miércoles, 19 de junio de 2013

Vale la Pena Pensar - Reflexiones - Vídeo

De vez en cuando es bueno detenerse y pensar. Vale la pena pensar en esto:
A largo plazo forjamos nuestras vidas y nos damos forma a nosotros mismos. El proceso nunca acaba hasta que morimos. Y las elecciones que hacemos son, en última instancia, nuestra responsabilidad. –Eleanor Roosevelt
Si le permitimos al temor a la pobreza gobernar nuestras vidas, nuestra recompensa será lo que comemos, pero no viviremos. –George Bernard Shaw
Mi filosofía es que uno no sólo es responsable por su vida, sino que al hacer nuestro mejor esfuerzo, ese momento nos coloca en el mejor lugar para el siguiente. –Oprah Winfrey
Los diamantes no son más que trozos de carbón que se aferraron a su trabajo. –Malcolm Forbes
Aprendamos a disfrutar cada minuto de nuestras vidas; seamos felices ahora. No esperemos que algo ajeno a nosotros nos haga felices en el futuro. Pensemos en lo realmente precioso que es el tiempo que tenemos para invertir, ya sea en el trabajo o con la familia. Cada minuto debe ser disfrutado y saboreado. –Earl Nightingale
La acción es una gran restauradora y edificadora de confianza. La inacción no sólo es el resultado sino la causa del temor. Tal vez la acción que tomemos resulte exitosa; tal vez deberá ser seguida por ajustes o una acción distinta. Pero cualquier acción es mejor que ninguna acción. –Norman Vincent Peale
Es realmente divertido hacer lo imposible. –Walt Disney

Más que palabras - Devocional

Más que palabras valen los hechos, más que palabras son nuestras actitudes las que nos llevan a agradar a Dios o a no hacerlo. De tu boca pueden salir las palabras más hermosas que alguien pueda decir, pero lo que haces es lo que verdaderamente determina lo que eres; no he conocido a nadie que diga que no ama a Dios, pero todos, a pesar de “decir amarle”, hacemos cosas que demuestran lo contrario.
Es muy fácil hablar y decir qué es lo que sentimos y queremos, pero actuar conforme a nuestras palabras a veces resulta difícil; hay ocasiones en las que debemos detenernos a pensar si realmente estamos amando a Dios, si verdaderamente hacemos lo que decimos y si le estamos demostrando ese amor que profesamos.
Cuando pensamos en el amor de Dios, lo hacemos recordando una de las miles de cosas que ha hecho por nosotros, pero el amor de Dios no sólo es pensar en lo mucho que nos lo dice en la Biblia y diciéndoselo, intentar corresponderle, sino demostrárselo con HECHOS hacia Él; hechos que hablan más que todos los libros que podamos leer.
El amor de Dios hacia nosotros es palpable. No son sólo lindas palabras y promesas escritas, Jesús no vino al mundo sólo para hablar del gran amor que tenía y sigue teniendo por la humanidad; Jesús vino y demostró su amor, más que con palabras, con la demostración de amor que nadie más hizo, ni hará.
Nuestro amor por Dios debe ser el mismo que decimos, el amor se demuestra con hechos, no sólo con palabras, el amor es una acción. Cuando amas a alguien, no le muestras tu amor solamente diciendo lo que sientes, sino que buscas la manera de hacérselo sentir; Dios no busca un poeta o escritor que le diga cuánto le ama con hermosos escritos y rimas, Él se interesa en corazones dispuestos a honrarle con acciones.

El único Salvador - Devocional juvenil - Vídeo


“Porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.”
Romanos 10:13 (Nueva Versión Internacional).
DIOS me la había regalado, no obstante no vi su valor y la eché a perder. Se trataba de mi vida. No medí las consecuencias de mi pecado y éstas me alcanzaron. El diagnostico era simple, no había solución. Mi alma, cuerpo y mente estaban sumamente dañados. Lo tenía todo perdido pero Él apareció, mi Salvador. Alguien me dijo: Si Él no te puede ayudar nadie más podrá hacerlo. Estaba cansado de buscar una solución para mi herida mortal. Pero un día le entregué mi vida a Jesús, perdonó mis pecados, me restauró y me regaló un nuevo comienzo. Con el paso del tiempo, Su Espíritu Santo sanó mi ser y le llenó de poder para servirle. Y aquella historia de terror que viví es sólo un pequeño recuerdo.
unico salvadorSolamente Jesús tiene el poder de salvar a aquellos que lo han perdido todo como consecuencia de sus pecados. Sólo Él puede revivir a los que están muertos en vida. Solamente el poder de Su sangre puede abrir las prisiones que ha construido Satanás, en las almas de los perdidos. Jesucristo es la paz (Isaías 53:4-5) que necesitan aquellos que son atormentados por los demonios. Él es la fortaleza que necesitan los que andan fatigados por la vida.
Todo lo que hay que hacer para que Jesús salve es creer en Él. No hace falta realizar ningún tipo de acto u obra para ser salvo y liberado, únicamente creer, creer de verdad, que Él pagó por los pecados de uno mismo,  y que Jesús es el Hijo de DIOS.
“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” Romanos 5:8 (Nueva Versión Internacional).
Si tú estás cautivo en las tinieblas, si tu pecado te ha hecho perder tu vida, si estás enfermo, o si tienes cualquier carga que te oprima, Jesús te puede salvar.
Haz  esta oración, créelo de todo corazón y Jesús te salvará:
“DIOS, perdona mis pecados, reconozco que Jesús es tu Hijo, que pagó por mis pecados, y que resucitó para darme vida. Jesús, sálvame. Lávame con tu sangre y quebranta cualquier cadena en mi vida. Sé el Señor de mi vida y envíame al Espíritu Santo para que me llene de tu poder y me ayude a hacer tu perfecta voluntad. Oro esto en el nombre de Jesús, Amén.”

Silencio... - Devocionales, Reflexión

silencio
Algo tiene el silencio que nos produce mucha incomodidad. Si evaluamos una cita con este criterio, y si hubo muchos momentos de silencio en la misma, no fue tan cómoda como esperábamos. También nos pasa que sentimos que deberíamos decir algo, cuando hay períodos de silencio en una entrevista laboral o cuando un amigo nos cuenta algo trágico que le pasó, o cuando explota en llanto ante nuestra presencia. El silencio nos incomoda, no podemos permanecer mucho tiempo en él.
No sé si te ha pasado, pero cuando paso mucho tiempo solo, llega un momento en el que comienzo a hablar en voz alta. Créeme, no tengo ningún tipo de psicopatía, es sólo que siento la necesidad de escuchar a alguien, sentir compañía; también me acomoda, y mucho, orar en voz alta, como si conversara con Dios y Él me contestara. Disfruto esas largas conversaciones en donde yo le planteo mis inquietudes y su apacible Espíritu aquieta el mío; creo que es cuando más disfruto del silencio.
Pero existe un silencio que no me gusta, me inquieta y me angustia, y es el silencio de Dios. En ocasiones debo esperar para escuchar su voz y esa espera es terrible, los días se me hacen eternos, y muchas veces mis ganas de continuar orando también decaen y se fusionan con la rabia que puedo llegar a sentir, por no ver ni escuchar NADA. Espero que a alguien más en el mundo le suceda esto, pero si eres de carne y hueso como lo soy yo, creo que te habrás tenido que enfrentar a esta situación en más de una ocasión y seguro que no te habrá gustado. Son estos, los momentos en los que yo digo “amo profundamente a Dios, pero en este preciso momento no me simpatiza”. Seamos realistas, no siempre nos gusta lo que Dios hace; quitémonos las máscaras, hay momentos en nuestra vida en que incluso Dios no nos cae muy bien, le seguimos amando, pero detestamos lo que está haciendo. Él lo sabe y no le produce ningún tipo de crisis existencial, ni enviará un rayo pulverizador para acabar con nuestra vida. Lo hace así porque tiene que hacerlo, pero no porque ese sea tema para su popularidad en nuestra vida.

Luz para ver - Devocional - Vídeo

“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”
(Salmo 119:105).
Trabajaba en la edición de unos artículos cuando sonó el teléfono de casa. Reconocí enseguida la voz al otro extremo de la línea. Hacía un par de días que había hablado con él personalmente. La diferencia es que su tono era menos alegre en esta ocasión. Comenzó con un saludo protocolario y luego procedió a contarme cómo se sentía en ese momento. Respetando apenas unas pocas pausas para respirar, me dijo que su iglesia no le valoraba, que su pastor no le entendía y que sus líderes no contaban con él para casi nada. Se sentía inútil, desvalorizado y miserable. Se sentía inferior y ese sentimiento era reforzado por la actitud de las personas que le rodeaban. También fue autocrítico; recordó que en el pasado había tenido episodios de rebelión y sentimientos de aspereza para con casi todos sus conocidos, y temía que aquellas actitudes le estuvieran pasando factura todavía hoy. Pero había cambiado mucho desde entonces, y tenía la intención de seguir mejorando.
Casi me cuelga el teléfono antes de que pudiera hablarle. Mi interlocutor tenía la necesidad de desahogarse y, probablemente, quería evitarme el aprieto de tratar de poner bálsamo en heridas tan mal vendadas. No obstante, le pedí que me escuchara. Aunque tenía sólo su verdad delante, me atreví a hablarle sobre principios aplicables a una situación como esa. Durante unos minutos le hablé sobre la flexibilidad, la tolerancia, el amor, el testimonio cristiano y la aceptación de Cristo. Terminó agradeciéndomelo gentilmente, aunque noté en su voz, que eran caminos que había intentado transitar sin éxito hasta el momento. Nos despedimos prometiéndonos oración mutua y sólo Dios sabe el efecto que tendrá nuestra conversación en sus futuras actitudes y decisiones.