¿Quién de nosotros no ha cometido grandes errores? ¿Quién de nosotros no ha tomado una mala decisión que ha traído tristes consecuencias? ¿Quién de nosotros no ha cometido algún pecado que le ha traído vergüenza y tristeza?
A veces se nos olvida que no somos tan perfectos como creemos; a veces se nos olvida que tenemos un cuerpo corrupto, con deseos engañosos, muy, pero que muy inclinado a hacer siempre lo malo; así es nuestra naturaleza, pecaminosa.
En una ocasión una multitud seguía a una mujer adúltera para apedrearla, pero para que tengamos más clara la historia leámosla a continuación:
“Al día siguiente, al amanecer, Jesús regresó al templo. La gente se acercó y Él se sentó para enseñarles. Entonces los maestros de la Ley y los fariseos llevaron al templo a una mujer. La habían sorprendido teniendo relaciones sexuales con un hombre que no era su esposo. Pusieron a la mujer en medio de toda la gente y le dijeron a Jesús:
—Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio. En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas? Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si Él respondía mal, podrían acusarle. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo. Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:
—Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra. Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo. Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer. Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:
—Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado! Ella le respondió:
—Así es, Señor. Nadie me ha condenado. Jesús le dijo:
—Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.” Juan 8:2-11 (Traducción en lenguaje actual).
Leer este suceso hace pensar en varias cosas:
Primero: Todos estamos propensos a fallar, por lo que no deberíamos juzgar duramente a los que lo hacen, ni tampoco deberíamos ser duros con nosotros mismos. Tampoco se trata de sentirse bien al hacer el mal, porque entonces Dios no habitaría en nuestra vida; una persona nacida de nuevo nunca sentirá placer al pecar, al contrario, sentirá tristeza, vergüenza y dolor en su corazón por haberle fallado a Dios.
Segundo: Dios no acusa y tampoco condena. A pesar que Jesús era el único digno de tomar una piedra y lanzarla a la mujer, decidió no hacerlo, decidió perdonar. Y es que Jesús siempre tendrá como primera opción para nuestra vida PERDONARNOS; entonces, partiendo de esto: ¿por qué no buscamos su perdón?. La mayoría de personas, al fallarle a Dios, sienten que ya no son dignos de Él y prefieren, en muchos casos, alejarse totalmente de Dios en lugar de buscar su perdón. Aunque para los más duros y religiosos esto no sea fácilmente asimilable, tenemos que entender que no importa cuántas veces le pidamos perdón a Dios, Él siempre estará dispuesto a perdonarnos, eso si, mientras haya oportunidad.
Y Tercero: La voluntad de Dios al perdonarnos es que no volvamos a lo mismo: “Ella le respondió: —Así es, Señor. Nadie me ha condenado. Jesús le dijo: —Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.” Juan 8:11 (Traducción en lenguaje actual). Cuando Dios nos perdona, lo hace con el propósito de que podamos ir y vivir de una manera diferente para no volver a cometer los mismos errores, pero si en alguna ocasión los volvemos a cometer, no significa que Dios nos deseche, se canse de nosotros o nos dé la espalda. El Apóstol Pablo escribió: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” 1 Juan 2:1 (Reina-Valera 1960).
Debemos comprender que todos estamos expuestos a fallar, a pecar, a cometer graves errores o a tomar muy malas decisiones pero, en medio de nuestros fracasos, debemos comprender que hay un Dios que no nos rechaza, que no nos da la espalda, que no se cansa de nosotros y que siempre está dispuesto a extender su mano, abrazarnos, perdonarnos y, si nos dejamos, restaurarnos.
No sabemos cuántas veces hayamos fallado en esa área que ha sido nuestro tropezadero, pero debemos entender que Dios quiere perdonarnos y no condenarnos, que su amor es lo que necesitamos, y que, al perdonarnos, Él quiere que pongamos todo de nosotros para no volver a ser los mismos. Porque Él ha dado todo de sí para nosotros al morir en esa cruz por nuestros pecados.
¡Levántate este día!, deja de creer que Dios se cansó de ti o que ya no te perdonará más, Él es grande en Misericordia, por lo tanto ve a Él, arrepiéntete genuinamente y pídele perdón, porque sin duda en ÉL SIEMPRE ENCONTRARÁS EL PERDÓN que necesitas.
¡HOY DIOS QUIERE PERDONARTE! ¿ACEPTAS SU PERDÓN?