sábado, 12 de marzo de 2016

Detente y conoce una nueva manera de vivir

Que cómodo es andar en coche. ¿A quién no le gusta tener su propio medio de transporte? Es muy útil para llegar temprano a todas partes, pero no todo resulta tan sencillo, pues aunque seamos dueños del coche, no somos dueños de la autopista, y debemos respetar las leyes de tráfico.
Lamentablemente, en algunos países estas leyes no se cumplen con fidelidad, y a diario se puede observar el resultado de ello en las noticias.
Realmente catastrófico es perder la vida por no esperar cinco minutos. Pero en fin, así somos todos, imprudentes, queriendo correr en la vida sin temor alguno, cayendo en hoyos, sin tener en cuenta los obstáculos, poniéndonos en riesgo simplemente porque no nos gusta detenernos, ni mucho menos obedecer la ley, en este caso, de Dios.
Necesitamos meditar en estos 2 aspectos para que aprendamos a detenernos y cambiar nuestra manera de vivir, soportando la disciplina de Dios:
1. Cuando no nos detenemos, Dios nos coloca freno o cabestro:
En tiempos antiguos, había personas que utilizaban a los animales como medio de transporte o para arar terrenos. Algunos usaban caballos, otros preferían los burros, pero la gran mayoría de agricultores prefería usar las mulas o mulos, (productos del cruce de un burro con una yegua). Se distinguían por su fuerza y resistencia; este animal tenía la capacidad de arar en terrenos duros, donde los caballos se fatigaban al primer intento. A simple vista parecía sencillo, pero no era así, pues para tener el dominio de este animal los dueños debían llevar a cabo un proceso de amaestramiento o domesticación, lo cual era favorable en el momento de colocar las riendas y el freno para tener el control del animal.
Por desgracia, muchas veces cometemos el error de comportamos como estos animales salvajes, que requieren ser domesticados para ser controlados con el freno; pues así como las mulas tienen vigor, resistencia y fortaleza, nosotros también los tenemos cuando queremos correr para satisfacer nuestros caprichos; todo a nuestra conveniencia, ignorando lo que Dios ha establecido en su palabra.
En un pasaje Bíblico está de manifiesto una analogía que nos enseña la similitud existente entre el hombre imprudente y las mulas:
“El Señor dice: Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir. No seas como el mulo o el caballo, que no pueden entender y hay que detener su brío con el freno y con la rienda, pues de otra manera no se acercan a ti.” Salmo 32:8-9.
Frecuentemente, aunque conocemos lo que Dios ha establecido en su palabra, hacemos caso omiso y corremos por la vida como mulos sin freno. Aunque sabemos que Dios nos habla, ignoramos su voz; aunque el semáforo del Espíritu Santo nos marca rojo, decidimos seguir para luego accidentar nuestras vidas; pero Dios, en su amor y misericordia, nos coloca ese freno como el de los mulos para poder obrar en nuestras vidas; de momento no lo comprenderemos pero es muy importante poner la mirada en El Señor para que conozcamos su voluntad. Como hijos obedientes debemos aceptar su disciplina, pues todo es para nuestro beneficio.

El poder de la música de Dios

… cantando con gracia en vuestros corazones al Señor…(Colosenses 3:16)
"La novicia rebelde", o "Sonrisas y lágrimas", una de las películas musicales más exitosas, se estrenó en 1965. Ganó muchos premios, incluidos cinco Óscar, pues captaba el corazón y entronizaba las voces de personas de todo el mundo. Más de medio siglo después, siguen haciéndose presentaciones del filme con las que la gente asiste, vestida igual que su personaje favorito y acompaña con el canto.
Inline image 1La música está profundamente arraigada en nuestra alma. Y para los seguidores de Cristo es un medio maravilloso de alentarnos unos a otros en el sendero de la fe. Pablo exhortó a los creyentes de Colosas: La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales (Colosenses 3:16).
Cantar juntos al Señor conlleva el mensaje de su amor en nuestra mente y corazón, y ejerce un poderoso ministerio de enseñanza y estímulo. Ya sea que nuestro interior clame angustiado: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio (Salmo 51:10), o que exclame con gozo: él reinará por los siglos de los siglos (Apocalipsis 11:15), el poder de la música que exalta a Dios eleva nuestro espíritu y nos da paz.
Cantemos hoy al Señor.
Gracias, Señor, por la música, y por poder alabarte cantando.

La tierra tiembla

Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces… Tú eres el mismo, y tus años no acabarán. Hebreos 1:10-12
Vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. Mateo 24:44
El célebre arquitecto Le Corbusier (1887-1965) escribió: "Ebria de velocidad y de movimiento, uno diría que toda la sociedad se puso inconscientemente a dar vueltas sobre sí misma, como un avión en barrena en medio de un banco de bruma cada vez más opaca. De este tipo de embriaguez solo se puede salir desembocando en la catástrofe, porque no queda otra salida que estrellarse contra el suelo".
En la Biblia hallamos un análisis parecido. Hace veintisiete siglos el profeta Isaías escribió: Será la tierra conmovida. Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará” (Isaías 24:19-20).

La persona que Dios usa

Al ser llamado por el Señor a una vida de discipulado y servicio, Pedro dejó su profesión de pescador para convertirse en el líder de la iglesia en Jerusalén. Podemos aprender mucho de la transformación que experimentó, por sus logros y sus fracasos.
Pedro fue el primero que reconoció públicamente que Jesús era el Mesías. Cuando el Señor preguntó a los discípulos quién creían ellos que era, Pedro dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16.16). Confesó resueltamente su fe delante de los demás, y no se cohibió por temor a lo que pudieran pensar. Igualmente, la base de nuestra identidad, tanto en público como en privado, tiene que ser que somos seguidores de Cristo. Nuestras palabras y acciones deben proclamar que le pertenecemos a Él.