sábado, 14 de marzo de 2015

Dios siempre obra con justicia

juicio final
No hay nadie más justo que el Señor, Dios de los cielos y de la tierra; además, Dios es soberano, omnisciente y poderoso, a Él nunca podríamos burlarlo, de su justicia jamás podríamos escapar.
No importando que muchas veces no entendamos la forma de obrar del Señor, solemos ser atrevidos y creemos que porque somos hijos de Dios, adoptados por la gracia y la fe concedida en Cristo Jesús, tenemos el derecho de exigir que las cosas que suceden a nuestro alrededor salgan siempre como queremos; olvidando que no se trata de nosotros; que vivimos por y para Jesucristo nuestro Salvador, y que independientemente de lo agradable o desagradable que pueda ser para nosotros, lo que interesa en nuestra vida es que la voluntad de Dios se cumpla en plenitud.

Pequeños niños, grandes lecciones

Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Mateo 18:2-4.
Pongámonos en el lugar de ese niño: estaba rodeado de los doce discípulos de Jesús que lo observaban con cierto asombro. El niño oyó que se hablaba de él. Aunque no las entendía, esas palabras le hacían bien. Sabía que era pequeño, que era débil y que dependía de los adultos para suplir sus necesidades.
Y por medio de él, Jesús dio a sus discípulos una gran lección: Explicó que para entrar en el cielo y poder acercarse a Dios, es necesario llegar a ser como un niño: sin pretensión, humilde, confiado, y creer sencillamente lo que Dios dice:
– Sí, ¿cómo ser grande en el reino de los cielos si no es rebajándose y sirviendo a los demás como Jesús lo hizo? Él, el Maestro, se identificó con ese niño por medio de estas palabras: “El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí”(Marcos 9:37). Así que, acoger a un niño es como si esa bondad fuese hecha al Señor mismo: – Además, un niño no vacila en acercarse mucho, en mirar y hacer preguntas hasta que haya comprendido.
Al poner los ojos en Jesús (Hebreos 12:2), aprendiendo de su vida en los evangelios y hablándole por medio de la oración, comprendemos cuál es la verdadera grandeza, la hecha de confianza, dependencia y renunciamiento.

¿Suerte o Gracia?

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó? Lamentaciones de Jeremías 3:37.
Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Romanos 8:28.
obra para bienLa suerte es un cúmulo fortuito de circunstancias favorables o no. Para muchos es, pues, cuestión de que la casualidad nos dirige a un destino ciego que depende solo de ella. Cuando alguien afirma tener buena suerte, en general no piensa en que todo lo que le ocurre está organizado por una persona que obra inteligentemente. Algunos estiman que la vida los trata especialmente bien; hasta pretenden haber nacido bajo una buena estrella. Como máximo hablarán de la Providencia para evitar nombrar a un Dios a quien temen.
Pero el primer versículo citado en el encabezamiento, declara que Dios dirige todo. Él ama y se ocupa de cada individuo personalmente. Que le dé buen tiempo para sus cosechas, o que lo deje escapar por escaso margen de un grave accidente… su objetivo siempre es obrar por gracia para ir a Él. Prestemos atención a la manera en que Dios nos habla para atraernos a Él.
Para un creyente no hay buena o mala suerte. Sabe que toda su vida está conducida por Dios, quien desea hacerle bien. Jesús decía a sus discípulos: “Pues aun vuestros cabellos están todos contados(Mateo 10:30). Ni un detalle lo deja indiferente. En el plan de Dios para con cada uno de sus hijos, todo es coherente y está dirigido por el amor y la sabiduría de un Padre muy misericordioso.
Llegará el día en que nos mostrará cómo condujo nuestra vida para al final hacernos bien (Deuteronomio 8:16).

La Balsa - Reflexiones

En 1816, una fragata francesa encalló cerca de Marruecos, y no había suficientes botes salvavidas. Los restos del navío formaron la única balsa, la cual mantuvo a flote a 149 personas, y la tempestad los arrastró sin rumbo, al mar abierto por más de 27 días.
La dramática experiencia vivida por los supervivientes, impresionó al artista Gericault, que hizo un profundo estudio de los detalles para pintarla. Entrevistó a los supervivientes, a los enfermos e incluso vio a los muertos. Horrorizado, reprodujo la realidad humana de esa situación.
“La Balsa de la Medusa” de Theodore Gericault, figuración de un acontecimiento que conmovió a Francia. El naufragio de la nave la Medusa (el 2 de Julio de 1816), tuvo repercusiones que tocaron lo más profundo del alma humana.
En él vemos la diversidad de las actitudes humanas, manifestadas en los momentos límites de la vida.
Nos queda pensar qué haríamos nosotros.

Cómo llenar ese vacío

Hay causas de sobra que dan lugar al sentimiento de soledad, como alguna pérdida familiar, el final de una relación, de una amistad, cambio de residencia, etc. Cualquier circunstancia negativa puede afectar; en la que a falta de cierta compañía, se deja sentir ese sentimiento de vacío que muchas veces, a pesar de estar rodeado de personas, sigue estando, cual pábulo, ahí.
Hay vacíos y espacios que se sienten en el corazón y que, independientemente del motivo que los provocan, causan que el dolor sea grande y hacen sentir la soledad; huecos que, sin importar lo que se haga para rellenarlos, siguen existiendo.
Puedes haber intentado remediar tu soledad con amigos, pero a ellos no les es posible acompañarte todo el día; también puedes buscar refugio en tu trabajo, pero al llegar la hora de salida te das cuenta que el sentimiento continúa, total, que las actividades o “momentos de escape” ya dejaron de ser suficientes y en fin,... todos lo hemos sentido alguna vez.