Sin la gracia de Dios el cristianismo no es nada.
Si quitamos la gracia
de la fe cristiana, la convertimos en otra religión pagana.
Si usted es de aquellos que está comenzando a dar sus primeros pasos en la fe, muy probablemente lo mejor es que comience a leer los Evangelios, los cuatro primeros libros del Nuevo Testamento. Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron discípulos de Cristo, hombres que desarrollaron durante tres años de ministerio una camaradería íntima con Jesús. En todos nos quedamos maravillados ante las vivencias de la vida de Cristo, al ver que Jesús es una muestra viviente y real de la Gracia de Dios.
Ejemplos tales como el de la mujer adúltera que todos quieren apedrear y matar en público por la infidelidad a su marido, mas la respuesta de Jesús es: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8;11.
También Jesús nos cuenta acerca de un padre que recibe a su hijo pródigo que ha desecho su herencia con prostitutas, y en rondas y parrandas con amigos perversos. Mas Jesús nos relata que el padre abre los brazos y hace fiesta, porque este era su hijo amado que estaba perdido y es hallado, estaba muerto y había revivido.
Su gracia se expresa en la tolerancia, el amor, la sencillez y la humildad en todo tiempo. Es un Jesús compasivo, amigable y perdonador para los más despiadados pecadores de este mundo. Dios mismo, encarnado en la persona de Cristo, es amor y perdón para los más impíos de este mundo.
Otro ejemplo de esta gracia revelada se muestra al ver a Pedro estar hundiéndose en el mar por las fuertes olas y el viento. Aquel discípulo atrevido no tardó en clamar ¡Señor, Sálvame! Y allí estaba la mano de Jesús, lista siempre para ayudarlo y rescatarlo. Jesús, tendiendo la mano, lo agarró y le dice: ¡Hombre de poca fe!, ¿por qué dudaste?