viernes, 23 de mayo de 2014

Planes de Dios para tu vida

Aferrados al Ancla de la Salvación
Imagina que se te da la opción de escoger, entre permanecer amarrado a la barandilla de un barco que se hunde, o tener un ancla de 5 kilos encadenada a tu pierna antes de que abandones la nave.
ancla varco ¡Qué terrible elección! Por supuesto, una de las opciones no ofrece ninguna esperanza de sobrevivir. La otra ofrece pocas posibilidades de ser rescatado, sin contar que ya es bastante difícil mantenerse a flote y nadar sin peso adicional, y aún más difícil si algo te arrastra hacia abajo, lo cual te agotaría en poco tiempo y los minutos u horas que te mantuvieras en la superficie serían momentos terribles. No debe ser nada agradable sentirse continuamente, apoderado por el miedo a la muerte.

Amigos y hermanos queridos, es muy importante que siempre recordemos esto. Dios nos ama profundamente y ha pagado un precio muy alto para que tengamos paz y tranquilidad, regalos que nos fueron otorgados por gracia a través del sacrificio de Jesucristo en la cruz del calvario. No cabe ninguna duda que, nosotros somos lo más valioso que Dios tiene en esta tierra, somos sus pequeños, sus hijos de adopción. Su deseo es evitar que nos enfrentemos a ansiedades similares, y por eso nos llama a tener una relación con Él, porque sabe bien que sin Él, tarde o temprano nos iremos hacia abajo, pues nadie ganará la vida eterna por más perfecto que intente ser.

La oportunidad se presenta

Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia, me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? Pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? (Nehemías 2:1-3).
Nehemías está en oración y ayuno, su corazón tiene una carga y ha estado trabajándola durante 2 meses de clamor. Durante ese tiempo ha recordado quien es su Dios, cuáles son sus promesas y ha estado meditando en la petición que hará. En esas condiciones aparece la oportunidad.
Podríamos decir que, la ocasión solamente se les aparece a los que están preparados, pero no sería totalmente exacto. En realidad, hay miles de oportunidades dando vueltas, pero solamente la gente que se ha preparado las puede reconocer. Miles de puertas abiertas, sin atrancarse con llave ni trancas, no son traspuestas porque la gente nunca intenta abrirlas.
Son como aquel siervo del palacio del rey Saúl, que cuando el rey necesitó a alguien preparado, tuvo que recomendar a David, porque él no estaba listo para la tarea requerida y el hijo de Isaí sí.

Sea grande de la única manera posible

Cierta vez, tres hombres se perdieron en la montaña. Después de tres días sin comer, encontraron una fruta. El problema era que no podían alimentarse todos, no era bastante. De pronto, se les apareció Dios. Les dijo que les pondría a prueba y que la salvación de ellos dependería del resultado. Entonces, les preguntó qué le pedirían para solucionar el problema.
El primero dijo: Te pediría que hicieras aparecer mucha comida.
Dios contestó que era una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezcan mágicamente las soluciones a los problemas, sin primero trabajar con lo que se tiene.
El segundo dijo: Te pediría que hicieras un milagro para que la fruta crezca y sea suficiente para los tres. A lo que Dios contestó: No, pues la solución no es pedir la multiplicación de lo que se tiene, ya que el ser humano nunca queda satisfecho y, por ende, nunca sería suficiente.
El tercero dijo entonces: Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance.
Dios dijo: Tu respuesta ha sido la correcta, pues cuando el hombre se hace humilde y se empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad.

En las manos del alfarero

Una antigua historia relata que, un día un alfarero tomó tres montoncitos de barro en sus manos y decidió hacer tres hermosas vasijas. Cogió el primero y empezó a amasarlo, pero éste comenzó a quejarse: “¡Hay!, ¡hay! , ¡Me duele!, ¡No me toques más, déjame así, ya no aguanto más el dolor!”
Al ver que el barro no quiso ser moldeado, el alfarero lo dejó, agarró el segundo y empezó a hacer lo mismo que con el anterior, mientras que éste le decía: “Aunque me duela sigue, yo sé que seré una hermosa vasija, así que ¡vamos!, moldéame. Duele pero no importa, aguantaré”. El alfarero terminó de moldearlo y cuando estaba a punto de hornearlo para que fuera más duro y resistente, la vasija no aguantó y le rogó que lo sacara, y aunque el alfarero trató de convencerlo de que aún no era el momento, atendiendo a tanta insistencia, se lo concedió.
Un poco decepcionado, tomó el tercer barrito y procedió hacer lo mismo que con los otros dos, pero este último permitió que lo moldeara. Aunque dolía, no se quejó y dejó que lo introdujera al horno, muy caliente, y esperó a que lo sacara. Este pedacito de arcilla confiaba en el alfarero, sabía que estaba atento a que todo saliera bien y no permitiría que se quemara.
El primer barrito se quedó tal como estaba, siendo un simple pedazo de arcilla. El segundo ya era una vasija, pero como no permitió que lo horneara, con el tiempo se rompió. Cuando llegó el momento exacto y el tercero se enfrió, el alfarero procedió a terminar su obra maestra y lo convirtió en una preciosa vasija.

Te Perdono

Gustavo ya ni se acordaba de por qué se había enojado con su hijo Rodolfo, pero continuaba molesto, y no podía evitarlo. Se sentía muy frustrado con el muchacho. Una y otra vez descargó su ira hasta quedar exhausto, e inmediatamente se sentía culpable por su conducta.
Mirando a los ojos llenos de lágrimas de Rodolfo, Gustavo le dijo: “Hijo, siento mucho haber perdido la paciencia. Estuve mal por haberte gritado y estuve mal por enfadarme por lo que hiciste. Por favor, perdóname”.
Sin dudarlo un instante Rodolfo le contestó: “No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también!”
Y Rodolfo se arrojó en los brazos de su papá para abrazarle. Se dieron un fuerte abrazo, mientras el bálsamo sanador del perdón se derramaba sobre ambos. Les unía un lazo muy fuerte, capaz de resistir las desavenencias entre padre e hijo; era un vínculo que crecía en su fortaleza, por la fe que compartían. Era como si el crecimiento de Rodolfo, estuviese forzando a Gustavo a reflexionar sobre su conducta y hacer algunos cambios.
Gustavo era muy consciente de que su hijo analizaba cada una de sus acciones, y él quería ser un buen padre. Le pidió a DIos que le ayudara a ser un buen ejemplo. Todavía está luchando con su carácter e impaciencia, pero se ha comprometido a cambiar su conducta. Las palabras de su hijo le alentaron y le hicieron sentirse humilde.
“No te preocupes, papá, ¡Jesús te perdona y yo también! Volvió a escuchar las palabras de perdón de su hijo.