miércoles, 9 de abril de 2014

Soñar para llegar a grandes metas

“El que labra su tierra se saciará de pan, pero el que persigue lo vano carece de entendimiento.” (Proverbios 12:11. La Biblia de las Américas)

Nacer y criarse en un hogar humilde, le hizo pensar que jamás llegaría a cursar... ni siquiera la primaria. “Resígnate”, le repetía su madre que, interiormente, sufría el dolor de ver a su hijo en esas condiciones. Recorría diariamente largas distancias hasta un pueblo remoto, para traer agua hasta el caserío donde residía. Una buena cantidad la vendía, y la otra la utilizaban para el consumo.

Él siempre se fijó la meta de salir de la miseria, de encontrar una oportunidad, de salir adelante. Y a fuerza de fe y perseverancia lo logró.
Hoy ejerce la abogacía. Y como abogado, tiene una condición de vida diferente, la misma que le permitió ir a buscar a sus padres a la aldea y traerlos a la ciudad. “Yo sabía que algún día lo lograría”, suele repetir este profesional.
Cursar la formación primaria, la secundaria y luego la de carácter profesional, fue producto del esfuerzo, de la decisión de seguir adelante y, en muchas ocasiones, soportando el menosprecio de quienes le miraban infravalorándole. “Sabía que debía salir de la pobreza, y con la ayuda de Dios lo logré”, me compartió en el diálogo que sostuvimos en un desayuno.

La meta comienza allí donde usted se encuentra. Basta con removerse, con decir No a la resignación. El rey Salomón lo describe magistralmente: “El que labra su tierra se saciará de pan, pero el que persigue lo vano carece de entendimiento.” (Proverbios 12:11).
La tierra puede ser eso: sólo tierra, sin producir nada. Pero tiene una misión, no ser mirada sólo como una extensión de tierra, sino como una cosecha. Necesita ser labrada, arrojada la semilla en los surcos, abonada, hay que echarle agua y luego, cosechar.
Es la misma dinámica que siguen quienes no se conforman siempre con lo mismo; de aquellos que tienen visión y llegan lejos.

El juego de un niño

El golfista Tiger Woods estaba considerado como uno de los mejores jugadores de la década de los 90, y con posibilidades de ubicarse entre los mejores de todos los tiempos. Al verle alinearse y estudiar un tiro difícil, habrá quien recuerde haberle visto en un programa de televisión, cuando tenía tres años de edad.
Por aquel entonces ya demostraba talento para el juego, por lo que le prepararon una pequeña superficie para que practicase. Le pusieron delante una pelota a dos metros y medio del hoyo. Estudió el tiro, tiró y erró.
Le colocaron otra pelota en la misma posición. Nuevamente se preparó con el palo en la mano, pero esta vez primero cogió la pelota y la colocó a quince centímetros del hoyo. Entonces se puso en posición, le pegó a la pelota y anotó el tanto. El presentador del programa y el resto de la audiencia se rieron y aplaudieron, al ver que el niño hizo lo que muchos adultos hubieran querido hacer. Por supuesto que, si hiciera eso hoy en día, sería expulsado del torneo de golf.
En una ocasión un turista le preguntó a un residente de un pequeño pueblo:”¿Alguna persona famosa nació en este pueblo?” La respuesta fue: “No, solamente bebés”.
Todos empezamos siendo bebés, pero nuestro Creador ha puesto en nosotros el mayor poder del universo: la capacidad de crecer diariamente, al responder a los desafíos de la vida.

El verdadero sentido de la Pascua

Este mensaje tan sencillo transformó el mundo para siempre:
"No está aquí, pues ha resucitado".

La Pascua tiene que ver con el sentido de nuestra vida, con la razón de ser de la humanidad, con la Eternidad. Muchas veces nos olvidamos de ello en el ajetreo diario. Nos enfrascamos en diversas ocupaciones y afanes, y nos dejamos consumir y dirigir totalmente, por las presiones e influencias del mundo que nos rodea; no sólo somos incapaces de liberarnos, sino que tampoco somos conscientes de que estamos cautivos.

La Pascua de Resurrección se llama así, por la resurrección de Jesús y por la nuestra.
La idea de resucitar es rechazada por los "maestros de la intelectualidad". Aseveran que con la muerte termina todo, que haría falta un milagro para resucitar a un muerto y, según ellos, los milagros no existen.
  Pero si un milagro es un hecho sensible, superior al orden natural y que trasciende la capacidad de la ciencia para explicarlo, tal vez podríamos afirmar, sin lugar a equivocación, que cada uno de nosotros es un milagro viviente, así como todo lo que vemos, oímos y tocamos.

Anhelamos ser comprendidos, y un instinto innato nos impulsa hacia la patria celestial de donde salimos. Pero, ¡ay!, si hubiera un punto de referencia, un lugar filosófico donde pudiéramos detenernos, dar un paso atrás y alejarnos de nosotros mismos, un mirador desde el que pudiéramos vernos a nosotros mismos con claridad, con la perspectiva de toda la creación y de la eternidad. El cristiano ha encontrado ese lugar, y el gozo de tal hallazgo le ilumina el rostro. Desde esa perspectiva, ve que todo el sentido de su vida debe resolverse, cumplirse y comprenderse no sólo en función de su existencia terrenal, sino de la eternidad.
Esa es la esencia de la Pascua.
Por toda la creación resuenan estas palabras:
"No está aquí, pues ha resucitado".

Incendio

Se estaba incendiando un edificio de 9 pisos en el centro de una ciudad muy importante. Las personas del edificio, al enterarse de que el edificio estaba en llamas, rápidamente salieron de sus apartamentos, a excepción de un niño de 8 años de edad que dormía en el octavo piso, pues su papá había salido a comprar y su mamá estaba de viaje.
El fuego crecía cada vez más e iba subiendo piso por piso. Los bomberos intentaban apagarlo, pero sus esfuerzos cada vez eran más imposibles. El edificio estaba totalmente en llamas, y los bomberos pidieron refuerzos a otras unidades de la ciudad.
El drama aumentó, cuando los bomberos se dieron cuenta de que había un niño en el octavo piso y el fuego crecía, iba ya por el quinto. Y de repente, apareció el padre del niño, preocupado. Viendo este cuadro, los bomberos hicieron un último intento, pero las escaleras no podían llegar hasta las paredes del edificio por haber fuego en todas ellas. Entonces se escucharon los llantos del niño, gritando: - ¡Papi! ¡Tengo miedo!
El padre le escucha y llorando le dice: – ¡Hijo! No tengas miedo, yo estoy aquí abajo. Pero el niño no lograba verle:
- Papi no te veo, só
lo veo humo y fuego.
Pero el padre sabía que estaba en la ventana porque el fuego lo iluminaba todo.
- Pero yo sí te veo, hijo. 
¿Sabes qué tienes que hacer? Tírate, que aquí te agarramos todos los que estamos abajo, ¡TÍRATE!
 – Pero yo no te veo.
El Padre contesta. – ¡Cierra los ojos y lánzate! El niño dice: – ¡Papi no te veo, pero allá voy!
Y cuando el niño se lanzó, abajo le rescataron. 
El Padre le abrazó y lloró con el hijo, muy contentos.
El hijo comprendió que, hay veces que al Padre no se le ve, pero sus palabras son suficientes para confiar en Él.

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne

Efesios 6:12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Pablo recuerda a los cristianos que la lucha no sólo es contra Satanás, sino también contra un ejército de demonios, por lo cual deben ser consecuentes con esta verdad, así que: Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (Versículo 11).

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, Pablo resalta el hecho de que el cristiano no lucha contra seres humanos comunes, no se trata de un adversario humano que se pude ver y sentir. Además, no es un sólo enemigo, son muchos. Los cristianos no deben estar pendientes del ser humano como enemigo, sino ver que detrás de ellos están los verdaderos enemigos. En la iglesia la lucha no es contra el hermano o hermana, la lucha es contra Satanás y su ejército.

La lucha del cristiano no es contra seres humanos, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Los términos usados para describir a estos enemigos malignos, revelan una jerarquía antagonista bien organizada. Estos gobernantes malignos, seres satánicos y príncipes de las tinieblas, no son personas, sino ángeles caídos a los que Satanás controla. No son simples fantasías, son reales.

Por lo tanto, los cristianos se enfrentan a un ejército poderoso, que tiene por meta destruir la obra de Dios. Demonios que usan hombres como títeres e instrumentos del diablo, para llevar a cabo su obra en la tierra. Aunque el cristiano está seguro de la victoria, debe luchar hasta que Cristo venga, porque Satanás está luchando constantemente en contra de todos los que son del Señor.
Por eso el cristiano requiere siempre del poder sobrenatural que viene de Dios. El cristiano debe estar siempre preparado y listo para hacer frente al diablo y a sus huestes, contando con el poder del Señor y vestido con la armadura que Dios provee.

Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Santiago 4:7.