lunes, 9 de abril de 2018

En la presencia de Dios

«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia,  para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Hebreos 4: 16
Este versículo encierra un gran tesoro. La verdadera oración nos eleva al trono de Dios a través del Espíritu Santo. Orar no consiste en solo expresar palabras, sino en exponer nuestros deseos delante de Dios; no es un simple ejercicio mental, sino algo mucho más profundo, un diálogo franco entre el Creador del cielo y de la tierra y nosotros.
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La oración es el privilegio que tenemos de acceder a la misma presencia de Dios. Por lo tanto, debemos comportarnos como los cortesanos ante la presencia de su monarca. Si nos acercamos a un rey, es obvio que nuestra actitud deberá ser en primer lugar, de humilde reverencia. Se espera que, cuando el súbdito se aproxime al rey, le rinda pleitesía y honor. Cualquier acercamiento al trono debe evitar todo orgullo que no dé honor al rey. El orgullo debe ser refrenado desde mucho antes, pues únicamente la reverencia humilde puede situarnos delante del rey que está investido de poder.
En nuestro caso, el Rey ante el que nos presentamos es el más excelso de todos los monarcas, es el Rey de reyes y Señor de señores. Cuando nos acerquemos al Omnipotente, que es fuego consumidor, asegurémonos de quitar el calzado de nuestros pies y de adorarlo con humildad sincera. ¿Acaso no deberíamos sentirnos alegres ante su presencia? Pudimos haber sido expulsados de su presencia para siempre debido al pecado que irrumpió en la humanidad, pero a pesar de ello se nos permite acercarnos a su misma presencia en el secretismo de nuestra habitación; y todo gracias al sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. Este acto de amor ofreció la posibilidad de reconciliarnos con Él.
¿No deberíamos estar agradecidos? ¿No deberíamos sentirnos honrados al ser receptores de grandes favores por medio de la oración? ¿Por qué hemos de estar tristes si podemos acceder al trono de la gracia?
Acerquémonos hoy delante de su presencia, y recibamos la misericordia y las grandes bendiciones que el Rey desea darnos.

Grado de implicación real del cristiano evangélico en su iglesia

La vida cristiana es una tremenda y dulce experiencia. Es un crecimiento continuo. Dios quiere que crezcamos, que nuestra vida cristiana no pare de crecer. Para ello debemos tener muy en cuenta que no debemos ser únicamente oidores de la dulce y maravillosa Palabra de Dios, sino hacedores de la misma.

 

Si alguno es oidor de la palabra de Dios pero no hacedor de ella, ese es semejante al hombre que considera su rostro, natural en un espejo;  él se considera a sí mismo natural y se va, y pronto olvida cómo era. Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace. Santiago 1:23-25

 

La vida cristiana no es un evento sino una evolución continua, un proceso. Diremos que en ella hay tres niveles de crecimiento cristiano. Se va avanzando en ellos según el grado de implicación del cristiano mismo. Vemos, a modo de demostración, en Lucas 5 que: Inicialmente, el Señor ministró a orillas del lago de Genesaret.

 

-1º nivel: Todos comenzamos en la orilla y le conocemos a Jesús. Es en la orilla donde Dios toca nuestra vida. Pero Dios no quiere que sigamos siempre en la orilla. Cosas importantes suceden más allá de la misma. La Biblia dice que había mucha gente alrededor de Él. Jesús estaba predicando y la gente, en este 1º nivel, simplemente oía. Estaban ahí para, simplemente, entretenerse y olvidarse de todos los problemas. Por lo tanto aún no había ningún compromiso, incluso había cierta falta de interés en lo que Dios decía. El poco interés que había era por el beneficio personal en que Cristo hiciera un milagro por ellos, lo que sólo demuestra egoísmo personal de cierta gente. Pero eso no es todo en la vida cristiana.

 

-2º nivel: La Biblia dice que, después, Él entró en una barca y se retiró un poco más alejado de la orilla y comenzó a enseñar. Ya no estaba predicando, ahora estaba enseñando. En la predicación se necesitan oyentes, mas en la enseñanza se precisan discípulos, y un discípulo necesita practicar lo que se le instruye, tiene algo que hacer en la Obra de Dios.

En este nivel hacemos, o sentimos, más o menos habitualmente, la lectura de la Palabra de Dios, la oración, el tiempo devocional con Dios, y la comunión (congregación) con mis hermanos en Cristo.

Los discípulos, en este 2º nivel, estaban limpiando las redes pero se sentían frustrados. Habían estado pescando toda la noche pero no habían atrapado nada. En la vida actual, es como si trabajamos con denuedo y no vemos el fruto de nuestro trabajo. Así se sentían los discípulos. Y en medio de ese ambiente el Señor les invitó a ir al 3º nivel. Y es en este nivel donde algo grande sucede.

Lecciones que Duran toda la Vida

¿Sabes que está mal lo que has hecho, verdad?
Las palabras resonaron en la mente de Sarita al volver a casa de la escuela.  Era una buena estudiante; nunca había copiado en su vida. Pero esa última tarea había sido muy difícil, y en un momento de desesperación, se la copió a una compañera.
Resultado de imagen de Lecciones que Duran toda la VidaLa profesora, la señora Martínez, le había pedido que se quedara después de clase y Sarita sabía lo que se avecinaba. Aun así, se asombró cuando la señora Martínez le preguntó si, en realidad, ése era su trabajo.
Sí, le respondió, y se preguntó por qué había mentido.
Mirándola a los ojos, la señora Martínez, le dijo con suavidad: ¿Sabes que está mal lo que has hecho, verdad? Piensa esta noche en la respuesta y mañana te voy a volver a preguntar si ése es tu trabajo.
Fue una noche muy larga para Sarita. Estaba casi por terminar la secundaria, y se había ganado una buena reputación debido a su honestidad y amabilidad.  Nunca había copiado ningún trabajo, y ahora quería arreglar su error mintiéndole deliberadamente a una persona a quien quería y admiraba. A la mañana siguiente, se presentó ante la señora Martínez mucho antes que empezaran las clases y le confesó su mala acción. Recibió la apropiada consecuencia de su comportamiento: un cero por su trabajo, y por primera vez en su vida, el castigo de tener que quedarse después de clase.
Años después, Sarita pensaba con frecuencia en esa experiencia y sentía gratitud por la corrección en amor de alguien a quien ella respetaba. La señora Martínez estuvo dispuesta a ayudarla a tomar decisiones correctas, a pesar de su deshonestidad. Para Sarita, ésa fue una lección para toda la vida acerca de cómo asumir responsabilidad por acciones deshonestas, y hacer lo correcto sin importar las consecuencias.
Efesios 4:15. siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo.