Somos nosotros mismos los que, muchas veces, ponemos obstáculos para que las cosas nos salgan bien o recibamos los resultados que esperamos. Cuando algo está saliéndonos bien, tenemos esa sombra de temor constante, algo que pende como espada de Damocles, que nos hace pensar que va a ocurrir lo malo, porque “no todo puede ser tan bueno”. Es frecuente este pensamiento.
Es más, cuando algo nos resulta bien, lo solemos atribuir a la fortuna, a que el resto nos ayudó o a que verdaderamente no era tan difícil. Por el contrario, cuando algo no nos resulta bien, asumimos toda la responsabilidad y seríamos capaces de apostar que lo que nos ocurrió fue porque algo hicimos mal, porque nos equivocamos o tenemos algún defecto que provoca estos resultados. A esto se llama tener un error de atribución, pero para entenderlo mejor lo llamaremos error de percepción.
¿Has visto alguna vez esas imágenes que pueden ser dos cosas a la vez, como esa imagen de la mujer joven y la bruja en un mismo dibujo, o el de las escaleras que no se sabe si suben o bajan? Si nos damos cuenta, dependiendo de donde fijemos la atención es lo que vamos a ver. Ahora bien, si es tan fácil de entender y de ver, ¿por qué en nuestra vida es tan difícil algunas veces?
El error de percepción es más común de lo que creemos, se da en distintos ámbitos, inclusive en las cosas más cotidianas. Por ejemplo, si toda la vida no hemos destacado en matemáticas y en algún momento atinamos con un cálculo mental rápido, atribuimos este resultado a que la operación matemática era fácil, a que tardamos demasiado y mil y una razones para no reconocer que tuvimos una parte de la brillantez de Einstein. Por el contrario, cuando herimos a alguien con algo que decimos, tenemos una mala calificación o llegamos tarde a algún lugar, hacemos inferencias globales sobre nosotros mismos, los consideramos eventos normales en nosotros, como por ejemplo: “siempre daño a la gente que quiero”, “en todo me va mal”, “no importa cuánto me esfuerce, nunca llego a la hora”. Con todas estas afirmaciones lapidarias que hacemos de nosotros mismos, difícilmente vamos a dejar espacio para aceptar los cumplidos de los demás y mucho menos, para tener una visión positiva de nosotros mismos. Esto es lo que se llama tener un error de percepción.
Lo que veo lo tergiverso con lo que ya sé, y no soy capaz de ver el objeto, situación o persona de la manera en que al menos la mayoría de la gente lo ve.
Esto me invita a reflexionar en torno a la vida de aquellas personas que han sido capaces de cambiar la historia de un país, ciudad, o localidad; personas que han tenido “un algo” que las ha hecho especiales. Estas personas fueron capaces de verse a sí mismas, con menos errores de percepción que el resto de los mortales. Lo más probable es que, cuando todo el mundo les gritaba “No” en el rostro, ellos no se lo tomaban personalmente, no pensaban en que ellos tenían algo que incitaba a los demás a decirles que no. Tampoco pensaron que si una, dos, tres, cuatro, o cinco personas les decían que no, la sexta también lo haría, por eso lo seguían intentando hasta que lo consiguieron. Personas así deberían inspirarnos y desafiarnos a querer “ese algo” que ellos tienen y a luchar hasta lograrlo, sin importar cuánto cueste ni cuánto tarde.