Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. Salmo 139:14 (Biblia de las Américas)
Una de las cosas que hace que la alta costura de los modistas de París y Nueva York sea tan cara, es que son modelos exclusivos. La mujer que se compra un modelo exclusivo de Chanel o Ives Saint Laurent, sabe que no va a ver un vestido igual puesto en otra mujer. Sabe que va usar una prenda que está confeccionada cuidadosamente, a veces cosida a mano, y hecha a su medida para que lo calce como un guante.
Ella sabe que su vestido ha sido creado con esmero, con mucho cuidado, y está dispuesta a pagar un alto precio por esa prenda exclusiva. Así debería ser al mirar nuestra propia vida. Dios nos ha creado de manera que no se nos pueda reproducir, que no se nos pueda duplicar. Él selecciona cada aspecto de nuestra personalidad, crea cada habilidad y talento que nos da y pone especial atención en cada una de nuestras características y cualidades.
Hemos sido hechos a mano por Dios en el vientre de nuestra madre. Nos ha formado para que cumplamos un rol específico en su plan soberano para todos los siglos. Lea fue creada, formada y elegida con un propósito específico en el plan de Dios, a pesar de que ella misma no lo sabía. Ella fue un modelo exclusivo. Y también tú lo eres. Dios te creó para que fueses única. Tus huellas digitales son diferentes a las de cualquier otra persona; no solo de cualquier persona que viva hoy en día, sino de cualquier ser humano que haya existido y que existirá.
Lo mismo sucede con tus manos, tus pies, tu voz y tu código genético. Nadie tiene la combinación de rasgos físicos que tú tienes. Nadie más tiene tu juego de genes. Y aunque tuvieras los mismos genes que otra persona, igualmente serías única. Nadie más ha sido colocado por Dios exactamente como tú en tu familia, en tu barrio, con tus amigos y conocidos, en tu ciudad y estado, o siendo miembro de tu iglesia.