Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Marcos 8: 34-35
Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Marcos 8: 34-35
Muchos olvidan que ese lugar existió, donde los salvó y les dio sentido a su vida, ese rincón donde Un hombre sin merecerlo sufrió, fue humillado y no le importó. Donde por amor, todo por amor, pudiéndose bajar de esa cruz, prefirió hacer la voluntad de su padre, el más bueno y santo de todos, y murió como la persona más vil y mala.
Cuando da lo mismo doblar o no las rodillas para orar, cuando se busca el mejor pretexto para no ir a alabar a esa persona que dio su vida por cada uno, cuando en una esquina se encuentra su palabra llena de polvo, cuando ya no hay hambre de Él, de su presencia. Quizá sea la falta de emoción, o tal vez se está volviendo más atractivo el mundo que SU PRECIOSA SANGRE DERRAMADA, porque se deja de valorar lo que Él hizo, se sueltan de su mano, y ya no les da un escalofrío su pasión de camino al Calvario.
Porque empiezan a dejar que el enemigo los domine con pensamientos, deseos y actos con los cuales desprecian Su muerte por nosotros.