El otro día noté lo necesitado que estaba; cuando alguien me habló de una forma incorrecta, respondí de la forma que menos esperaba hacerlo. Mi vocabulario está cambiando y esa es señal de que me estoy alejando de ti.
¡Ay Señor! ¡Cuánto te necesito! A veces he orado y no te he sentido, sé que estás siempre allí, sin embargo mi mente me hace pensar que no merezco tu presencia y muchos menos que inclines tu oído para escuchar mi oración.
He tratado de leer tu Palabra y ya no siento el mismo gusto que antes sentía. A veces creo que lo sé todo, que no hay nada que deba aprender o que alguien me pueda enseñar, ¡Ay Dios! ¡Cuánto te necesito! He perdido mi humildad, he dejado de ser como un niño para convertirme en un “adulto” sabelotodo.
Te sirvo Señor, sin embargo siento que no lo hago con la misma intención de antes. Recuerdo que tiempo atrás oraba antes de cada servicio, recuerdo cómo me preparaba, tan minuciosamente..., recuerdo lo importante que era para mí hacer el trabajo que me habías encomendado, sin embargo me miro hoy en día y me doy cuenta que lo hago sólo por hacerlo, que todo se ha convertido en una rutina y he dejado escapar aquella pasión que un día existió en mi corazón por hacer tu obra.