martes, 3 de abril de 2018

La Guía del Espíritu Santo

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
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Algunos de nosotros hemos vivido una experiencia ilustrativa de cómo el Espíritu Santo guía a los hijos de Dios. Este episodio acaba de pasarle a una hermana en la fe acerca de un viaje a Kenya que tenía programado.

Para poder salir en su viaje misionero a Kenya, Elizabeth necesitaba varias cosas, sobre todo a una chica que viviera en su piso para ayudar con los gastos, una persona para reemplazarla como profesora en la academia donde actualmente da clases de inglés, y más apoyo económico. Creyendo que el Señor le había indicado que quería que fuese en abril, sacó el visado y se puso las vacunas, y esto lo hizo por fe, creyendo que el Señor supliría el resto. Oraba y ponía anuncios en algunos sitios de que alquilaba una habitación. A la vez buscaba una profesora de inglés para ocupar su lugar. Encontró una chica que podía hacer las dos cosas, pero le faltaban ciertos requisitos para poder dar inglés, por lo que ésta se apuntó a un cursillo intensivo, sin saber si le iban a dar el puesto de trabajo. 
Por otra parte, Elizabet se fue a hablar con la directora de la academia para decirle que quería ir a Kenya y que había encontrado una chica para ocupar su lugar. La directora no estaba muy convencida, y sin su beneplácito el plan no podía funcionar.

Elizabet estaba perpleja. ¿El Señor no le había dirigido a ir a Kenya? ¿Qué estaba pasando? Volvió a su casa y buscó a Dios en oración. ¿Qué había hecho mal? El Espíritu Santo le habló por un versículo en Proverbios que dice más o menos que el que se humilla será prosperado, pero no se acordaba dónde estaba. (Era Proverbios 15:33). Abrió su Biblia en la página, y comprendió que ella no era quién para decir a la directora cómo tenía que organizar su academia y que tenía que humillarse delante de ella por cómo había enfocado el asunto. Le escribió un correo electrónico pidiendo disculpas, diciendo que, había dado su palabra de que trabajaría hasta el verano, pero que si su baja iba a causar complicaciones posteriores para la academia, no iría. Confió en Dios y puso su viaje en manos de la directora. La directora cambió de actitud, pidió una entrevista con la otra profesora ¡y le ofreció el trabajo! 

El día siguiente recibió un donativo inesperado que cubre gran parte de sus gastos. Ahora está ultimando los detalles para prepararse para salir. En el último momento todo se puso en su sito. Dijo que tendrá que acostumbrarse a que Dios muchas veces obra así. Nosotros tenemos que ir haciendo los preparativos como si todo estuviese ya concretado, y Dios obrará. Al leer este testimonio, tal vez alguien pregunte: ¿Cómo se sabe que no son planes descabellados los nuestros, o que realmente estamos siendo guiados por el Espíritu Santo? ¡Se sabe por el resultado!   

No puedo… ¡tengo miedo!

“Sean firmes y valientes, no teman ni se aterroricen ante ellos, porque el Señor tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará.”
(Deuteronomio 31:6.) 
Que alce la mano quien alguna vez no ha sentido temor a algo o a alguien.
Resultado de imagen de el cocoDesde que fuimos niños, el temor entró a molestar en nuestra vida, y todo porque fuimos criados en la cultura del miedo. Recordemos que el temor a la  oscuridad fue el primero que experimentamos, porque nos enseñaron a relacionar las sombras con lo maligno y tenebroso, a temer que se nos aparezcan diablos, fantasmas o seres de ultratumba. Inclusive algunos padres y maestros apegados a lo religioso, aportaron también al amenazarnos con la cantinela diaria: si  te portas mal, va a venir el “coco”.
Acerca de nuestras faltas y travesuras infantiles, se nos dijo que por ellas iríamos al infierno, en donde sus habitantes nos someterían a torturas eternas, tales como ingerir plomo derretido.
En la escuela también había historias de duendes, fantasmas, etc. Para sustentar toda esta cultura del miedo, no faltaron lúgubres leyendas que nos obligaban a dormir temprano y sin sueño, alimentadas por el cine con sus personajes tradicionales desde  Drácula, Frankestein, y el  destripador de Londres, hasta  Jeison, Freddy Kriüger, Chuky y otros más, de los cuales los chicos modernos ya no huyen, más bien son sus admiradores.
Las doce de la noche fue declarada una hora fatídica, porque según el mito, era la hora en que salían a su ronda habitual las almas en pena y otros aparecidos.

Liberarse del miedo

Viéndolo ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y gritaron, porque todos lo veían, y se asustaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo:
—¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis. Marcos 6: 49-50
Nuestros cuerpos reaccionan cuando nos sentimos amilanados o con miedo. Se forma un nudo en el estómago, sumado a palpitaciones y una respiración profunda, lo que indica un estado de ansiedad. Nuestra misma naturaleza física impide que ignoremos esos sentimientos de inquietud.
Los discípulos sintieron oleadas de temor la noche después de que Jesús alimentó milagrosamente a más de cinco mil personas. El Señor los había enviado a Betsaida para poder estar solo y orar. Mientras ellos remaban contra el viento, vieron de repente a alguien que caminaba sobre el agua. Al pensar que era un fantasma, se aterrorizaron (Marcos 6:49-50).
Pero Jesús los tranquilizó diciéndoles que no tuvieran miedo y fueran valientes. Cuando entró en la barca, el viento se detuvo y llegaron a la orilla. Sus temores se fueron calmando a medida que experimentaron la paz que Él les ofreció.
Cuando la ansiedad nos ahoga, podemos descansar seguros en el poder de Cristo. Tanto que calme las olas o que nos dé fuerzas para enfrentarlas, nos dará su paz «que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7). Entonces, a medida que nos libra de nuestros temores, nuestros cuerpos y espíritus pueden volver a un estado de reposo. 
Señor, ayúdame cuando el temor parezca envolverme. Líbrame de mis miedos y dame tu paz.
El Señor nos libera del temor.