lunes, 30 de octubre de 2017

¿Qué dice la Biblia sobre Halloween?

Especial La noche de los muertos
Halloween es una fiesta de origen pagano que se celebra la noche del 31 de octubre, víspera del Día de Todos los Santos, y que tiene sus raíces en el antiguo festival celta conocido como Samhain (pronunciado "sow-in"), que significa "fin del verano", y se celebraba al finalizar la temporada de cosechas en Irlanda para dar comienzo al "año nuevo celta", coincidiendo con el solsticio de otoño. 
Durante esa noche se creía que los espíritus de los difuntos caminaban entre los vivos, y se realizaban fiestas y ritos sagrados que incluían la comunicación con los muertos. Además, era habitual colocar una vela encendida en las ventanas para que los muertos "encontrasen su camino".

Imagen relacionadaLa Biblia no habla directamente del halloween , pero sí trata varios temas relacionados con los símbolos de este día. Intentaremos implementar el punto de vista bíblico a los temas que sobresalen durante esta fecha.
La muerte:
Como dijimos antes, el origen de halloween se remonta al festival celta de samhain, basado en la creencia de que los muertos regresaban la noche del 31 de octubre para atormentar a los vivos.
Para ellos era un día en el que los mundos sobrenaturales chocaban el uno contra el otro. La muerte y los espíritus eran los temas centrales en las ceremonias de samhain, y siguen siendo temas atractivos para los que celebran halloween.
Halloween celebra todo lo relacionado con la muerte y el mundo de las tinieblas. Esta exaltación, de lo oscuro que es, contradice lo que la Biblia nos enseña. Jesucristo vino para vencer al príncipe de las tinieblas, Satanás, y precisamente lo venció al resucitar de la muerte. La esperanza que ofrece Jesús es de gozo, alegría, paz, seguridad y vida eterna. No de miedo, tormento, oscuridad y mucho menos la muerte.

De camino a Emaús

“- ¡Qué torpes son ustedes - les dijo -, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas!”
Lucas 24:25 (Nueva Versión Internacional)
Dos de sus discípulos le vieron de camino a Emaús. Jesús se les apareció en medio de su incredulidad, hablando con pesimismo. No obstante, Él les recordó que lo que padeció era parte del plan, y que tal como prometió, el Cristo había resucitado.
Los discípulos esperaban que Jesús les liberara del yugo de los romanos, pero Dios quiso liberar al mundo del yugo del pecado. Hablaron de cómo se sintieron decepcionados porque no ocurrió lo que ellos esperaban, poniendo en duda todas las palabras que Jesús de antemano les había hablado. Estos dos discípulos después de haber visto las obras que Jesús realizó y de haber sido amados por el Mesías, permitieron que la duda entrara en sus corazones por el mero hecho de que Dios no actuó como esperaban. Esta duda endureció sus corazones, al extremo de no creer como verdadero el testimonio de las mujeres que estuvieron en el sepulcro de Jesús. Fue cuando Jesús los confrontó y les dijo: qué tardos de corazón. Sin importarles que fuera el tercer día después de la crucifixión de Jesús, ellos habían perdido la esperanza de que Jesús resucitara. Porque escogieron poner su esperanza en la forma en que ellos querían que Dios actuara,... pero Él tenía un plan mayor.
¿Cómo está tu corazón estos días? ¿Aún crees todas las palabras que ha hablado Jesús a tu vida, o porque Dios no ha actuado como lo esperas tu corazón se ha entorpecido? A pesar de que aún no se cumplan algunas de las palabras que Dios te ha dado, no permitas que haya duda en ti, porque la duda es lo contrario de la fe. Y sin fe es imposible agradar a Dios. Mantén tu corazón como el de un niño que cree toda palabra que le habla su Padre, y así no se entorpecerá.

Aplicación hoy

Si te has encontrado como los dos discípulos en su camino a Emaús, es momento de recordar que Jesús jamás miente. Y que Él ya te ha dado todo por amor. No permitas que la duda entre en ti, porque Él siempre ha sido y será fiel contigo. Hónralo con tu fe. Mantén un corazón agradable a Dios.

Honra a Dios cuando todo indique lo contrario.

Queriendo conocer como Dios

«No sean altaneros», digo a los altivos; 
«No sean soberbios», ordeno a los impíos;
«No hagan gala de soberbia contra el cielo,

ni hablen con aires de suficiencia.»
(Salmos 75:4-7)
Desde la construcción de la Torre de Babel, pasando por los viajes a otros planetas y la clonación de especies vivas, el ser humano no para en sus soberbios intentos por saberlo todo, descubrirlo todo, acercarse a Dios, no para amarlo precisamente, sino para presuntuosamente competir con Él, estar a la altura de “Su conocimiento”.
Ahora, el nuevo “juguete” que tiene entre sus manos, desde el año 2008, es el Gran Colisionador de partículas (LHC), un gigante y costoso aparato en el cual intervienen miles de científicos e ingenieros de laboratorios y universidades de todo el mundo, interesados en temas propios de su especialidad, como la estructura y el origen de la materia, las partículas, átomos, masa; y, otros más, que guardan relación con el denominado “Big Bang”, o esa gran explosión que, según algunos científicos, determinó la creación del universo.
Muchos no entenderán completamente conceptos como masa, átomos, protones y agujeros negros, pero sí comprenderán que dicho proyecto, al ser evaluado con una inversión que iría de  3.500 a 6.500 millones de euros, provocará terribles paradojas humanas como las siguientes: Mientras andamos interesados en saber cómo se formó el universo, nuestro planeta sigue consumiéndose en una nube de contaminación originada por nuestra propia mano. Mientras invertimos dinero en este tipo de proyectos, lo escondemos para paliar el hambre de los millones de seres que, diariamente, mueren de hambre y sed. Mientras deseamos saber si hay habitantes en otros planetas, no nos llevamos del todo bien con los del nuestro; y, mientras queremos abrir nuevas vías de comunicación universal aquí en la tierra, cada día nos entendemos menos. En términos vulgares, queremos construir la casa empezando por el tejado.