sábado, 29 de noviembre de 2014

La paciencia

Cuando usted se acerca a un ascensor y ve que el botón de subida está encendido, ¿lo presiona? O cuando está en un supermercado, detenido en una fila que no se mueve, ¿cómo reacciona? Nuestra paciencia, o la falta de ella, se ve en muchos aspectos de nuestra vida.
La esperanza que viene de la paciencia, no es un atributo natural con la que se nazca. Tampoco es una habilidad que podemos desarrollar por nosotros mismos. Solo se adquiere con la ayuda del Espíritu Santo.
La naturaleza de la paciencia nos permite decir: Estoy dispuesto a dejar de lado la gratificación inmediata para esperar que Dios se encargue de mi necesidad. Entonces somos capaces de experimentar una tranquilidad interior que solamente puede venir de Él. Esto no significa que dejaremos de sentir presión o estrés; a veces, la necesidad de esforzarnos insistentemente para lograr nuestros objetivos puede parecer abrumadora, pero el Señor puede calmar nuestro corazón.
Es importante comprender que la paciencia no puede desarrollarse sola, sin otros atributos de la vida cristiana. Al pensar en la vida de David y su fidelidad, podemos ver que esto es cierto. Mientras esperaba ser nombrado rey por designio divino, tuvo varias oportunidades para matar a Saúl, quien gobernaba en ese momento la nación. Pero, al negarse a sacar ventaja de la situación, David mostró, además, su discernimiento, sabiduría, el amor y la fe en el tiempo de Dios (1 Samuel 24.10, 11; 26.10, 11).
La paciencia es una de las nueve cualidades mencionadas como fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5.22, 23). Así que, para dar evidencias de esta importante virtud, debemos rendir nuestras vidas a Él.

El poder de la alabanza

Dios pone una herramienta poderosa en tus manos que te libra de tu angustia, tristeza o depresión. Sólo tienes que decidir usarla. Pablo y Silas pasaron momentos difíciles, ambos fueron azotados y luego echados dentro de una cárcel oscura y sucia. ¿Qué harías tú en semejante situación?... Lo que hicieron estos dos prisioneros fue sorprendente: comenzaron a cantar himnos a Dios (Hechos 16), y tuvieron su propia reunión de alabanza y adoración. ¡Increíble!
Nosotros fuimos creados para adorar y alabar a Dios. Sin embargo, como suele hacer nuestro Padre, esta práctica también produce beneficios para aquellos que la ejercen. Lo que comenzó como un sencillo ejercicio de fe y esperanza, terminó siendo la herramienta que Dios usó para dar libertad a Pablo y Silas; y no solo a ellos, sino a todos los prisioneros que se encontraban en aquel terrible lugar. Hechos 16 nos dice que después de haber cantado, llegó un gran terremoto, y todas las puertas y cadenas de aquel lugar de ataduras fueron abiertas y rotas. La alabanza se convirtió en la bomba nuclear que Dios usó para traer libertad y salvación a muchas vidas.
Hay dos clases de alabanza. Una de ellas se produce después de la liberación o la obra de Dios en nuestro favor. Los salmos están llenos de ejemplos de esta clase de alabanza. Algunos como: "Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza" (51:15); "Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día" (35:28); y, "A Jehová cantaré en mi vida, a mi Dios cantaré salmos mientras viva" (104:33).
La otra clase de alabanza es la de la obediencia y fe, como la mencionada en 1 Tesalonicenses 5:18 cuando dice: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús". Dios quiere que cualquiera que sea nuestra circunstancia, levantemos nuestras voces en alabanza y agradecimiento a Él. Esta era la alabanza que practicaban Pablo y Silas, y es la alabanza que produce milagros. Otro ejemplo del poder que tiene esta clase de alabanza, se encuentra en 2 Crónicas 20, cuando Dios dio una gran victoria al pueblo de Israel sobre los moabitas y amonitas, después de haber comenzado a alabar en el momento de enfrentarse a unos enemigos terribles y poderosos. Humanamente, Israel no podía luchar contra este tipo de pueblos guerreros, pero cuando Dios le dijo: "Alaben", Israel obedeció y vio la mano de Dios levantarse a su favor, y sus enemigos fueron totalmente derrotados, sin levantar ni siquiera una espada. ¡Ese es el poder de la alabanza de obediencia y fe!

Tengo todo lo que necesito

Por naturaleza el ser humano nunca está completamente satisfecho de su situación. Siempre queremos más, porque somos seres activos, cambiantes, y por eso soñamos y creamos ideas de lo que queremos lograr. Tenemos el anhelo de crecer y avanzar, lo cual es, de por sí, positivo cuando disfrutamos y agradecemos a Dios por lo que tenemos en la actualidad. Pero desgraciadamente, estamos tan inmersos en el mundo del “si tan solo tuviera”, que todo parece ser insuficiente.
De niña quería ser adulta; en el colegio quería ser como las alumnas de último curso; en mi adolescencia me quejaba por ser muy delgada, de universitaria  ya quería acabarla para trabajar en mi profesión; ya de profesional quería un mejor trabajo, y cuando que lo tuve, en la oficina no veía la hora de estar en casa; en casa estaba pensando en los trabajos pendientes; cuando compré mi primer coche ya estaba pensando en el siguiente; de novia quería casarme; lo hice, tuve mi casa pero quería una más grande; también de casada quería ser madre; embarazada ya quería tener a mi bebé, y así una serie de vivencias hasta que llegué a la edad adulta y entonces,... quería ser joven y delgada de nuevo.
Si te familiarizas con lo que acabas de leer, es importante que consideres que el contentamiento viene de adentro, no de satisfacer las necesidades externas; así que considera los siguientes puntos para enfocarte en lo que tienes y no en lo que te hace falta.
1) Cambia tu actitud.
Mejor es una mentalidad de gratitud que de exigencias; en vez de estar descontenta porque aún no puedes comprar el coche que quieres, (o que pudieras pensar que mereces), da gracias por tu vehículo actual; o disconforme por estar pensando en tener un mejor sueldo, puedes estar agradecida porque tienes trabajo. Nunca es suficiente el dinero.

El rey y sus dientes

En un país muy lejano al oriente del gran desierto, vivía un viejo sultán, dueño de una inmensa fortuna. Una noche soñó que había perdido todos los dientes. Inmediatamente después de despertar, mandó llamar a uno de los sabios de su corte para pedirle urgentemente que interpretase su sueño.
 -  ¡Qué desgracia, mi señor!, exclamó el sabio. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
- ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde, ordenó que le trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al Sultán, con atención, le dijo:

- ¡Qué suerte, gran Señor! El sueño significa que vuestra merced tendrá una larga vida y sobrevivirá a todos sus parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los consejeros reales le dijo admirado:
-¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños del Sultán es la misma que la del primer sabio. No entiendo por qué al primero le castigó con cien azotes, mientras que a ti con cien monedas de oro.
- Recuerda bien amigo mío, respondió el segundo sabio, que todo depende de cómo se dicen las cosas. No olvides, mi querido amigo, continuó el sabio, que puedes comunicar una misma verdad de dos formas: la pesimista, que solo recalcará la parte desagradable de esa verdad; o la optimista, que sabrá encontrarle siempre la forma agradable a la misma verdad. 

Reflexiones sobre mi vida

Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido.
1 Corintios 13:12 
Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 
2 Corintios 5:10
Al llegar al ocaso de mi vida, puedo mirar hacia atrás con serenidad. Muy agradecido, reconozco que mi vida ha estado llena de los cuidados de Dios. Ya no tengo temores ni dudas, pues Dios me reconcilió con Él al permitir que creyese en el Señor Jesús, y por ello mi conciencia está tranquila. 
La paciencia de Dios, su bondad, su acción en mi favor, pequeña y pobre criatura como soy, fueron para mi bien. ¡Con qué delicadeza me sostuvo y me sacó de mis errores! ¡Con qué vigilancia hizo que me alejara de peligros conocidos y desconocidos! ¡Con qué amor me instruyó, dirigió y formó! Todos los cuidados de su gracia y su misericordia se despliegan ante mis ojos. Ahora los veo imperfectamente, pero un día, en el cielo, los veré reconociendo lo bien que Dios me conocía.