“De la misma manera que puedes identificar un árbol por su fruto, puedes identificar a la gente por sus acciones” (Mateo 7:20, NTV).
Tuve un problema en una cuerda vocal en la primavera de 2013, debido a un riguroso calendario de programas de radio y a una gira de conciertos por Australia. Muchos viajes, un uso excesivo de la voz, un reflujo gástrico y quién sabe qué más, causaron la hemorragia en una cuerda. Aunque hacía semanas que mi voz se había sentido “fatigada”, no le había prestado la atención que merecía, ya que nunca había tenido problemas de cuerdas vocales en el pasado. Devastada, observé la radiografía de mi garganta en la consulta del médico otorrinolaringólogo, temiendo no poder volver a cantar de nuevo.
Me sometieron a un estricto reposo vocal: no podía reírme, toser, estornudar ni aclarar la garganta durante dos semanas, que luego se convirtieron en cuatro. Me invadió el temor por las posibles cancelaciones y aplazamientos de conciertos. Lo peor de todo era que había un evento que no podía posponer: la boda de mi hermano.
Hice un hermoso collar para colgarme al cuello con una nota que exponía mi situación. ¿Cómo será asistir a una ocasión tan feliz, rodeada de familiares, sin poder decir ni una palabra?, me preguntaba. Hacía años que no veía a muchos de mis familiares, y ahora no iba a poder hablar con ellos.