miércoles, 22 de enero de 2020

El sentido de la vida

Lucas 1:57-80
Antes o después nuestro corazón se preguntará cuál es el sentido de la vida. En muchas ocasiones esta pregunta existencial es el precursor de una conversión a Dios, porque el alma entiende que nada de este mundo podrá llenar nunca su sed de Dios.
El nacimiento de Juan el Bautista nos ayuda a comprender el sentido de la vida en dos acepciones: Sentido entendido como “razón de ser” y Sentido entendido como “dirección”. Es decir: Cuando nos preguntamos por el sentido de la vida, en definitiva estamos buscando un “porqué” y un “hacia dónde”. Y la respuesta que demos a estas preguntas nos dará la certeza de que Dios es la garantía de nuestra vida y el sentido de nuestras alegrías, las satisfacciones. Pero también es el sentido de las pruebas, el dolor y las dificultades.

¿QUIÉN SERÁ ESTE NIÑO?

Resultado de imagen de El sentido de la vidaEl nacimiento de Juan el Bautista, el precursor y predicador de Cristo, estuvo rodeado de la intervención sobrenatural de Dios. Y todos los que lo conocían se alegraban y se maravillaban. Aunque el nacimiento de cada uno de nosotros no haya tenido aparentemente nada de extraordinario, siempre la vida de cada bebé que viene al mundo es un milagro en sí, una creación de Dios, una enorme bendición que solo Dios puede prodigar y nadie más.
Aunque el nacimiento de un ser humano sea “cotidiano”, sigue siendo milagroso. Pero sobre todo, aunque sea cotidiano, la razón de ser de cada persona es la intervención de Dios. Existimos porque Dios nos quiere en este mundo, existimos porque Él nos eligió, porque antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué” (Jeremías 1: 5).
Así que la razón de nuestra existencia es Dios. Ninguna otra cosa de este mundo puede explicar nuestra existencia de manera satisfactoria. Cuando agradecemos nuestra existencia a nuestros padres, parecería lógico que ellos se quedaran atónitos y sin palabras. Pues no es la madre quien formó al hijo en su vientre, ella simplemente es portadora de un milagro, de una intervención de Dios, de una bendición. De forma que si los padres son tan honestos como los padres de Juan, señalarían al Señor y les dirían a todos: Este niño es la prueba de que el Señor “nos visitó”.
El sentido de nuestra vida no se agota solo con la explicación biológica de nuestra existencia. Nuestros padres pueden explicarnos la biología, pero nunca podrán explicar la aspiración de infinito que llevamos en el corazón, esa aspiración que nunca se sacia con las cosas de este mundo. Solo Dios puede saciar esa sed existencial.
Y cuando nos enfrentamos con situaciones extremas como el dolor, la enfermedad, la muerte o incluso una alegría profunda… solo Dios le puede dar sentido y plenitud; solo con Dios entendemos que el dolor y la muerte tienen un sentido.
Solo con Dios entendemos que la muerte no es el fin, que somos trascendentes y podemos aspirar a la felicidad eterna. Y también, ante una situación gozosa y alegre, siempre está allí Dios completando nuestra gratitud y nuestras lágrimas de felicidad, y se alegra con nosotros.

Dios Sana La depresión

La depresión es sin duda uno de los problemas más comunes de nuestro tiempo. Dado que la depresión es tan común, ha sido llamada como el resfriado común de las enfermedades emocionales. Según Everett Worthington, “la depresión es como una espiral descendente iniciada por la pérdida de control, y empeorada por la falta de energía y el pensamiento negativo”. El diccionario define la depresión como “un sentimiento de desesperanza extrema”. Esta emoción se manifiesta en reacciones parecidas a: Todo está perdido, quiero abandonar, no lo puedo hacer.
“Nadie está exento de la depresión”
Resultado de imagen de Dios Sana La depresiónNadie, ni los grandes líderes espirituales de la Biblia estuvieron exentos de la depresión. El salmista David la experimentó: “¿Por qué te abates, oh, alma mía? ¿Por qué te turbas dentro de mí?” (Salmos 42:5). Moisés clamó, “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte.” (Números 11:14-15). Elías, el gran profeta, combatió con victoria la depresión solo un día después de su gran triunfo en el Monte Carmelo, cuando desafió a los profetas de Baal, y vio a Dios contestando a su oración de una manera poderosa.
“Dios nos da la solución”
Cuando miramos a estos héroes bíblicos, nos damos cuenta de que la depresión no hace acepción de personas. Todo el mundo se deprime en ocasiones. La pregunta es entonces, ¿cuál es el remedio de Dios para curar la depresión? Echémosle un vistazo a la solución que Dios proveyó a Elías, porque es una que todos podemos usar.
Paso 1. “La depresión no es un pecado”
Démonos cuenta de que la depresión no es un pecado, sino un síntoma. La forma en que respondemos a la depresión puede ser pecaminosa, pero la emoción en sí misma no lo es. El pecado puede llevar a la depresión, pero todas las depresiones no vienen del pecado. La depresión es como una luz de advertencia en un vehículo. La forma de apagar la luz de advertencia no es destruyéndola, sino encontrando el problema. Cuando la depresión se establece, algo profundo dentro está mal.
“Tu salud integral es fundamental”.
Paso 2. Restaura tu cuerpo físico.
“Entonces él (Elías), se recostó bajo el árbol y se quedó dormido. De repente, un ángel lo tocó y le dijo: ‘Levántate y come’” (I Reyes 19:5). El remedio de Dios conlleva descanso, alimentación, y relajación. No debemos olvidar el papel que juegan nuestros cuerpos en nuestras emociones. Algunas personas de modo consciente se descuidan físicamente. Contra eso, debes obtener el suficiente descanso, comer una dieta equilibrada y hacer ejercicio regularmente.
Paso 3. Renuncia a tu frustración para Dios.
El Señor le preguntó: “¿Qué haces aquí, Elías?”, y Elías respondió: ‘He sentido mucho celo por el Señor Dios Todopoderoso. Los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas. Y yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida»(I Reyes 19:9-10). Elías se desahogó con Dios, y expresó sus sentimientos internos. Dios le permitió a Elías expresar sus frustraciones sin condenarlo o criticarlo. Sin importar lo mal que parezcan nuestras circunstancias, nunca debemos dejar de comunicarnos con Dios. Comparte tu corazón. No tienes que ser elocuente o creativo; simplemente deja que Dios sepa cómo te sientes. Renunciar a tu frustración conlleva una limpieza de todo lo que ha sido empujado hacia dentro de ti y ha creado estas emociones negativas.
Paso 4. Refresca tu conciencia con la presencia de Dios.
“El Señor dijo: ‘Sal fuera y ponte en el monte delante del Señor’” (I Reyes 19:11). Nada te aliviará como entrar en la presencia de Dios y darte cuenta de que te ama y cuida de ti, independientemente de cómo te sientes. Dios nunca prometió que esta vida sería feliz, pero prometió ir con nosotros a través de todo nuestro dolor. Si estás deprimido, pasa tiempo a solas con tu Biblia y Dios. A medida que lees, permites que Dios te hable y te ame. No hay mejor antidepresivo que la comunicación, y la comunión con Dios.
Paso 5. Redirige tu vida.
Dios le dio a Elías una nueva misión. “Vuélvete por tu camino, y ve al desierto de Damasco. Al llegar allí, ungirás a Hazael rey de Siria”(I Reyes 19:15). La forma más rápida para derrotar la depresión es dejar de ahogarse en la autocompasión. Deja de mirarte a ti mismo y empieza a buscar en las necesidades de los demás. Encuentra a personas menos afortunadas e invierte tu vida en ellas. Cuando te entregas a los demás, Dios se entregará a ti. Jesús dijo: “Todo aquel que pierda su vida por mí, la hallará” (Mateo 16:25).
“Paso 6. Renueva una amistad.
Renueva una amistad. “Así que Elías se fue de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat,” (I Reyes 19:19). Las personas deprimidas necesitan verdaderos amigos. No luches contra la depresión solo. Busca a un amigo que te brinde apoyo y aliento; alguien que te ayude a ver las circunstancias como son, no como las percibes.
Conclusión.
Eugene Kennedy dijo: El negocio principal de la amistad es sostener y hacer soportables las cargas del otro. “Cristo puede levantarte de la depresión. Él te puede ayudar. Él puede sanar". ¡No tienes que dar traspiés deprimido por la vida!
"Muchas veces tenemos que continuar por el bien del futuro. Y en ocasiones no hay lugar para esconderse, sino para ser fuertes y valientes, y afrontar la situación de nuestras vidas. Cuando perseveramos, al final somos fuertes, completos y sin carencia de nada.”
 

Jesús en mi ciudad

“Y arribaron a la tierra de los gadarenos, que está en la ribera opuesta a Galilea.” Lucas 8:26
El mayor milagro que Jesús puede hacer en una persona es cambiar su carácter por completo. Imaginemos, pues, cuánto puede hacer Jesús por una ciudad completa.

Pensemos en el momento en que llegamos a una ciudad a la que nunca hemos visitado. Bajamos del autobús y, ¿qué es lo primero que esperamos ver?; si es una ciudad grande, lo que pensamos encontrar es mucha gente, muchos coches, tal vez transportes públicos diferentes a los que conocemos. Si es un pueblo pequeño esperamos ver poca gente, personas en bicicleta, perros en la calle, personas aún en caballo, la mayoría de las personas caminando pues todo lo tienen cerca de casa, algún terreno baldío…

Resultado de imagen de Jesús en mi ciudadAhora imaginemos Gadara.

Jesús llegó al puerto de la ciudad en barco, esperando encontrar multitudes que lo buscaran para que les hiciera algún milagro; o incluso, personas que tenían alguna duda sobre la ley. Pero eso no fue con lo que se encontró Jesús. Salió a recibirlo un hombre muy conocido de la ciudad: Al llegar él a tierra, vino a su encuentro un hombre de la ciudad, endemoniado desde hacía mucho tiempo; y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros” (Lucas 8:27)
Este hombre estaba desnudo, vivía en el cementerio y sobre todo, estaba endemoniado. ¿Qué hubiéramos hecho si nos lo encontramos en la calle? Pensemos en lo que sentía la gente de la ciudad cuando lo veían acercarse; pero cuando Jesús llegó a Gadara y se encontró con el endemoniado, sucedió algo que la ciudad no esperaba que sucediera (versículos. 30-33).
Jesús sabía que los habitantes de esa ciudad estaban aterrorizados por las obras, maldades y destrozos de estos demonios. Mas Jesús amaba tanto a los habitantes de esa ciudad, que los libró sacando a la legión de demonios que tenía este joven. Con el milagro que Jesús hizo en este muchacho no solo se benefició él, su familia y sus amigos; se benefició toda la ciudad.

Cerca de Samaria

“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.” (Lucas 17:11)
Jesús estaba haciendo sus viajes de costumbre, pero esta vez decidió no pasar por Galilea ni Samaria. Pasó por una aldea pequeña que estaba entre estas dos ciudades. Cuando estaban a punto de llegar a la aldea, diez leprosos le gritaron desde lejos: ¡Maestro, ten misericordia de nosotros!” (versículo 13)
Jesús sabía la necesidad de estos hombres y también sabía la fe que ellos tenían en Él. La lepra era la peor enfermedad, no había cura para ella. Las personas que contraían esta enfermedad eran separadas de sus familiares y seres queridos a un lugar apartado. Jesús sabía el deseo que tenían estos hombres de volver a ver a sus hijos, papás, esposas, o amigos que estaban en el pueblo y que, a causa de su enfermedad, tuvieron que dejar.
Jesús también sabía las razones morales y las cuestiones de salud con las que se regían los judíos (Levítico 13). Por esa razón envió a los leprosos a que los revisara el sacerdote, y cuando llegaron allí su enfermedad había sanado.
Solo uno regresó para dar gracias a Jesús. Pero pensemos mejor en la alegría que sintieron las familias de estos diez hombres al verlos regresar a casa completamente sanos. Suponiendo que cada hombre estaba casado, tenía 2 hijos y ambos padres vivos, ¿cuánta gente se benefició con este milagro?: 1 leproso + 1 esposa + 2 padres + 2 hijos = 6 personas por leproso = 6 personas x 10 leprosos = 60 personas
Además, no estamos contando a los amigos y vecinos que se alegraron por la sanidad de cada uno de estos hombres. Y si tenían hermanos, primos, tíos, abuelos, etc.