viernes, 8 de mayo de 2015

Permite que Dios resucite tus sueños

Todos hemos escuchado alguna vez la historia de la resurrección de Lázaro que se encuentra en el capítulo 11 de Juan.
El relato dice que Lázaro enfermó y sus hermanas Marta y María mandaron llamar a Jesús. En el versículo 3 dice que el mensaje era: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”.
No mucha gente se animaría a mandar un mensaje así, salvo que hubieran tenido una relación cercana con el Maestro.
Marta, María y Lázaro habían sido testigos de los milagros que Jesús había estado haciendo y  compartieron con Él, eran sus amigos. Probablemente, estaban convencidos de que Jesús vendría inmediatamente al escuchar la noticia, y haría un gran milagro como los que habían visto.
Pero lejos de lo que podrían haber creído, Jesús deliberadamente, se demoró y llegó 4 días después de que Lázaro hubiera muerto. Posiblemente pienses que Jesús era un mal amigo o que en realidad no le importaba lo que sentían, pero no es así; más adelante en el capítulo, dice que Jesús lloró y que estaba conmovido, pero Él tenía un plan más grande para la vida de sus amigos, los haría protagonistas de algo nunca antes visto.
Cuando Jesús llegó al lugar, Marta salió a su encuentro y le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.”
A veces creemos que hemos llegado al final de nuestras vidas. Puede que estés enfrentando una enfermedad, por la que pediste mucho tiempo a Dios que te sanara; o quizá sientes que ya no podrás salir de la dura situación económica en la que te encuentras; o tu familia está en la crisis más grande que jamás atravesó y quizá te hayas resignado. Estás abandonando tus sueños, tu oración es parecida a la de Marta, y le dices: Señor, si hubieses estado aquí,... si hubieras llegado a tiempo…
No importa cuánto tiempo llevas pidiéndole a Dios un milagro, ni cuán mala sea tu situación económica, familiar, o si el diagnóstico que te dieron es irreversible. Porque Dios está en control y Él siempre llega a tiempo, no en nuestro tiempo sino en el suyo.

¡No te lamentes por la leche derramada!

¡Ayer ya se fue, y nada puedes hacer con relación a lo sucedido! ¡Sigue adelante! ¡No te lamentes por la leche derramada!
Todas esas frases y dichos venían a su mente mientras se marchaba de la sala del tribunal. El matrimonio de Jim había terminado. Era la primera persona que se divorciaba en su familia, y esta realidad lo devastaba.
¿Qué pensará mi familia de mí? Se preguntaba.
Un par de meses después, una tarde nevada de invierno, encontró la respuesta. Jim había viajado desde su casa, en el sur de Texas, a un pequeño pueblo situado en las Montañas Rocosas de Colorado, para visitar a su hermano por la Navidad. Ya casi oscurecía, cuando el autobús se deslizó en el estacionamiento de una estación de servicio.
Enormes copos caían suavemente y todo quedó cubierto de nieve. Jim estaba extenuado e inquieto, mientras descendía del autobús. Repentinamente, encontró a Steve, su hermano mayor y Jim quedó atrapado en un abrazo enorme, de tal magnitud que superaba a todos los de su clase. Cuando Jim levantó la vista, vio a su padre parado a la orilla del estacionamiento con una sonrisa en su rostro. El acto de bienvenida que le habían ofrecido, le hizo sentirse amado.
Ese sencillo mensaje de amor y aceptación, transmitido en una tarde nevada de invierno, tuvo un profundo impacto en la vida de Jim. No hizo desaparecer su pesar como por arte de magia, pero con el transcurso del tiempo, le capacitó para ganar fortaleza y aliento cada vez que lo recordaba. 
No importa lo que hayamos hecho, somos valiosos y bienvenidos en el reino de Dios y cada día es un nuevo día. 
Proverbios 28:20  El hombre fiel abundará en bendiciones.

Un mensaje desde el fondo de mi corazón

…”mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo”. Marcos 13:13
¡Sí, yo sé lo que es sentir un dolor muy profundo! Sé lo que es sentir la enfermedad instalarse en tu cuerpo, luchar y pensar que no lo resistirás. No piensen que porque escribo, predico la palabra de Dios y trato de hacer su voluntad, mi vida es un jardín de rosas sin espinas. Así como ustedes, también me toca enfrentar mis luchas y conquistar mis batallas. Pero hoy he recordado algo que tengo que recordarte a ti también. Porque eso que estás pasando y que parece una herida de muerte, mañana será solo una cicatriz y más aún, se convertirá en el trofeo que te recuerde que superaste la prueba que se te presentó porque Dios estuvo muy cerquita de ti. Este trofeo te recordará lo que es ver la gloria de Dios descender sobre tu vida.
No puedo evitar pensar en todos esos hombres y mujeres que la Biblia menciona. Ellos atravesaron el dolor, sintieron muchas veces deseos de morir y de borrarse del mapa; pero a la vez, sentían el fuego y la pasión arder en sus corazones. El amor profundo que sentían hacia Dios los motivaba a caminar la milla extra, porque sabían, al igual que Pablo, que ellos no habían sido diseñados por Dios para retroceder.
Cumplir con el propósito y la misión que Dios tenía para sus vidas era más importante que sus propios deseos personales. Era para ellos, más importante cumplir el sueño de Dios que dejarse llevar por la corriente. Aunque el enemigo los atacaba una y otra vez, aunque muchas veces eran señalados y les daban la espalda hasta las personas que ellos menos pensaban, tenían claro que si Dios los respaldaba e iba al frente de ellos, harían proezas en su nombre. Mientras más pruebas y tribulaciones enfrentaban, más gloria de Dios descendía sobre sus vidas y sobre las personas que les rodeaban. Hasta sus enemigos tenían que bajar sus cabezas, al ver el respaldo de Dios que nunca los dejaba en vergüenza. El combate era a muerte, y ellos estaban dispuestos a dejarlo todo a cambio de que el nombre de Dios fuera conocido y exaltado.

Cada uno en un riel

Unos niños paseaban por el bosque cuando descubrieron una línea de ferrocarril abandonada. Uno de los niños saltó a uno de los rieles y trató de caminar por él, pero después de unos cuantos pasos, perdió el equilibrio. Otro trató de hacer lo mismo, y también se cayó. Los demás se rieron.
"Apuesto a que ustedes tampoco pueden", le dijo a los demás uno de los que había hecho el intento. Uno a uno los demás niños lo intentaron pero todos fallaron. Hasta el mejor deportista del grupo no pudo dar más de una docena de pasos antes de caer fuera del riel.
Entonces, dos niños comenzaron a hablarse al oído y uno de ellos lanzó el siguiente desafío: "Yo puedo caminar todo lo que quiera por el riel, y él también", les dijo, señalando a su compañero. "No, tú no puedes", le dijeron los demás.
"¡Apuesto un caramelo a cada uno, que sí puedo!", les respondió. Los demás aceptaron.
Entonces los niños subieron cada uno a un riel, extendieron un brazo, se tomaron fuertemente de las manos y empezaron a caminar por toda la vía.
Individualmente no hubieran podido hacerlo, pero trabajando juntos no les fue difícil alcanzar la victoria.
El poder de la colaboración produce la multiplicación.