jueves, 5 de julio de 2018

¿Por qué la fe sin obras es muerta?

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Santiago dice, "Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" (Santiago 2:26). La fe sin obras es una fe muerta, porque la falta de obras revela una vida que no ha sido cambiada o un corazón espiritualmente muerto. Hay muchos versículos que hablan de que la verdadera fe salvadora redunda en una vida transformada, y que la fe se demuestra por las obras que hacemos. La forma como vivimos revela lo que creemos y si la fe que decimos tener es una fe viva.

Santiago 2:14-26 a veces se saca de contexto, cuando se aplica en un intento de crear un sistema basado en obras de justicia, pero esto es contrario a muchos otros pasajes de las Escrituras. Santiago no está diciendo que nuestras obras nos hacen justos delante de Dios; lo que nos dice es que la verdadera fe salvadora se demuestra por las buenas obras. Las obras no son la causa de la salvación; son la evidencia de la salvación. La fe en Cristo siempre produce buenas obras. La persona que dice ser cristiana, pero que vive en desobediencia a Cristo de manera voluntaria, tiene una fe falsa o muerta y no está salva. Pablo dice básicamente lo mismo en 1 Corintios 6:9-10. Y Santiago contrasta dos tipos diferentes de fe, la verdadera fe que salva y la fe falsa que está muerta.


Muchos dicen ser cristianos, pero sus vidas y prioridades indican lo contrario. Jesús lo contrastó de esta manera: "Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". (Mateo 7:16-23).

Observe que el mensaje de Jesús es el mismo mensaje de Santiago. La obediencia a Dios es la marca de la verdadera fe salvadora. Santiago utiliza los ejemplos de Abraham y Rahab para ilustrar la obediencia que acompaña a la salvación. Solo diciendo que creemos en Jesús no nos salva, ni tampoco lo hace un servicio religioso. Lo que nos salva es la regeneración del Espíritu Santo en nuestros corazones, y esa regeneración se ve en una vida de fe demostrada con una obediencia continua a Dios.

¿Cuál debe ser la bandera del cristiano?

La bandera del cristianismo tiene un sentido mucho más profundo que un simple diseño sobre tela, la bandera de los cristianos es un símbolo santo que tiene un sello eterno en nuestro corazón.

La bandera cristiana representa a todas las denominaciones cristianas y no está restringida por ninguna nación. Fue concebida el domingo 26 de septiembre de 1.897 en la capilla Brighton, de Coney Island en Nueva York. 
Diseñada por Charles Overton en 1.897, la cruz roja significa la fe cristiana, el amor de Dios al hombre y la promesa de la vida eterna. El azul representa el cielo y el blanco significa la pureza, la inocencia y la paz.

"Rindo lealtad a la bandera cristiana y al Reino de Dios que representa. Una hermandad de los nacidos de nuevo, salvados por la Sangre de Jesús".

Es bueno señalar que este estribillo toma diferentes formas en distintos países del mundo; pero siempre tiende a significar lo mismo, y a veces se entona con diferentes palabras.

Estos párrafos anteriores solo dan una perspectiva histórica y tradicional, y así la han tomado muchas denominaciones evangélicas en representación de La Bandera Cristiana. Aunque la realidad bíblica y teológica es que la verdadera bandera de los cristianos debería ser la cruz de Cristo, y no hay otro símbolo más excelso que éste.

¡Imposible no quererte!

Jehová se me manifestó hace ya mucho tiempo, diciendo: “Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia. Jeremías 31;3
Una mañana, mi hija exclamó al levantarse: ¡Imposible no quererte! Entonces, me mostró su camiseta. En la parte frontal, estaba esta frase: Imposible no quererte. La abracé con fuerza y ella sonrió, llena de alegría. ¡A ti es imposible no quererte!, le dije. Se alejó dando saltitos, repitiendo esa frase una y otra vez.
Estoy lejos de ser un padre perfecto, pero ese momento sí fue perfecto. Pude vislumbrar en el rostro radiante de mi niña lo que es recibir amor incondicional: fue un retrato del deleite.
¿Cuántos de nosotros sabemos en nuestro corazón que hay un Padre que nos ama de manera ilimitada? A veces, muchas, nos cuesta entender esta verdad. A los israelitas también les resultaba difícil. Se preguntaban si sus pruebas significaban que Dios ya no los amaba. 

Pero en Jeremías 31:3, el profeta les recuerda lo que Dios había dicho en el pasado: «Con amor eterno te he amado». Nosotros también anhelamos un amor así de incondicional. Sin embargo, las heridas, las desilusiones y los errores que experimentamos pueden hacernos sentir que es imposible que nos quieran. No obstante, Dios abre sus brazos, los brazos de un Padre perfecto, y nos invita a experimentar su amor y descansar en Él.

Señor, ayúdanos a recibir el regalo transformador de tu amor eterno.
Nadie nos ama como nuestro Padre.