Este concepto es ilustrado ingeniosamente por el historiador Chanti, en su historieta o cómic “Mayor y menor”. En un episodio, dos hermanitos de corta edad estallan en un interminable trance de risas, a causa de una palabra que había dicho su abuela. Cuando por fin terminan de reír, exhaustos y ya más relajados, le explican a su abuela, que no entendía nada, de qué y por qué se reían, porque la gracia muchas veces no está en lo que se dice, SINO EN CÓMO SE ESCUCHA.

Esto me trajo recuerdos de mi niñez. Muchos días bastaba con que me sentara a pasar la tarde con uno de mis primos, para que cualquiera de nosotros hiciera o dijera cualquier cosa, suficiente para provocar un episodio largo e interminable de risas sin sentido, hasta llegar al cansancio, y ante el estupor de nuestras madres. Y creo que ya nos sentábamos a la mesa para merendar o cenar, predispuestos a ello. No importaba lo que se dijera o se hiciera, que la diversión era simplemente ¡reírnos de la nada y del sin sentido hasta quedar extenuados!
La gracia no estaba precisamente en lo que se decía o se hacía, sino en cómo se escuchaba. Y ahora, en la distancia del tiempo, el recuerdo aflora con nostalgia. Me hacían bien aquellas tardes de risas. Evidentemente, estábamos en sintonía el uno con el otro, ya que a veces ni siquiera era necesario decir ni hacer nada; bastaba con mirarnos uno al otro, para que comenzáramos nuestro loco y risueño episodio de la tarde.
Pero el concepto que nos ocupa ahora es mucho más amplio y válido en todo el universo de las relaciones humanas. Tanto es así, que del mismo modo que se han comunicado e interpretado cosas bellas y risueñas, también este mecanismo es la principal causa de malentendidos, disputas, discusiones, desencuentros e inclusive peleas. Incluso, en el ámbito diplomático internacional, diversas relaciones entre países se han visto afectadas a causa de esto.