Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.
2 Timoteo 1: 3 – 5
Es imposible no reconocer que los padres dejamos huella en nuestros hijos; nuestras virtudes o defectos, nuestras buenas o malas decisiones personales y familiares inevitablemente se reflejarán en ellos, y su futuro se verá afectado.
Dios Creador puso en nuestras manos la crianza de los niños y niñas que Él nos dio, y debemos hacerlo bien. Es una tarea importante de nuestra relación con el Señor de la que deberemos dar cuenta. Nuestra influencia es tan valiosa, que la Palabra de Dios nos señala que hasta podemos llevar con seguridad a nuestros hijos a la salvación: “instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”, Proverbios 22:6. Este consejo va dirigido a los padres, pero lamentablemente son muchos los que no lo siguen.
Alguien dijo que la mejor predicación del evangelio es aquella que se hace con la boca cerrada. ¡Cuánta verdad!, pues el ejemplo, el testimonio, muchas veces determina la vida eterna de alguno. La instrucción debe ser amiga inseparable del testimonio. Esta es una razón de mucho peso que determinará la decisión por Cristo de nuestros hijos.
Alguien dijo que la mejor predicación del evangelio es aquella que se hace con la boca cerrada. ¡Cuánta verdad!, pues el ejemplo, el testimonio, muchas veces determina la vida eterna de alguno. La instrucción debe ser amiga inseparable del testimonio. Esta es una razón de mucho peso que determinará la decisión por Cristo de nuestros hijos.
El apóstol Pablo reconoció que en Timoteo había un tipo especial de fe que se había transmitido de generación en generación; era tan evidente, que vio reflejado en el carácter cristiano del joven a dos personas, a su abuela Loida, y a su madre Eunice. En la formación de Timoteo como miembro del Cuerpo de Cristo, ambas influyeron; pero sin duda el papel de la madre fue vital. Loida había preparado eficazmente a su hija para los caminos del Señor, y partió al cielo con la tarea cumplida. Y por el resultado, observamos que Eunice se preocupó diligentemente de transmitir a su hijo los valores y principios que harían de él un muy buen cristiano.