sábado, 30 de julio de 2016

Jesús ha aparecido de modo milagroso en todo el mundo

EE.UU.- El pastor y estudioso del Nuevo Testamento Jeremiah Johnston pasó seis años recopilando datos para escribir el libro “Un answered” (Sin Respuesta). El objetivo era analizar los problemas que parecen olvidados por muchas iglesias hoy en día.
Él afirma que Dios sigue manifestándose claramente a través de los milagros. Uno de los enfoques de la obra es relatar que Jesús se está manifestando de manera sobrenatural a los musulmanes en diferentes partes del mundo.
El autor admite que esto deja a “algunos creyentes incómodos”, pero es un tema que no tiene una respuesta fácil, de ahí el título.
Según Johnston, cuando la gente duda de estos informes, su respuesta es: “¿Ha leído el capítulo 9 del libro de los Hechos, recientemente? ¿Jesús, a quién se le apareció en la entrada a Damasco? A Saulo de Tarso. 
El escritor explica que estas apariciones se llevan a cabo de diversas maneras sin que esto anule la veracidad de los hechos, pues es una decisión de Dios hacerlo.
“Mientras que muchos de los milagros de hoy en día no pueden ser exactamente igual o tener la misma apariencia a lo que sucedió, cuando Jesús caminaba como un hombre en la tierra, historias milagrosas de triunfo y perseverancia de los seguidores de Cristo están sucediendo como nunca antes, sobre todo en la iglesia perseguida”, afirma.

La mejor lección del bautista

“Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe”
(Juan 3:30)
Podría parecer áspero en sus mensajes, incluso mordaz, agresivo. Hablaba sobre un Mesías que purificaría, sobre un hacha puesta en la raíz de los árboles que no dieran frutos, sobre paja que se quemaría en un fuego inextinguible. Ciertamente, Juan no era nada querido por los romanos y no tenía ninguna intención de complacer a los políticos. Llamó adúltero a Herodes sin ninguna diplomacia ni ambigüedad. Sus mensajes adolecían de obediencia a principios actuales de teología aplicada a discursos, y sus introducciones eran duras y abruptas. En el Seminario del desierto no fue enseñado a pronunciar una oratoria complaciente. Algunas de sus alocuciones contenían frases que podrían alejar a los practicantes del diezmo, pero Juan no entraba en consideraciones superfluas, por lo que decía lo que pensaba con autoridad profética: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? (Lucas 3:7b). Su vestimenta era un tanto excéntrica y su dieta poco normal. No es seguro si en muchas iglesias le darían el púlpito para predicar un domingo. A Juan lo amabas o lo aborrecías, sencillamente no podías ignorarlo; pero la lección más sobresaliente de Juan no es su implacable predicación, o su intransigente posición contra la corrupción política o religiosa. La enseñanza que más sobresale en la vida de Juan es su comprensión de quién es Cristo. Él nos recuerda que Jesús debe ser el protagonista de nuestras vidas y ministerios, que existimos para que Cristo sea glorificado en nosotros, no para obsesionarnos con grandezas. “El que de arriba viene, es sobre todos (…) el que viene del cielo, es sobre todos” (Juan 3:31).
Juan nos alecciona dos milenios después, al acto más sacrificial que podamos hacer por amor a Cristo; menguar para que Él sea Señor. En medio de un mundo obsesionado con trascender a través de la fama, la política y el dinero, es fácil confundirse con luces de neón muy seductoras. El deseo de ser grande se apodera de las multitudes como un poderoso virus para el que no parece haber cura. Estudios estadísticos han demostrado que la palabra que más se menciona por teléfono es “yo”. Ya existen agencias que alquilan paparazzis para que te persigan toda la noche, y la gente a tu alrededor, se emocione pensando que eres un famoso en fuga de los flash de las cámaras de las más glamurosas revistas. El mundo está obsesionado con ser reconocido, con ser poderoso. No obstante, lo de la fama no parece ser de mucha ayuda, ya que el índice de drogadicción en Hollywood es espantoso, y los frecuentes suicidios de celebridades hacen que se encienda una luz roja en nuestras mentes. La infidelidad y el divorcio en los gremios más adinerados, nos llevan a la conclusión de que el dinero poco aporta a la felicidad conyugal.
Lo peor de todo es que esta enfermedad también ha invadido las haciendas sagradas. Hay demasiados cristianos obsesionados con sus currículos académicos; oradores que disfrutan escuchándose y que no pueden parar de hablar de sí mismos, de sus contribuciones a la obra de Dios y de la utilidad de sus ministerios. Hay un desproporcionado deseo de aparecer en todas partes, de estar en todos los comités, de salir en las fotografías de los más espectaculares eventos. Todo esto conlleva un activismo que nos priva de una saludable devoción y de cosas más esenciales como edificar nuestra familia, pero nos da una falsa ilusión de bienestar y grandeza ministerial que nos hechiza. ¿Dios querrá que vivamos así?, ¿hacemos estas cosas solo por el Señor?

Resistir la tentación

Podemos aprender mucho de la historia de Sansón (Jueces 13:24 y 16:30). Sansón tenía una extraordinaria fuerza, dada por Dios, y su poder y capacidad estaban directamente relacionados con su obediencia. Dios le había dicho que no se cortara el cabello y le prometió que mientras obedeciera, tendría una fuerza especial y sería capaz de realizar hazañas formidables. Satanás quería debilitar y destruir a Sansón, de manera que le envió la tentación en forma de una mujer llamada Dalila. Día tras día, ella lo hostigaba para que le revelara su secreto. Por último, Sansón fue "acosado", según nos dice la Biblia, de tal manera que claudicó y le contó a Dalila su secreto (Jueces 16:15-17). Mientras él dormía, ella le cortó el cabello y le robó su fuerza.
Cuando Satanás viene a tentarnos, es persistente. Nos mantiene bajo su ataque esperando que al final nos agotemos. Eso es exactamente lo que le ocurrió a Sansón. Él tenía debilidad por las mujeres, y como Satanás conocía esa debilidad la utilizó en su contra. Él también conoce nuestras debilidades y trata de sacar provecho de ellas.
Esté atento a su debilidad y ore de forma regular, para que Dios lo fortalezca en esos puntos débiles de su vida. No espere a estar metido en grandes problemas para comenzar a orar, más bien, ore antes de que sucedan. Por ejemplo, si el apetito descontrolado es una debilidad para usted, ore cada vez que se siente a comer para que Dios lo ayude a controlarse. No espere hasta haber comido demasiado para luego pasar el resto del día sintiéndose culpable. Que su nuevo lema sea: "No me voy a demorar; voy a orar ahora mismo".

Alábalo

Cada día tenemos, hasta sin pedírselo, razones más que suficientes para que nos quejemos (yo al menos, no creo que sea pecado). El coche que se nos estropea, el jefe que no nos considera debidamente, en ciertos países hay razones más que suficientes para quejarse; pensando en el qué comeremos hoy, el salario que resulta escuálido, la esposa incomprensible, el amigo que no cumple sus promesas, en fin, que si pretendiéramos hacer un listado de aquellas cosas que nos agobian hasta el límite de la queja, podríamos escribir un libro.
¿Es malo que aquellos que han tenido un encuentro con Dios se quejen?
En el párrafo anterior ya comenté que no. Somos seres humanos, sujetos todos a necesidades y vivimos bajo el mismo cielo que los impíos.
De hecho las escrituras dejan por sentado, que en medio de nuestras aflicciones el Dios todopoderoso estará con nosotros. ¡Maravillosa promesa! Pero tendremos aflicciones, aunque muchos cristianos cuando predican lo hacen aseverando que aquellos que reciban a Jesús como Salvador serán librados de todos los males de este mundo.
Por esta razón, en muchas ocasiones predicamos un evangelio a la carta. Cada cual decide qué predicar y ése es el motivo por el que algunas personas se centran en diferentes temas que carecen de un mínimo sentido de la razonabilidad.
Unos predican que no tendremos problemas económicos, otros que tendremos garantizada la salud, que mejoraremos en todas las áreas de la vida. Dicho en otras palabras, un evangelio color de rosa. Esa y no otra, es la razón por la que muchos llamados “cristianos” viven quejándose, porque se centran en las vicisitudes de la vida y olvidan todos los beneficios que Dios, en su inmensa misericordia, nos regala cada día.