Vi un gran número de ángeles que traían de la ciudad gloriosas coronas: una corona para cada santo con su nombre escrito. A medida que Jesús requería las coronas, los ángeles se las presentaban, y con su propia mano derecha, el amante Jesús colocaba las coronas sobre las cabezas de sus santos. De la misma manera, los ángeles trajeron las arpas, y Jesús las presentó también a los santos. Los ángeles que dirigían, dieron el tono primeramente, y luego toda voz se elevó en alabanza agradecida y feliz, y toda mano se deslizó diestramente sobre las cuerdas de las arpas, arrancando una melodiosa música en ricos y perfectos acentos.En la ciudad había todo lo que podía alegrar la vista. Por todas partes los ojos vieron abundante gloria. Entonces Jesús miró hacia sus santos redimidos; sus rostros estaban radiantes de gloria; y a medida que fijaba en ellos sus ojos amorosos, dijo, con voz exquisita y musical: “Veo el trabajo de mi alma y estoy satisfecho. Esta abundante gloria es vuestra, para que la gocéis eternamente. Vuestras tristezas han terminado. Ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”…