Un joven se dirigía como cada mañana a su trabajo, cuando, por el camino, vio a un hombre cargando una pesada carretilla repleta de ladrillos. El joven le preguntó:
– ¿Hacia dónde va?
– Voy al pueblo.
El joven le dijo:
– ¿Quiere que le ayude?
– Puedo solo.
Sin llegar a comprender la falta de cortesía de la respuesta, siguió caminando y se encontró con otro hombre que iba cargando un montón de leña, atada con una cuerda. El joven, que le veía, le dijo: -¿Hacia dónde va?
– La llevo a mi casa al otro lado de ese cerro.
– ¿Quiere que le ayude?
El hombre accedió, el joven tomó la cuerda y cargó la leña.
Poco habían caminado, cuando el hombre, en su machismo, quiso demostrar que podía solo, por lo cual volvió a cargar la leña. Pero el joven siguió caminando a su lado, pensando que quizás más adelante necesitara de su ayuda. Efectivamente, tiempo después el hombre ya no soportaba el peso de la leña y se la volvió a entregar al joven, pero al rato, ya sintiéndose mas descansado, volvió a tomar la carga y finalmente la llevó hasta su casa.
Aún sorprendido por la actitud del hombre, el joven retomó su camino y se encontró ahora, con otro trabajador que llevaba un pesado costal de arena. Se acercó a él y le preguntó: – ¿Hacia dónde va?
– Tengo que llevárselo a mi capataz, que vive a 5 kilómetros de aquí.
El joven preguntó: – ¿Quiere que le ayude?
– ¡Oh sí, gracias, yo ya no puedo con esta carga!, y se la entregó.
El hombre y el joven fueron conversando animadamente por el camino y finalmente pudieron entregar el costal de arena al jefe.