Resultaba increíble escuchar a aquel hombre decir: “No sé de qué me estás hablando”, “No lo conozco”, “No sé lo que dices”, y no bastó decirlo una vez, dos veces, lo repitió por tercera vez.

Su “amigo” habló del perdón de pecados, de la paz, del río de agua viva, de la vida eterna, sin embargo lo estaba negando: “No lo conozco”.“No sé quien es Jesús”.
Frecuentemente en nuestra vida nos identificamos con Pedro; con nuestras actitudes, acciones, estamos negando a Jesús. ¿Cuántas veces dejamos de tender la mano a nuestro hermano caído o vemos al hambriento y no lo alimentamos, al sediento y no le damos de beber? ¿Cuántas veces dejamos que nuestros malos pensamientos dominen nuestro corazón, o no perdonamos al que nos ofende? Todo esto trae tristeza a nuestra alma.
Frecuentemente en nuestra vida nos identificamos con Pedro; con nuestras actitudes, acciones, estamos negando a Jesús. ¿Cuántas veces dejamos de tender la mano a nuestro hermano caído o vemos al hambriento y no lo alimentamos, al sediento y no le damos de beber? ¿Cuántas veces dejamos que nuestros malos pensamientos dominen nuestro corazón, o no perdonamos al que nos ofende? Todo esto trae tristeza a nuestra alma.
Sin embargo, el amor de Dios es tan grande que estuvo dispuesto a morir en la cruz por nuestros pecados. Acerquémonos a Dios y restauremos nuestras faltas; así como los ojos de Jesús se posaron sobre Pedro cuando lo estaba negando, también a nosotros, sus hijos, nos mira con compasión. ¡Busquemos a Dios de todo corazón y hallaremos gracia ante los ojos de Él!