“Pero yo siempre tendré esperanza, y más y más te alabaré” (Salmo
71:14).
En este salmo el escritor está cercado por sus enemigos, pero allí, en
el momento más oscuro, toma una decisión: Va a tener esperanza y va a
multiplicar su alabanza.
A menudo me encuentro con gente de una realidad tal, que anda
convenciendo a la gente de fe, de que conviertan su esperanza en algo tangible.
Y una vez tras otra me niego a que me convenzan de eso; soy un sacerdote y el
sacerdocio sólo es ungido por el aceite del santuario de la esperanza. Mi
unción es la esperanza, creo en un Dios que está a mi favor, que ha determinado
mi bien y que tiene un propósito para mi vida. Soy prisionero de la
esperanza.
Entonces, aparecen los quejosos que no me pueden ungir. Son gente que corre
conmigo que me quiere marcar su ritmo. Pero no puedo permitir que me saquen
de mi programa de carrera, yo tengo mi paso y es la alabanza. He determinado
alabar al Señor más y más cada día…, no es un capricho, es una necesidad de
alguien que no pierde su esperanza. No me importa la opinión de los negativos,
de los que siempre ven el pelo en la comida, la mosca tras la oreja o...
El salmista cree que esto es determinante y por eso lo expresa; lo hace
porque, además, es natural tener predisposición a ver lo negativo y quejarse.
Pero yo ya no soy normal, soy raro, yo siempre tendré esperanza, y más y más le
alabaré.