
Esas manos que hicieron tanto bien, las mismas que muchas veces usó para sanar enfermos, las que lavaron los pies de sus discípulos, esas mismas manos, cierto día un grupo de soldados romanos las atravesaron con gruesos clavos que introdujeron a la altura de la muñeca, a través del túnel carpiano. Esta mutilación es terrible, provoca que la mano se doble en forma de garra, es una zona extremadamente dolorosa por la presencia del nervio mediano, nervio que permite la sensibilidad de la mayoría de los dedos, y Jesús no recibió ningún tipo de anestesia.
Después de esto, elevaron su cuerpo en el madero donde estaba clavado y todo su peso se mantuvo en esos clavos, destrozando aun más sus tejidos y tendones, provocando un sangrado importante y un dolor profundo. La mayoría de sus seguidores, que hasta ese día lo habían acompañado, literalmente desaparecieron de la escena. Unos se alejaron por temor, y otros porque no tuvieron la fortaleza necesaria para ver al Mesías soportando esa brutal tortura.