miércoles, 12 de abril de 2017

El Mecánico

Una vez iba un hombre en su automóvil por una larga y solitaria carretera cuando de pronto, su coche comenzó a pararse hasta quedar estático. El hombre bajó, lo revisó, trató de averiguar qué era lo que tenía. Pensaba que no tardaría mucho en averiguar qué era lo que tenía el coche pues hacía muchos años que lo conducía, sin embargo, después de mucho rato se dio cuenta de que no encontraba la avería. En ese momento apareció otro auto, del cual bajó un hombre a ofrecerle ayuda.
El dueño del primer coche dijo:
– Mira, éste es mi coche de toda la vida, lo conozco como la palma de mi mano. No creo que tú sin ser el dueño puedas hacer algo.
El otro hombre insistió con una cierta sonrisa, hasta que finalmente el primer hombre dijo:
– Bueno, haz el intento pero no creo que puedas pues éste es mi auto.
El segundo hombre se puso manos a la obra y en pocos minutos encontró la avería que tenía el auto y lo pudo arrancar.
El primer hombre quedó atónito y preguntó:
– ¿Cómo pudiste arreglar el coche si no es tuyo?
El segundo hombre contestó:
– Verás, mi nombre es Felix Wankel….yo inventé el motor rotatorio que usa tu coche.
Cuántas veces le decimos a Dios: ésta es mi vida, éste es mi destino, ésta es mi casa. Al enfrentarnos a los problemas y a los días difíciles creemos que nadie nos podrá ayudar, pues “es MI vida”.
Pero, ¡vamos a ver!:
¿Quién hizo la vida? ¿Quién hizo el tiempo? ¿Quién creó la familia?
Solo aquel que es el autor de la vida y el amor, puede ayudarte cuando te quedes tirado en la carretera de la vida.
Hebreos 13:6 “De tal manera que digamos confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre.”

El Antiguo y el Nuevo Testamento coinciden

“Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no sea su Rey”  (1 Samuel 8:7).
El pueblo de Israel se formó en Egipto bajo el reinado de sucesivos faraones, crueles opresores que sumergieron la nación en la esclavitud. Salieron bajo el apto liderazgo de Moisés que servía como Caudillo de Israel bajo el patrón Dios. Al entrar en la Tierra Prometida, Israel fue una teocracia: Dios fue el Rey; su Ley, la ley del país; y los jueces, los que administraban justicia. El último juez fue Samuel, el protagonista del cambio de gobierno que va a ser motivo de comentario ahora.


Imagen relacionadaCuando Samuel llegó a ser mayor, los ancianos de Israel le presentaron la petición de poner un rey sobre Israel, como las otras naciones. Samuel intentó disuadirlos, pero ellos insistían: “Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (1 Samuel 8:19, 20).  ¡Querían que el rey les hiciese sus guerras cuando en el capitulo anterior tenemos el relato de cómo Dios, solo, sin ejército alguno, les dio la victoria en la batalla contra sus enemigos! ¡Qué mejor que esto! Pero tenían la memoria corta y querían ser como el resto del mundo. Querían un rey visible para gloriarse en él. La respuesta de Dios está llena de emoción: “Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no sea su Rey”. Dios se dio cuenta de que Israel lo había rechazado como Rey. Aquel momento fue decisivo en la historia de Israel. De aquel tiempo hasta su derrota y cautividad, Israel fue gobernado por reyes; muchos de ellos no solo no temían a Dios, sino que obraban en su contra y apartaban al pueblo de Dios.

Tras la huella de su madre

Era un día muy ajetreado en nuestro hogar. Pero claro, con 10 hijos y otro en camino, todos los días eran un poco agitados. Ese día en particular, sin embargo, tenía dificultades incluso para realizar los quehaceres domésticos habituales, y todo a causa de un pequeñito.
Len, que tenía tres años entonces, estaba encima de mis talones dondequiera que me dirigiera. Cada vez que me detenía para hacer algo y me daba la vuelta, tropezaba con él.  Varias veces le había sugerido actividades entretenidas para mantenerlo ocupado.
-¿No te gustaría jugar en el columpio?, le pregunté una vez más.
Pero él simplemente me brindó una inocente sonrisa y me dijo:
Imagen relacionada-Está bien, mamá, pero prefiero estar aquí contigo.
Luego continuó retozando alegremente a mi alrededor.
Después de pisarlo por quinta vez, comencé a perder la paciencia e insistí en que saliera a jugar con otros niños. Cuando le pregunté por qué estaba actuando así, me miró con sus dulces ojos verdes y me dijo:
-Mira, mami, en la escuela mi maestra me dijo que caminara tras las huellas de Jesús. Pero como no lo veo, estoy caminando tras las tuyas.
Tomé a Len entre mis brazos y lo abracé. Lágrimas de amor y de humildad se derramaron sobre la oración que brotó en mi corazón: una plegaria de agradecimiento por la simple, pero hermosa perspectiva de un niño de tres años.
¿Qué huellas estás dejando en tu vida? ¿Quieren tus hijos, amigos o compañeros de trabajo seguirlas? Mucho hemos oído acerca de seguir las huellas de Jesús, pero ¿pueden los demás seguir las tuyas también?
Juan 8:12
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Pastor de por vida

Y bendijo a José, diciendo:
«El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac,
el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día. Génesis 48;15
Cuando mi hijo pasó a un grado superior en la escuela, lloró, diciendo: «¡Quiero a mi maestra de siempre!». Tuvimos que ayudarle a darse cuenta de que cambiar de maestra es parte de la vida. Tal vez nos preguntemos: ¿Habrá alguna relación que dure para siempre?
Jacob, el patriarca, descubrió una. Después de vivir muchos cambios drásticos y de perder seres queridos en el camino, se dio cuenta de que había una presencia constante en su vida. Oró: «El Dios (…) que ha sido mi pastor toda mi vida (…) bendiga a estos muchachos» (Génesis 48:5-16 LBLA).
Jacob había sido pastor, así que comparaba su relación con Dios con la del pastor y sus ovejas. Desde que la oveja nace hasta que es vieja, el pastor la cuida día y noche. La guía durante el día y la protege mientras duerme. David, también pastor, tenía la misma convicción, pero enfatizó en la dimensión eterna al declarar: «en la casa del Señor moraré por largos días» (Salmo 23:6).
Cambiar de maestro es parte de la vida. Pero bueno es saber que podemos tener una relación eterna. El Pastor nos ha prometido estar con nosotros todos los días de nuestra existencia terrenal (Mateo 28:20). Y, cuando nuestra vida aquí termine, estaremos más cerca de Él que nunca.

Padre, gracias por ser el Pastor de mi vida. Te alabo por tu fidelidad.
Dios nunca nos abandona.