Algunos cosas en la vida son inevitables, y el sufrimiento es una de ellas. Ninguno de nosotros puede escapar de él completamente. El dolor puede ser de carácter físico o mental. Se ve de diferentes formas y en diferentes grados. Nosotros sufrimos a causa de nuestros propios errores, ignorancia o pecados. También sufrimos por causa de los errores de otros.
Así como hemos de aceptar la universalidad del sufrimiento, también tenemos que reconocer que el camino del mismo no es fácil. Esto es así porque cada persona responde de forma diferente e impredecible ante la experiencia del dolor.
Aunque el sufrimiento es un hecho doloroso y común de la vida, no debemos concluir que éste no tiene ningún valor positivo. Por el contrario, el sufrimiento es frecuentemente usado por Dios para el bien.
Valor correctivo
Por alguna razón el sufrimiento humano tiene un valor correctivo. Puede ser una señal que nos previene cuando andamos por un camino erróneo, una señal que llega oportunamente para que cambiemos.
Un hombre sabio no se opone a la amonestación sino que saca ventaja de la misma. “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3.11,12). Si consideramos oportuno el acto disciplinario de un padre amante cuando trata de corregir a su hijo, sacaremos un mejor provecho del dolor.
Además, el sufrimiento no es siempre resultado del pecado, incluso cuando así lo parezca, no tiene por qué ser la causa del mismo. El sufrimiento o dolor experimentado no es simplemente castigo. Puede ser correctivo dado que el sufrimiento no es normalmente, comprendido, pero, al mismo tiempo, puede servir para un buen propósito, y tenemos que buscar la manera de aceptarlo.
Fortaleza en la debilidad
En el capítulo doce de 2 Corintios, Pablo escribe acerca de sus tribulaciones. Él suplica a los cristianos de Corinto, que tomen en cuenta su propia experiencia y que no presten oídos a chismes que pululan para desacreditarlo.
Después parece que hay una pausa en el mensaje y las siguientes palabras fueron posiblemente, escritas con más detenimiento, ya que Pablo se expresa personalmente. “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 2.7-10).
Pablo sufría porque tenía una debilidad o impedimento físico. Se trataría, seguramente, de un padecimiento similar al que todos hemos sufrido. Oró a Dios para que le fuera quitado, pero Dios no lo quiso así. Era algo que debía soportar por el resto de su vida. Pablo aprendió, entonces, a vivir contento con debilidades, insultos, peligros, persecuciones... También aprendió que cuando se sentía “débil”, realmente se hacía “fuerte”.
No consideró su miseria como una “bendición disfrazada”. No la empolvó ni la roció con perfume hasta que oliera a rosa. Más bien declaró directamente “me fue dado un aguijón en mi carne”. Nosotros también debemos afrontar nuestro sufrimiento provechosamente. La Biblia dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8.28).
No todas las cosas son buenas, pero ayudan a bien. El sufrimiento puede desarrollarnos y hacernos maduros, si lo aceptamos como una experiencia de enseñanza. También puede humillarnos para ayudarnos a comprender lo impotentes que somos. Entonces, como Pablo, podemos recibir fortaleza de Dios para vencer o para aceptar lo que no puede ser cambiado.