Su corazón estaba muy inquieto. Aunque se encontraba rodeado de sus seres más queridos anhelaba estar solo en la presencia de su Padre, sobre sus rodillas. Jesús sabía muy dentro de Él que la hora había llegado. Con todas sus fuerzas deseaba hacer la voluntad de su Padre, pues amarlo siempre había supuesto para Él obedecerlo. Pero esta vez el precio de la obediencia le traspasaría como una espada. Una serie de eventos se anticipaban, revelaciones que se presentaban como destellos de luces en su mente, tan reales, tan verdaderas que aun sin haberlas vivido ya desgarraban de dolor su alma.
Renunciar a los que amaba, vivir la traición de aquel a quien contaba entre los suyos, saber que todo su amor no podría salvarlo, ser entregado con un beso; ser cobardemente negado por uno de sus mejores amigos, sentir el dolor de su madre al perderlo. Convertirse en el objeto de burla de seres humanos indignos de cualquier afecto; ser acusado por aquellos que creían ser más cercanos que Él a su padre. Ser llevado para ser juzgado por reyes inmorales que nunca entendieron el fundamento de su reino. Morir con la muerte del peor de los delincuentes, ser clavado en una cruz y escarnecido.
Su corazón palpitaba aceleradamente, buscaba fuerzas dentro de Él. La oscuridad de la noche se desplegaba ante sus ojos; no había ni siquiera la luz de una estrella para iluminarle el camino. Sabía que su Padre estaba con Él; era fe, convicción, esperanza... contra esperanza. Pero Él no lo sentía cerca, la exigencia era muy profunda… _“Si es posible, pasa de mi esta copa”. Era el clamor de su corazón, la verdad que se sabe pero no quisiéramos nunca haberla conocido. Es el camino que debemos transitar pero quisiéramos escapar de él, huir a otro horizonte; mas el corazón sabe que es mejor estar un día en su casa que miles lejos de su presencia.
Después de estos momentos de oración que se convierten en un debate en el alma, en una guerra de pensamientos, en un forcejeo entre el sentimiento y la razón, finalmente viene la decisión, que nace de ese corazón amante que ha sido entrenado en la obediencia, que ha hallado su fuerza al doblegarse, junto con sus rodillas, la más férrea voluntad. Con la decisión, viene la paz, la entrega incondicional del alma que se rinde ante quien es soberano. “Mejor es estar en las manos de Dios que en las de los hombres”. Es el grito silencioso de quien exclama: “Aunque Él me matare, en Él esperaré”.