Lucas 1:57-80
Antes o después nuestro corazón se preguntará cuál es el sentido de la vida. En muchas ocasiones esta pregunta existencial es el precursor de una conversión a Dios, porque el alma entiende que nada de este mundo podrá llenar nunca su sed de Dios.
El nacimiento de Juan el Bautista nos ayuda a comprender el sentido de la vida en dos acepciones: Sentido entendido como “razón de ser” y Sentido entendido como “dirección”. Es decir: Cuando nos preguntamos por el sentido de la vida, en definitiva estamos buscando un “porqué” y un “hacia dónde”. Y la respuesta que demos a estas preguntas nos dará la certeza de que Dios es la garantía de nuestra vida y el sentido de nuestras alegrías, las satisfacciones. Pero también es el sentido de las pruebas, el dolor y las dificultades.
¿QUIÉN SERÁ ESTE NIÑO?
El nacimiento de Juan el Bautista, el precursor y predicador de Cristo, estuvo rodeado de la intervención sobrenatural de Dios. Y todos los que lo conocían se alegraban y se maravillaban. Aunque el nacimiento de cada uno de nosotros no haya tenido aparentemente nada de extraordinario, siempre la vida de cada bebé que viene al mundo es un milagro en sí, una creación de Dios, una enorme bendición que solo Dios puede prodigar y nadie más.
Aunque el nacimiento de un ser humano sea “cotidiano”, sigue siendo milagroso. Pero sobre todo, aunque sea cotidiano, la razón de ser de cada persona es la intervención de Dios. Existimos porque Dios nos quiere en este mundo, existimos porque Él nos eligió, porque “antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué” (Jeremías 1: 5).
Así que la razón de nuestra existencia es Dios. Ninguna otra cosa de este mundo puede explicar nuestra existencia de manera satisfactoria. Cuando agradecemos nuestra existencia a nuestros padres, parecería lógico que ellos se quedaran atónitos y sin palabras. Pues no es la madre quien formó al hijo en su vientre, ella simplemente es portadora de un milagro, de una intervención de Dios, de una bendición. De forma que si los padres son tan honestos como los padres de Juan, señalarían al Señor y les dirían a todos: Este niño es la prueba de que el Señor “nos visitó”.
El sentido de nuestra vida no se agota solo con la explicación biológica de nuestra existencia. Nuestros padres pueden explicarnos la biología, pero nunca podrán explicar la aspiración de infinito que llevamos en el corazón, esa aspiración que nunca se sacia con las cosas de este mundo. Solo Dios puede saciar esa sed existencial.
Y cuando nos enfrentamos con situaciones extremas como el dolor, la enfermedad, la muerte o incluso una alegría profunda… solo Dios le puede dar sentido y plenitud; solo con Dios entendemos que el dolor y la muerte tienen un sentido.
Solo con Dios entendemos que la muerte no es el fin, que somos trascendentes y podemos aspirar a la felicidad eterna. Y también, ante una situación gozosa y alegre, siempre está allí Dios completando nuestra gratitud y nuestras lágrimas de felicidad, y se alegra con nosotros.