¿Quién no se disfrazó alguna vez de viuda, payaso, o muerte? … ¿Quién no se confundió entre el gentío formando parte de un ritual que intentaba borrar, de cualquier forma, circunstancias negativas del año que acaba de concluir?
Cada fin de diciembre se sigue repitiendo el rito: armamos el muñeco, lo exhibimos ante la faz pública, como deseando avergonzarlo, y llegada la hora, procedemos a apalearlo, a destruirlo. Paralelamente a ello nos abrazamos, hacemos propósitos y promesas de enmienda, azuzamos el desfallecido fuego, y brindamos porque el año que llega traiga a nuestra vida el anhelado cambio.
Sin embargo, muchas veces acabado el ritual, superada la mala noche, retirado el antifaz de nuestro rostro, terminamos reconociendo que el tan esperado cambio de año no ha sido más que una simple ilusión, una pompa de jabón, un pasar la hoja del calendario, pues de corazón adentro, interiormente, todo sigue igual.