dicen que soy yo?» (verso 15 RVC).
La declaración de Pedro expresa la verdad sobre la identidad de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (verso 16).
Jesús anhela que lo conozcamos a Él y su poder salvador. Por eso, en algún momento debemos responder la pregunta: «¿Quién dices tú que es Jesús?».

Señor, deseo conocerte mejor, amarte más y seguirte de todo corazón.
La identidad de Jesús es la cuestión central de la eternidad.

Vivir en la luz

Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz y en él no hay tropiezo. Pero el que odia a su hermano está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. 1 Juan 2:8-11
Inline image 1Era una mañana oscura. El cielo estaba cubierto de nubes bajas y grises, y la atmósfera estaba tan sombría que tuve que encender las luces para leer. Acababa de sentarme, cuando, de repente, la habitación se iluminó. Levanté la mirada y vi que el viento estaba llevándose las nubes, el cielo se había limpiado y aparecido el sol.
Mientras iba hacia la ventana para contemplar la escena, me vino a la mente un pensamiento: «las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra» (1 Juan 2:8). El apóstol Juan escribió estas palabras a los creyentes para transmitirles ánimo. Y agregó: «El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo» (verso 10). Por contraposición, equiparó el odiar a las personas con deambular en la oscuridad. El odio desorienta; nos quita el sentido del rumbo moral.